Ángeles Castillo

Calpe siempre ha sido conocido por el imponente peñón de Ifach, objeto de deseo de los amantes del submarinismo y la escalada, y de quienes buscan rincones únicos sin cesar. En los tiempos de Instagram y el recreo estético, este pueblo del Mediterráneo alicantino es conocido por la Muralla Roja (1972), del arquitecto Ricardo Bofill, que, hay que reconocer, es un reclamo como ninguno, compitiendo en nuestro imaginario, así a bote pronto, con el Espai Corberó, en Esplugues de Llobregat (Barcelona), y con todo el universo en color del mexicano Barragán.

Pasajes, terrazas, escaleras y patios comunicándose entre sí y jugando a la variedad cromática en una clara evocación de la tradición mediterránea de la casba. Todo un juego de construcción. Y no es la única huella dejada por Bofill en este enclave de la Marina Alta. También está el Xanadú, prototipo experimental de ciudad jardín de los años sesenta, y el Anfiteatro, un conjunto de 27 viviendas de lujo distribuyéndose como en un anfiteatro clásico, ocupando la piscina el sitio de la escena. Y ello en lo alto de un acantilado y con vistas magníficas.

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Fue en los años sesenta cuando Calpe se desarrolló descomunalmente, pero, ojo, porque en los años treinta ya había veraneado aquí el avispado escritor Ernest Hemingway, tan amigo de lo español. El lugar es, sin duda, especial. Los romanos llegaron, vieron y levantaron un complejo de lujo junto al mar, donde hoy quedan los baños de la Reina, un yacimiento arqueológico declarado Bien de Interés Cultural y realzado con la leyenda de una reina mora que iba a bañarse en secreto entre las rocas.

Tentador, ¿no? Tú también podrás hacerlo con mucha precaución y el calzado adecuado. Que sepas que, en la Antigüedad, este sitio pertenecía al municipium de Dianium (Denia) y se dedicaba a la pesca y al comercio de los conocidos salazones y el proverbial garum. Ahí está su piscifactoría excavada en la roca y conectada al mar con canales y compuertas. También sus salinas, explotadas desde entonces.


Los baños de la Reina, todo un yacimiento arqueológico.


TURISMO CALPE


Así que, en efecto, Calpe es mucho más que playa, que las tiene desde kilométricas de arena fina y dorada, como el Arenal-Bol o la Fossa-Levante, urbanas ellas y muy predispuestas a los deportes y las actividades náuticas. Hasta recogidas en forma de calas entre los bellos acantilados del Peñón, Toix y La Manzanera, adonde se asoman los edificios de Bofill, y perfectas para un verano de relax. Buenos ejemplos son El Racó, El Penyal o Les Bassetes, vírgenes y con la sierra de Toix como telón de fondo.

Todo lo que puedes ver en Calpe

Pero por muchas bondades que tenga Calpe de todo tipo, lo que se lleva la palma es el imponente peñón de Ifach, uno de los accidentes geográficos más singulares del litoral y parque natural con todas las de la ley. Se eleva sobre el mar hasta alcanzar los 332 metros de altura y el kilómetro de longitud sin llegar a ser isla ya que está unido a tierra por un estrecho istmo. Esto quiere decir que se puede recorrer, atravesando un túnel y alcanzando la cima, desde la que se llega a ver Ibiza, si tiene a bien retirarse la calima, en un recorrido que puede llevar unas dos horas y media, para el que hace falta, aviso a navegantes, hacer una reserva.

No deja de ser, sin embargo, Calpe una villa marinera con todo su encanto, que fue una alquería, obligada en los siglos XIII y XIV a levantar su muralla para protegerse de los continuos ataques berberiscos y que se vio reforzada en el XVI. Apenas quedan restos. Ahí está el Torreó de la Peça (pieza de artillería), hoy el Museo del Coleccionismo, y el Forat del Mar, brecha abierta en esos muros al cesar la amenaza pirata, desde donde se accede al arrabal, con calles pintorescas como la de Puchalt, viral en redes por estar pintadas sus escaleras con la bandera de España, Pescadores y San Roque. Precisamente en el Forat se solían congregar los patrones de pesca de madrugada para hacerse a la mar, ya que desde aquí se ve el estado de la misma y sabían si podían salir a faenar o no.


La Muralla Roja de Bofill, asomada al mar de Calpe.


PIXABAY/AITANA COSTA BLANCA


Además, una ruta turística tiene que incluir la ermita del Salvador (XVIII), situada en una colina, dominando la bahía; la de San Juan Bautista, a las afueras de la población, en el Tosal de la Cometa, un conjunto de edificaciones de una antigua masía fortificada, y las ruinas del castillo del Mascarat. Sumamos, en pleno casco urbano, la particular iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, del siglo XX, decorada con mosaico, pintura al fresco y vidrieras, que tiene adosada, por cierto, la iglesia antigua a modo de capilla, el único ejemplar gótico mudéjar de la Comunidad Valenciana, soportada sobre la muralla y en su momento baluarte defensivo.

Una masía fortificada y un típico molino harinero

Destaca igualmente el Museo de Historia, en parte de la Casa de la Senyoreta, que debe su nombre a la Senyoreta Amparitos, una calpina que fue benefactora de diferentes obras cívico-religiosas. La Casa Nova, una típica masía fortificada de finales del XVII en la que se integra el lar, la almácera, los corrales y las caballerizas. El Pou Salat, una construcción rural dieciochesca a la que los de Calpe acudían en busca de agua. La Torre del Molí, molinero harinero característico de la Marina Alta, erigido sobre los cimientos de una torre vigía de tiempos de Felipe II, y el Llavador de la Font, fuente y lavadero de 1878.

Y, saliendo del casco urbano, uno puede expandirse en el parque de Enginent, plagado de especies autóctonas, con fuente, área de ocio y barbacoa. En la zona de acampada de Oltá, en la ladera de la sierra del mismo nombre. O en el parque de la Vallesa, en la urbanización de La Merced, una zona verde de gran valor ecológico. Pues eso, en Calpe hay mucho más que playas, pero también, y lo subrayamos, playas.

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