Ángeles Castillo

Es decir San Salvador de Cantamuda y pensar inmediatamente en su bella iglesia románica. Una de las más bonitas del románico español, junto a la cercana San Martín de Frómista, también en Palencia, o la más lejana San Clemente de Tahull, en el leridano valle del Boí. Este pueblo, a 1.112 metros de altitud, a los pies de la peña Tremaya (1.441 m) y con solo 109 habitantes, nos lleva a conjugar a la perfección arte y naturaleza. De hecho, estamos en el corazón del Parque Natural Montaña Palentina, uno de los tesoros de Castilla y León. Un paisaje de agujas, barrancos, cortados y valles profundos que impresiona.

Le pasa a toda esta comarca histórica, marcada por su carácter fronterizo e integrada por pueblos de la cabecera del río Pisuerga, el mismo que pasa por Valladolid, en cuya provincia está la primera Villa del Libro. En total, 12 localidades montañosas, a cual más idílica, que hoy forman el ayuntamiento de La Pernía: Lebanza, Casavegas o Santa María de Redondo, entre ellas. Basta reparar en las dos grandes ferias de San Salvador, una consagrada al ganado vacuno y la otra al caballo, para darse cuenta de cómo son estos valles.

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Tierra esta también de osos pardos y picos imponentes, como el Curavacas -atención al nombre- y el Espigüete, verdaderos hitos alpinos. Y con miradores excepcionales en los que quedarse extasiado con facilidad, caso del de Piedrasluengas, en la carretera que conecta Cervera de Pisuerga con el bello Potes, ya en Cantabria, con sus calles de cuento. Pero también lección inmejorable del arte que nació en torno al año 1000 en el norte de Italia y que 1.025 años después, que se dice pronto, sigue impactando por la solemne rotundidad de sus líneas y su bendita sobriedad.

Viajar a San Salvador de Cantamuda en busca de este románico de libro es también ascender a la alta montaña. Porque, a estas alturas, nada es ni puede ser igual. También es verdad que, visto lo visto -y lo que queda por ver-, lo suyo es echarse a andar, que puede ser entre encinares, hayedos o enebrales de sabina albar, ya no tan comunes, a la espera de que se cruce, si no un oso, que eso sería lo más, sí un rebeco, un gato montés y, en el ancho cielo, el águila real.


La iglesia románica con el pueblo de San Salvador de Cantamuda al fondo.


PALENCIA TURISMO


Pueblo adentro, ya es otro cantar. Porque, a propósito de sus calles, hay que hablar de casas hidalgas, solariegas y blasonadas, que diría León Felipe, pues esta comarca se convirtió, entre los siglos XVI y XVII, en el hogar de múltiples familias nobles. Llama especialmente la atención la conocida como Casona o Casa de los Vascos, que ha sido ayuntamiento, escuela, casa cuartel y hasta cine.

Sin dejar de mencionar el rollo jurisdiccional, sobre una grada circular con seis peldaños, que despunta en la plaza Mayor y tiene su origen en el XVI, cuando correspondía al obispado la jurisdicción civil y criminal de La Pernía. O sea, cuando el obispo de Palencia impartía justicia en nombre del rey. Aún se conservan las argollas que sujetaban al reo en el momento de su ajusticiamiento. Sin duda, testigo mudo de otros tiempos.

Qué ver en San Salvador de Cantamuda

Además, hay que atender al puente del siglo XIII sobre el Pisuerga, lo primero que se encuentra uno al llegar a la localidad, luciendo dos vanos de estilo gótico ojival. Pero todo ello no son sino prolegómenos para llegar al nudo y desenlace que es el templo románico dedicado a San Salvador, que se alza majestuoso desde tiempos medievales con la misma verticalidad de las cumbres. Y lo hace en medio de una pradera, sin ninguna otra construcción en sus alrededores, lo que permite contemplarlo en todo su esplendor.

Presumiendo, sobre todo, de espadaña de tres cuerpos y cuatro troneras, con más de 18 metros de altura y situada en la fachada occidental. Una de las más hermosas de nuestro románico; solo hay que verla. No faltan las figuras que no son ni ángeles ni santos y despiertan la curiosidad y la sonrisa, guiños habituales de la época y pervivencia del paganismo. ¿Ejemplos? El osezno que puede descubrirse en uno de los canecillos de las cornisas o la cara humana que asoma en la ornamentación de la ventana del muro sur.

En lo que respecta al interior, emociona su armonía. Y, ya más en detalle, su bóveda de crucería, cuyos nervios presentan ornamentación floral; los capiteles que rematan las columnas del ábside central, en los que se descubre una pareja de bueyes, dos caballos, una cabeza de hombre del que brotan tallos y hojas (lo que se conoce como Green Man) y motivos vegetales y entrelazados, así como la mesa de altar, que descansa sobre preciosas columnillas.


Aquí está el puente medieval que cruza el Pisuerga a su paso por San Salvador de Cantamuda.


PALENCIA TURISMO


Al parecer, la iglesia, con dos puertas de acceso -una para el clero y otra para los fieles- y un pasado monasterial, fue mandada construir por la condesa castellana Elvira Favílaz, esposa del conde Munio Gómez y sobrina del rey Fernando I, sobre una edificación anterior, como se acostumbraba. Así aparece en documentos conservados en el Archivo de la Catedral de León, pues la susodicha donó a esta diócesis villas y heredades. Con el paso del tiempo, en el siglo XV, fue ascendida a colegiata para consagrarse finalmente como iglesia parroquial y, ya en estos tiempos y en términos laicos, como Bien de Interés Cultural en la categoría de monumento histórico.

La leyenda del conde, la condesa y la criada muda

A un pueblo aislado, respaldado por afiladas cumbres, con pasado medieval y un templo que nos legó la Edad Media no le podía faltar su correspondiente leyenda, de donde se derivaría el apellido Cantamuda de San Salvador. Aunque hay otra versión menos entusiasta y más científica, la relacionada con un pasado como Campo de Muga, de donde Cantamuga y su posterior derivación fonética. Teniendo en cuenta que muga es sinónimo de límite o frontera, y que San Salvador, por motivos geográficos, lo es. Aunque también hay quien dice que era el lugar donde se reunían los rebaños momentos antes de emprender el ascenso a los puertos, lo cual se aviene de maravilla con sus orígenes trashumantes y el entorno.

Volviendo a la leyenda, tiene de protagonistas, precisamente, al conde Munio y su joven esposa Elvira, a quienes hay que situar, para no perder el hilo, en su castillo en una noche fría de invierno (en verano no habría sido igual). Justo cuando el conde decide expulsarla, bajo acusaciones de infidelidad, poniendo a su servicio una mula ciega y coja, además de una criada sordomuda, con la malévola idea de que se despeñaran al bajar.

Pero no solo no se despeñaron, sino que, al cruzar el puente citado, oh milagro, la criada sordomuda rompió a hablar e hizo saber a los presentes, como en el mejor de los cantares, lo sucedido. Y así fue como San Salvador de Tremaya pasó a llamarse de Cantamuda, por ser el lugar donde la muda cantó. Agradecida por su salvación, la condesa mandó construir la iglesia de San Salvador. Momento ya de entonar el colorín colorado.

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