La palabra «vagina» viene del latín y su significado no es otro que el de vaina. Es decir, la funda donde se guardaban las espadas, dagas, cuchillos, o cualquier tipo de arma blanca. Sin embargo, acabó tomando un sentido figurado para describir la vagina como el sitio donde el hombre podía introducir su “espada” o “sable”. Un dato que, tal vez, puede resultar curioso desde un punto de vista histórico pero que es atroz a la hora de poder conocer nuestro cuerpo y disfrutar de él.

En Caliente (Lumen, 2021), la poeta, periodista y novelista Luna Miguel intenta desenmarañar por qué nos cuesta tanto reconquistar un cuerpo que, aunque debería pertenecernos solo a nosotras, se encuentra colonizado por nombres de médicos (Falopio, Skene), anécdotas machistas y el placer ajeno. Con la ayuda de este ensayo que viene y va constantemente de lo racional a lo visceral y la de otras lecturas abordamos nosotras también el tema.

Se dice vulva, no vagina

Si Hermione Granger hubiera estado en clase de educación sexual en vez de en primero de Encantamientos en aquella famosa escena de Harry Potter y la piedra filosofal, probablemente habría corregido a Ron Weasley por un mal uso de la palabra «vagina» en vez de por cómo se prenuncia «Wingardum Leviosa». Según un reciente estudio de Intimina, una marca sueca de productos de cuidado para la salud ginecológica, el 32% de las españolas desconoce la diferencia entre la vulva y la vagina.

Así que, si tú también te acabas de enterar de algo que deberían haberte enseñado bien en primaria, no te preocupes porque nos ha pasado a muchas. Le ha pasado hasta a Gwyneth Paltrow, que lo descubrió accidentalmente mientras grababa un episodio de su serie The goop lab. La actriz ganadora de un Oscar tenía entonces 46 años y si no te lo crees puedes verlo con tus propios ojos en Netflix.

Aunque, si necesitas más ejemplos, yo leía un libro habiendo cumplido ya los 30 y algunas amigas me han confesado haberlo hecho en sus 20, cuando empezaron a tener problemas de hongos o con la píldora anticonceptiva y el médico les preguntaba si las molestias se localizaban «en la vagina o en la parte externa». Estando así el percal no es de extrañar que los guionistas de Poli de guardería y Arnold Schwarzenegger también fueran bastante pedidos cuando aquel niño adorable tomaba la palabra para informar de que «los niños tienen pene y las niñas vagina». Hermione, díselo, reina.

Ya sea porque normalmente uses alguna palabra más coloquial para referirte a esa parte del cuerpo o porque hubieras asumido que ambos términos eran sinónimos, con diferentes grados de formalidad, lo cierto es que son dos cosas distintas. Poniéndonos técnicos, la vulva es la parte externa de los órganos genitales y se compone de: los labios vaginales, el clítoris, la abertura vaginal, el monte de Venus y el orificio uretral (por donde se orina). Sin embargo, la vagina es una parte de la anatomía sexual femenina interna, como también lo son los ovarios o las trompas de Falopio, por nombrar algunas.

Más concretamente, la vagina es exclusivamente el conducto que conecta la vulva con el cérvix y el útero. El canal por el que salen los bebés y la menstruación. También es el lugar por donde entran el pene, los juguetes sexuales, las copas menstruales y los tampones. Por lo tanto, usar «vagina» como palabra genérica para referirnos a la totalidad de nuestros genitales, no solo es erróneo sino que invisibiliza el resto de sus partes y los reduce prácticamente a un conducto para la reproducción y el mete-saca.

Tal y como explica la sexóloga Noemi Parra Abaúnza en Deseo, placer y satisfacción, parte de una colección de guías sobre derechos sexuales y reproductivos, para las mujeres cisgénero, los genitales han sido una parte de su cuerpo invisibilizada y, de este modo, «no han estado de manera clara en el centro de nuestra erótica». Esto «nos ha coartado una parte importante del conocimiento de nuestro placer y ha limitado, en nuestro imaginario, las posibilidades para el disfrute». Podríamos redondear la explicación con otra cita que la filósofa argentina Tamara Tanenbaum hace en su ensayo El fin del amor (Seix Barral, 2021): «en una cultura como la nuestra, saturada de imágenes y discursos, lo que no se muestra ni se menciona no existe«.

Soy consciente de que no vamos a poder vernos las unas a las otras pero, levantad la mano si habéis dado por hecho, sin habéroslo planteado nunca, que lo más placentero es la penetración, que es necesario ser penetrada para disfrutar «de verdad», que los orgasmos por estimulación siendo penetrada son más importantes o si alguna vez te has referido al coito como una relación sexual «completa». Abaúnza sostiene que la experiencia nos dice que eso no es exactamente así y, remato otra vez con Tenenbaum: «si muchas personas hacen lo mismo es porque hay algo más que deseo operando sobre ellas […] esa fuerza vital está atravesada por factores históricos, sociales, económicos, políticos y culturales».

