Se ve a lo lejos desde el imponente castillo de Zahara de la Sierra, entre los mejores destinos en Andalucía. Es blanco a rabiar y con las calles llenas de naranjos, lo que se traduce en olor a azahar al acercarse. Luego compitiendo con la mismísima Sevilla. Y es también de altos vuelos, en tanto que se ha convertido en el olimpo de los aficionados a los deportes aéreos, que tienen -las cosas como son- algo de dioses. El pueblo se alza a la sombra de la sierra de Líjar con todas las de ganar. Ya se sabe que Cádiz atesora pueblos blancos de colección, los de su afamada ruta: desde el impoluto Vejer de la Frontera, con el festival de jazz más especial, hasta el inesperadamente bello Olvera, pasando por el pintoresco Setenil de las Bodegas.
En Algodonales, lo que se lleva es el parapente y el ala delta. Sobrevolar estas tierras enmarcadas, aunque por los pelos, en el Parque Natural de Sierra de Grazalema, ya casi saliéndose de la provincia por su extremo norte y nadando entre los ríos Guadalete y Guadalporcún. Cerca, muy cerca, está el embalse Zahara-El Gastor, al que prácticamente se asoma. Es tierra de aventura y de turismo rural por la belleza del entorno, pero también un alto en el camino para disfrutar de su blancura, como hicimos en Bubión, destino slow con vistas a Sierra Nevada en plena Alpujarra granadina, y de sus otros encantos. Pintar la fachada de cal para ahuyentar el calor. Esa era la clave en todos estos pueblos.
Hablamos de sus doce fuentes, que refrescan solo con mentarlas y provienen del siglo XIX, y de sus molinos harineros, que le dan un sabor único. Sin olvidarnos de sus yacimientos prehistóricos, que no son uno ni dos: Chamusquina, Castillejo, Cueva Santa y el Cerro de la Botinera. Este último está en la vertiente oriental de la sierra, a unos cuatro kilómetros de Algodonales rumbo a Olvera, y es un asentamiento de época íbero-romana, fechado entre los siglos II a.C. y II d.C. gracias a los fragmentos de cerámica y los restos de estructuras. Nos restituye la memoria común y nos devuelve a lo que fuimos.
El pueblo tal y como lo conocemos hoy quedó constituido a principios del siglo XVI cuando vecinos de Zahara, siempre Zahara, lo eligieron por la proverbial fertilidad de las tierras y la bíblica abundancia de agua. Sin embargo, fue saqueado e incendiado en 1810 por los franceses, momento en el que recibió el título de villa de manos de Fernando VII por haber plantado cara sus habitantes a los ejércitos napoleónicos en este contexto de la Guerra de la Independencia. Un hito que no se olvida. Está reflejado en su escudo con una casa en llamas y se recrea teatralmente cada 2 de mayo con el aliciente de los puestos de comida y la artesanía.
La iglesia de Santa Ana y los naranjos son emblema de Algodonales.
CÁDIZ TURISMO
Así lo describía el célebre historiador Rodrigo Caro (1573-1647): «Hay un llano apacible y hermoso en el que hay varias y abundantes fuentes de excelente agua que riega muchas huertas y arboledas que allí hay. Y, además de las fuentes, pasa tan cerca el río Guadalete que también les puede ser de mucha comodidad, si no les sobrara mucha agua de las fuentes, que allí, en el mismo río, nacen, por cuya comodidad poco a poco se han bajado de Zahara muchos vecinos». Vamos que Algodonales era, y sigue siendo, un locus amoenus. O sea, un vergel encantador digno de todas las alabanzas, sobre todo de los amantes de la naturaleza.
Poniéndonos ya en clave histórico-artística, la iglesia de Santa Ana, coronando el centro, es dieciochesca, adscrita al barroco tardío y con elementos neoclásicos. Es hermosa su fachada, incluido su esbelto campanario, decorada a conciencia y sobresaliendo majestuosamente sobre el blanco dominante, mientras la realzan las palmeras que llevan la delantera. En las afueras, reina la ermita de la Virgencita, la de los Dolores. Al parecer, existía desde mediados del XIX y exhibe gran eclecticismo, pues a lo neoclásico y neogótico hay que añadir los típicos elementos de la arquitectura popular. Por supuesto, es objeto de romería, el último domingo de mayo.
Por la ruta de los pueblos blancos de Cádiz
A Algodonales se le encuentra siguiendo la ruta gaditana de los pueblos blancos y, por tanto, está entre los que integran el Parque Natural Sierra de Grazalema, que comprende el noreste de Cádiz y el oeste de Málaga. De hecho, es uno de sus seis conjuntos históricos, junto a Benaocaz, Zahara, Ubrique, Ronda y Grazalema. Un inciso ahora para resaltar que es territorio de exquisita marroquinería y deliciosos quesos.
Dentro de este territorio por explorar hay otros enclaves arqueológicos como los de Iptuci (Prado del Rey) y Ocuri (Ubrique), calzadas romanas, las cuevas del Gato y la Pileta (Benaoján) con arte rupestre, y castillos como el de Aznalmara en Benaocaz y el de Fátima en Ubrique. Por no hablar del Tajo y los múltiples rincones que visitar en la privilegiada a todos los efectos Ronda. Asimismo, se suceden los lagares, las almazaras, los hornos o los lavaderos públicos.
En cuestión de naturaleza, destaca el pinsapar de Benamahoma, un bosque de abetos que sobrevivieron a la era posglaciar y son una reliquia escasísima, solo presente en las sierras de Cádiz, Málaga y el Rif marroquí, y el sendero de la Garganta Verde, a unos cinco kilómetros de Zahara de la Sierra. Un impresionante cañón de 400 metros de profundidad excavado por las aguas del arroyo Bocaleones, que acaba en la cueva de la Ermita, llamada así porque parece la cúpula de un templo religioso. Desde luego, un lugar sagrado. Tanto que hay que pedir autorización para visitarlo.







