Decimos el pueblo medieval más bonito de la Garrotxa, pero también es uno de los más bonitos de España, como el vecino Castellfollit de la Roca, soberbio y a solo trece kilómetros. O Sant Martí Vell, donde se alza el santuario en el que se casó Dalí, a apenas media hora. A Besalú lo definiríamos como el típico pueblo que siempre sale bien en la foto, como si hubiese hecho un pacto con el diablo y no pasase el tiempo por él, ni siquiera cerca de él. Su casco antiguo es admirable, lo mismo que su pintoresca ubicación sobre el Fluvià.
Tanta grandeza se debe a que fue un condado independiente, erigido a más de 150 metros de altitud. Uno de los más influyentes de Cataluña, a decir verdad. Se nota al llegar al Pont Vell, bello puente románico con siete arcos desiguales que desprende majestuosidad y que hace presagiar todo lo demás. Originario del siglo XI, fue destruido durante la guerra civil española y reconstruido, por fortuna, en los años cincuenta y siguientes. Hoy reluce como la joya de su corona, atracción turística máxima.
No obstante, Besalú es muy siglo XII. El siglo de la iglesia del antiguo monasterio de Sant Pere, en la que hay que deambular, valga la redundancia, por el deambulatorio o girola, y pararse un momento -o más- a contemplar su sobria e imponente fachada. Por cierto, es la sede del Festival de Música de Besalú, que tiene lugar en mayo; no podía haberla mejor. Y es, a la vez, el siglo de la de Sant Vicenç, de portada igualmente impresionante, como su interior. Situada justamente a la entrada de la villa y uno de sus edificios más antiguos, pues ya existía en parte en el lejanísimo siglo X.
Cambiando de tercio, la iglesia hospital de Sant Julià, que atendía a los peregrinos, conserva únicamente la fachada de su estructura original, con seis arcos en degradación y cuatro capiteles. La de Santa María, de otro lado, proviene del siglo XI y hay que buscarla en el recinto del castillo, o lo que queda de él (o de ellos). De hecho se llamó en un principio Santa Maria del Castell. Después la esperaban mayor gloria y no pocas transformaciones. Ahora, sus restos más sobresalientes están en el Conventet de Pedralbes y el Museu Nacional d’Art de Catalunya en Barcelona.
La iglesia del monasterio de Sant Pere es una de las joyas de Besalú.
PEXELS/ANTONIO LORENZANA

Besalú nos introduce en un suma y sigue de patrimonio histórico-artístico. Más allá de sus memorables iglesias, la casa Cornellà, construida por una de sus familias más ilustres, es uno de los ejemplos del románico civil mejor conservados de Cataluña. La planta baja era para los establos y el servicio; el primer piso, con galería de arcos de medio punto, la vivienda de los Cornellà, y el último, el granero. No le falta un patio porticado que se merece todas nuestras alabanzas. De los Cornellà pasó a los Llaudes y actualmente es de los Solà-Morales.
En cuanto a la Cúria Real, el edificio medieval destinado a la administración de la justicia en nombre del rey, que fue posteriormente convento, presume de sala gótica, su pieza de mayor relevancia histórica. Sin embargo, una de sus dependencias fue convertida en restaurante, del mismo nombre, que hace alarde -porque puede- de terraza con vistas impagables. Todo tiene un acentuado aire medieval aquí, lo que no quita para que haya huellas de íberos y romanos.
Qué ver en Besalú además de los baños judíos
Besalú, como Calatañazor, donde parece que se ha parado el tiempo, hay que pateárselo de arriba a abajo y sin dejarse rincón alguno. Así, monumento a monumento y con la boca abierta de asombro, se llega a la judería y, más concretamente, al micvé, la casa de baños rituales judíos, la única descubierta hasta ahora (y por casualidad) en la península ibérica, junto a la de Girona. Una cámara de estilo románico hecha de piedra tallada con bóveda de cañón, una ventana estrecha y una piscina central para purificar el alma, a la que se desciende mediante 36 escalones. También pueden verse los restos de la sinagoga, datada en 1264. Al final, en la plaza de los Judíos, el regalo, uno más, es la panorámica del puente fortificado y el omnipresente Fluvià.
Besalú fue siempre un relevante cruce de caminos entre Girona y Francia, entre las comarcas del Alt Empordà, el Pla de l’Estany y La Garrotxa, que le es propia, además de concitar a artesanos, campesinos y comerciantes en un fresco que, otra vez, nos traslada a la Edad Media. Lo que hace su prestigiosa feria medieval, el primer fin de semana de septiembre, cuando trovadores, artesanos y caballeros toman las calles con sus cantigas, oficios y justas. Para la Feria de la Ratafía, con muestra, degustación y venta de este licor dulce típicamente catalán, hay que esperar al primer domingo de diciembre. El momento idóneo para comprar un buen turrón en los puestos de su mercado artesanal.
El Pont Vell de Besalú sobre el río Fluvià.
PEXELS/MANUEL TORRES GARCÍA

A vueltas con el río Fluvià, que desemboca en las marismas del Ampurdán, cerca de Sant Pere Pescador, se puede recorrer, a pie o en bicicleta, por el Anillo Verde que traza circunvalando la villa y pasando por jardines, huertos y molinos harineros. Y, pensando a lo grande, lo suyo es aventurarse, ya que estamos por aquí (a solo 24 km), por el Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa, el mejor exponente de paisaje volcánico de la península ibérica. Una cuarentena de conos volcánicos y más de 20 coladas de lavas basálticas, para ser exactos. Lo que se traduce en vegetación exuberante, dominada por robledales, encinares y hayedos.
Otra cosa muy distinta, pero igual de emocionante, es dejarse caer por el estany de Banyoles, el lago natural más grande de Girona y de toda Cataluña, que nos queda a solo 13 kilómetros. Y si se tercia, que se terciará, darse un chapuzón en cualquiera de sus tres puntos habilitados para el baño: la Caseta de Fusta, los Banys Vells, con bar para tapear y todo, y las instalaciones del Club Natació Banyoles, con entrada de pago para los no socios. Pues eso, el lugar idílico que buscabas.