Ángeles Castillo

Ya conocíamos El Barco de Ávila, bañado por el literario Tormes, y Piedrahíta, presumiendo de palacio de los Duques de Alba, que frecuentó Goya por invitación de la XIII duquesa de Alba. Pero ahora nos hemos ido más hacia el Ávila profunda, sin que haya que alejarse mucho, pero sí de lo más obvio. Y todo para ir a parar a Bonilla de la Sierra, a dos horas escasas de Madrid y a una hora corta de la capital de la provincia. Una sorprendente villa ubicada en el valle del Corneja a poco más de 1.000 metros de altitud, que ya es.

Solo hay que abrir los ojos y mirar. Enseguida saltan a la vista sus casas blasonadas, su castillo y, emulando a la propia Ávila, su muralla, que contó con cuatro puertas, de las que solo queda una, la de la Villa o de Piedrahíta. Lo que se dice un pueblo de cine conservado increíblemente, así pasen los años y los siglos, como le pasa al divino Mirambel, en el Maestrazgo de Teruel. No nos extraña en absoluto que haya sido declarado conjunto histórico monumental ni que esté en el cada vez más abultado catálogo de los pueblos más bonitos de España.

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Se lo merece por su plaza porticada, el rollo jurisdiccional, que avisaba al forastero del privilegio del villazgo, y la imponente iglesia gótica de San Martín de Tours (siglo XV), que es y fue principal ya que en el castillo se aposentaron durante años los obispos abulenses. Hasta el punto de ser un señorío eclesiástico, entre cuyos ilustres muros escribió y murió uno de ellos, el controvertido erudito Alonso de Madrigal, el apodado el Tostado (1410-1455), que fue consejero de Juan II.

Nacido, por cierto, en el pueblo con el nombre más rimbombante de nuestra geografía, Madrigal de las Altas Torres, conocido a su vez por ser cuna de Isabel la Católica, hija del citado rey. De él se llegó a decir en el habla popular: «Sabes más que el Tostado». Vamos, que nadie se libra de la lección de historia deambulando por sus vividas calles, como pasa en Casares, pueblo malagueño fundado por Julio César. El de Bonilla, concretamente, pide a gritos unas cantigas y un trovador de tan medieval como es.


Un rincón de la plaza porticada de Bonilla de la Sierra.


WIKIPEDIA/PREYES


Subrayemos entonces que fue villa episcopal, o mejor, residencia de verano de los prelados, tras ser donada por la Corona al obispo Domingo Blasco en el siglo XIII, además de morada de reyes. Caso del propio Juan II de Castilla, que reinó durante casi medio siglo y que, según cuentan las crónicas, buscó refugio en su torre del homenaje en 1440, durante las disputas con los infantes de Aragón, al amparo del obispo y señor de Bonilla, Lope Barrientos. Incluso fue sede ese mismo año de las Cortes de Castilla. Todo palabras mayores.

Sirva esto para hacerse una idea de la relevancia del lugar. Que hasta dan ganas de ponerse a recitar las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, y escribir una carta de amor a una tal Guiomar. En verdad, este sí que es el pueblo que no conocen los turistas. Lejano, sin estarlo, y solo, porque apenas cuenta con 163 vecinos, según datos de 2024. Lo que contribuye -y mucho- a su insólita belleza, con una mirada de hoy.

Por qué te va a encantar Bonilla de la Sierra

De hecho, Bonilla, con sus campos de cereal y sus molinos para la producción de pan a las orillas del río Corneja, inspiró a Francisco de Goya, que visitaba habitualmente Piedrahíta, por ser este lugar de veraneo de los duques de Alba. Y a Benjamín Palencia, el pintor de los paisajes castellanos que trató a Picasso y a Cocteau, y fue director artístico del teatro universitario La Barraca, de Federico García Lorca. Palencia, que era de Barrax (Albacete), se instaló tras la guerra civil española en el vecino Villafranca de la Sierra.

Pero volvamos al castillo, para decir que es del siglo XII aunque reformado posteriormente, como suele suceder, con dependencias en torno a un patio en las que aún se aprecian los frescos policromados que las adornaban. Y vamos de vuelta también con la iglesia de San Martín de Tours, mandada construir por el cardenal Juan de Carvajal, para resaltar ventanas ojivales, sacristía y coro, con balaustrada de piedra y el escudo de armas del obispo Carrillo, ambos del XVI.


Así de imponente es la iglesia de San Martín de Tours de Bonilla.


TURISMO CASTILLA Y LEÓN


Se alza la colegiata en la plaza en la que también reinan las casonas castellanas, edificadas, cómo no, para acoger al séquito de los monseñores, que aquí todo es muy eclesial. Los soportales que anteceden a las casas, y en los que cabe admirar columnas y vigas de madera, servían a los comerciantes, muchos de ellos judíos, para resguardarse de los rigores climáticos.

Subir al puerto, bajar al pozo

Ah, por cierto, se puede hacer, y hay que hacerlo, el camino de los molinos harineros, que sale del lavadero y se extiende a lo largo de 8,5 km. Estas riberas albergaron en sus mejores tiempos hasta veinte de ellos. También es más que recomendable ascender al puerto de Peñanegra, a 1.909 metros, que comunica el valle del Corneja con la sierra de Gredos. Desde estas alturas entenderás por qué es tierra y cielo de parapente.

Y, por supuesto, dar un paseo por el traspalacio, camino de ronda por el castillo, y acercarse al pozo de Santa Bárbara, una misteriosa obra de ingeniería hidráulica, probablemente medieval, con una escalinata que tiene, al parecer, tantos peldaños como palabras el Credo, y por la que se puede bajar hasta el aljibe. No le falta su leyenda, como a Soportújar, en la Alpujarra granadina. La de una mora que sale todas las noches del pozo para cepillar sus cabellos a la luz de la luna. ¿Más emociones? También hay un altar rupestre, en la zona conocida como El Mortero, donde podrían haberse celebrado rituales y rendido culto al sol y la luna a finales del Neolítico. Una sorpresa Bonilla.

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