Cuando por fin parecía que podríamos librarnos de la cultura de la dieta (la fe en que si, mediante el esfuerzo, lográbamos un cuerpo delgado todos nuestros problemas se resolverían) llegaron nuevas formas de hacernos sentir culpables. Aunque costó décadas asumir que contar calorías no nos conduciría a la dicha, seguimos creyendo que la felicidad nos espera a la vuelta de algún proceso de automejora. Las redes sociales y los medios proponen la meditación, el yoga y el mindfulness como algunas de las formas espirituales de alcanzar esa paz, al igual que eliminar el alcohol, el gluten o los alimentos procesados en su versión dietética, o practicar el minimalismo a lo Marie Kondo es su vertiente doméstica. La lista se expande: cerámica, powerwalking, coherencia cardíaca, hoponopono (pedir perdón por los errores), baños de bosque, Whole30 (comida real)… Cuando no logramos seguir sus rigurosas instrucciones o no nos producen esa ansiada armonía, surgen la culpabilidad, la frustración, la autocrítica, el estigma y la vergüenza, igual que con la cultura de la dieta.

Doctrinas de temporada

De entrada, habría que preguntarse por qué cada poco se pone de moda un nuevo hábito wellness con vocación redentora. “Vivimos en una sociedad desnaturalizada: horarios imposibles, prisas, demasiado asfalto, exigencias de hiperproductividad absolutamente irreales –responde la psicóloga María Fornet–. Tanto no beber alcohol, como mantener el orden o practicar meditación son hábitos que objetivamente tienen el potencial de mejorar nuestra salud y nuestra vida. La ciencia tiene poca discusión ahí. Ahora bien, creo que la palabra clave aquí es moda, con todo lo que ella implica: tendencia, presión de grupo, énfasis en la apariencia, mutabilidad… Claro que es buena idea no beber alcohol y que a nadie le podría dañar una casa más ordenada, el problema es convertir estas sugerencias en doctrinas moralistas con las que medir nuestro desempeño, o peor, nuestra valía como personas”, añade la psicóloga.

Respuestas, no recetas

Dejar de compararnos con los demás y modular nuestras expectativas deberían ser el primer paso si realmente queremos cambiar alguna pauta negativa en nuestras vidas. “El ser humano suele ser bastante eficaz autoimponiéndose mágicas recetas en la búsqueda de la perfección, lo cual solo responde a la ansiedad del siglo XXI. Muchos se esclavizan con dietas, gimnasios, con ser exitosos o afrontar todos sus problemas, y además esperan acabar el día en pleno estado de paz (y perfección) porque, a pesar de esa intensidad, meditan 10 minutos y ordenan su casa. Esto no es real”, explica la psicóloga Aída Rubio, coordinadora del equipo de psicólogos de TherapyChat. A su juicio, “aunque algunas personas hayan encontrado una respuesta a través de, por ejemplo, la sobriedad o la meditación, es posible que tu propio desorden, tu ansiedad, tu bajo estado de ánimo o tu problema no se solucionen solo con estas pautas. Quizás el problema sean las altas expectativas de cambio que tenías con respecto a estas actitudes y pensar que lo que le funciona a “todo el mundo” debería ser también para ti: si buscas un cambio en tu vida, seguramente ningún psicólogo te pautaría sencillamente meditar u ordenar tu casa; si acaso, serían algunas de las piezas para apoyar un trabajo mucho más fuerte de crecimiento personal”, asegura.

Pequeños grandes pasos

Para alivio de muchos, empiezan a hacerse públicos estudios que demuestran que, aunque todos los hábitos positivos parecen deseables, no existe la panacea universal del bienestar. Por ejemplo, según una investigación de la Universidad College de Londres, la meditación no es para todo el mundo (un 25% dice que le resulta, incluso, desagradable) y otra investigación de la Universidad de Pensilvania ha demostrado que compararnos con los demás tiene efectos en nuestra salud física (además de en la mental).

Ajustar las expectativas marcará la diferencia entre disfrutar de hacer algo o padecer por ello, facilitando adquirir hábitos saludables.»

Si queremos mejorar alguna pauta de nuestra vida, es mejor escucharnos a nosotros mismos en lugar de a la última gran tendencia healthy de Instagram. “Ajustar las propias expectativas teniendo en cuenta nuestra propia realidad marcará la diferencia entre disfrutar de hacer algo o padecer por ello y, por tanto, aumentará las posibilidades de adquirir un nuevo hábito saludable”, explica la psicóloga Sheila Estévez, para quien la clave radicaría en trabajar la seguridad en uno mismo. “No dar valor a lo conseguido, sentirse menos que los demás, alimentar un autoconcepto pobre y tener la sensación de no cumplir con las expectativas sociales (acogidas como propias) son señales de que debemos trabajar la seguridad en nosotros mismos. Y esto se consigue a base de conocer nuestros puntos fuertes y también nuestros puntos débiles, lo que nos ayuda a marcar y a mantener los propios límites”, asegura Estévez.

Otra forma de mantener a raya la frustración, según la psicóloga Aída Rubio, es la flexibilidad: “Es importante no ser radical en los procesos de cambio: o lo tomo o lo dejo, o todo o nada, o me soluciona la vida o no vale. Esto es lo que se conoce como una distorsión cognitiva y es un error de pensamiento porque no es útil, no te ayuda en tu situación, te genera emociones incómodas intensas y, en definitiva, no es adaptativa y va en contra de lo que deseas, que es crecer”.

Coincide con ella María Fornet cuando apunta que “el todo o nada nunca fue un buen aliado en la instauración de nuevos hábitos. Funciona mejor empezar a dar pasos (por pequeños que sean) en la dirección deseada”. Puede que esta dirección no sea un reto viral. “La pregunta interesante es: “¿Desde dónde nace mi intención?” –plantea Fornet–. Si quiero beber menos por un verdadero y genuino intento de mejorar mi salud, hagamos un intento, veamos cómo nos hace sentir”.