A qué se llama coitocentrismo

Vale, pero entonces, ¿por qué seguimos denostando cualquier alternativa a la penetración en el sexo? La respuesta a la pregunta puede responderse con otra palabra: coitocentrismo. Se trata de un término acuñado por las feministas del siglo XX para designar la tendencia generalizada a considerar que las relaciones sexuales han de culminar en penetración y orgasmo para ser satisfactorias y plenas. Esto jerarquiza el coito dentro la sexualidad como la única práctica adulta y completa, mientras que el resto, como el sexo oral o la masturbación, son consideradas prácticas secundarias (o peor aún: «preliminares») e incluso infantiles.

Esta división está tan polarizada que solemos confundir sistemáticamente relaciones sexuales (el conjunto de comportamientos para dar o recibir placer) con coito (penetración) y, por el lado contrario, no concebir como «relación sexual» todo lo que no incluya penetración. Tanto es así que este artículo de El Periódico habla del Satisfayer de una forma que más que un succionador de clítoris parece que presente al nuevo Houdini: «el orgasmo instantáneo sin sexo».

Michael Lenke tuvo la idea para inventar los succionadores de clítoris después de leer un artículo médico que explicaba que el 50% de las mujeres tenían problemas para alcanzar el orgasmo. Hasta ese momento (hablamos de 2014), ningún otro diseñador de juguetes sexuales había puesto especial atención en este órgano cuya única función es, paradójicamente, proporcionar placer. Los productos orientados a personas con vulva apenas habían evolucionado en décadas y las estanterías de las tiendas eróticas las copaban aparatos fálicos que permitían la penetración y se centraban en la estimulación del punto G.

Escribió Anaïs Nin en Ser mujer, un libro de ensayos de la escritora francesa que Luna Miguel rescata en Caliente (tras haberlo encontrado rebuscando en una librería de viejo), que «la verdadera liberación del erotismo consiste en aceptar el hecho de que existen mil facetas, mil formas de erotismo, mil objetos, situaciones, atmósferas y variaciones«.

La masturbación como liberación

Otro libro que solo es posible conseguir traducido al español en Todocolección, es decir, de segunda mano y con mucha dificultad, es Sexo para uno (Temas de hoy, 1989) de Betty Dodson. Como educadora sexual, la estadounidense dedicó la mayor parte de su vida a intentar que la masturbación se considerara una forma primaria de expresión sexual y, con sus ensayos y talleres, enseñó a miles de mujeres a alcanzar ellas solas el orgasmo.

«Antes estaba convencida de que la masturbación llevaba al sexo, pero ahora sé que que la masturbación es sexo». Dodson lo tenía muy claro en Sexo para uno y creía que, cuando a alguien le preguntaran por su primera experiencia sexual, debería remontarse a su primer contacto con el sexo, que suele ser la masturbación, y no a la primera vez que se tuvo relaciones con alguien.

Además, consideraba que el rechazo a la masturbación es parte de la represión sexual, ya que «las personas que no mantienen una relación sexual consigo mismas son más fáciles de manipular». Tamara Tenenbaum lo explica así a raíz del arquetipo de «la chica cool», ese estereotipo de mujer perfecta según la mirada masculina y que Gillian Flynn describe en el best seller Perdida: «ser fáciles significa no dar problemas, llegar al orgasmo por penetración y siempre en el momento justo. Pero el deseo no funciona así».

Lelo Esoficial 89829992 875471146230983 933752582605985189 N 1

Si Betty Dodson quería poner, por una vez, la masturbación en el centro es porque la consideraba la mejor forma de «aprender sobre las relaciones sexuales». ¿Por qué? Pues porque «no hay que estar a la altura de nadie, ni satisfacer las necesidades de otro. No se tiene miedo a la crítica o al rechazo por haberlo hecho mal». De este modo, las personas pueden descubrir libremente y sin temores «sus sentimientos eróticos y aprender a no avergonzarse de ellos ni de sus genitales». La masturbación sería, por eso, un acto liberador porque, a través de ella, «se conocen los secretos del cuerpo y de la mente que la sociedad enseña a esconder».

A principios de los años 80, los historiadores Jean Stengers y Anne Van Neck publicaron un estudio sobre la relación entre libertad y autoplacer llamado Masturbation: The history of a Great Terror en el que argumentaban que el rechazo moral al sexo en solitario no se basa solo en cuestiones religiosas, también influye el modo en que la medicina y la filosofía lo han retratado, convirtiéndolo en algo despreciable, una forma inferior de liberación sexual y hasta en una enfermedad.

Noemi Parra Abaúnza propone en sus guías para el Instituto Canario de Igualdad varios ejercicios prácticos para aprender a conocer nuestro cuerpo erótico. El primero de todos es recorrer todos los rincones de nuestra anatomía para conocer a ciencia cierta cuáles son nuestras áreas de placer «propias, únicas y auténticas» frente a las «normales» y genéricas que señalan los libros de anatomía: «quién sabe, puede que una de tus zonas preferidas sea el dedo meñique del pie», apunta la sexóloga.

Recomienda tomarnos nuestro tiempo en recorrer cada milímetro del cuerpo lentamente y experimentar las diferentes formas de tocar: «usa las yemas de los dedos, la palma de las manos, con las muñecas, amasa… con más presión y menos presión. Mírate, huélete, pasa los labios por tu piel para conocerla mejor, si te apetece, chúpala, mordisquéala… abrázate…». Cuando termines, repasa lo que has sentido y recuerda lo que más te ha gustado.

Fotos| @lelo_esoficial