Para los cristianos, la Semana Santa es el corazón del año litúrgico. Comienza con el Domingo de Ramos, que recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén, y culmina con el Triduo Pascual: la Última Cena, la Pasión y Muerte, y finalmente la celebración jubilosa de la Resurrección. No es una conmemoración simbólica: es la actualización viva de un misterio que da sentido a la vida entera.

En cada rincón del país este tiempo se vive con intensidad, desde las grandes ciudades hasta los pueblos más pequeños. Las iglesias se llenan, se detiene el ritmo cotidiano, y se da lugar a una vivencia colectiva que expresa la identidad espiritual de millones.

Frente a esto, los medios de comunicación pueden tener un rol clave: el de acompañar y visibilizar esta fe popular que se expresa con tanta fuerza. No se trata solo de informar sobre actividades religiosas, hay que tener claro que estas celebraciones no son meros eventos culturales, sino actos profundos de sentido, que sostienen a muchas personas incluso en medio del dolor, la pobreza y la incertidumbre.

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Mostrar el Vía Crucis en las calles y las celebraciones del Domingo de Ramos o el Lavatorio de los pies, dar voz a quienes viven este tiempo como una experiencia transformadora, no es hacer propaganda religiosa. Es simplemente asumir que una parte muy significativa de la sociedad encuentra en estas celebraciones un lenguaje para expresar lo más íntimo de su esperanza e identidad.

Estos días no son simplemente “feriados”. Para los creyentes, son días santos. Llamarlos “feriado largo” y no reconocer su raíz espiritual, es una forma de invisibilizar la vivencia religiosa. Claro que muchas personas aprovechan para descansar, viajar o encontrarse con afectos. Pero sería un error perder de vista que para otros no es un tiempo de ocio, sino de fe y de encuentro con Dios.

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Así como veremos “movileros”de TV en aeropuertos, terminales de ómnibus o rutas, ojalá también los veamos en los templos, plazas y calles donde el pueblo se reúne a vivir con profundidad su fe.

Gran parte de nuestro pueblo —sobre todo el más humilde— no se va a ningún lado. Permanece en su barrio, en su comunidad, y vive la Semana Santa con un fervor que conmueve. Son días de oración compartida, de procesiones organizadas con esfuerzo, de gestos simples y profundos que expresan devoción sincera.

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Este año, la coincidencia con otras festividades religiosas refuerza la necesidad de una mirada amplia y respetuosa sobre lo espiritual. En estos mismos días, el pueblo judío celebra Pesaj, la Pascua que conmemora la liberación de Egipto, y culmina el Ramadán, el mes sagrado de ayuno para los musulmanes.

Tres grandes religiones atraviesan, cada una a su manera, un tiempo de memoria, identidad, gratitud y renovación interior. No es un dato menor: es una oportunidad para reconocer y valorar la riqueza espiritual y la diversidad de tradiciones de fe que conviven en nuestra sociedad.

Gran parte de nuestro pueblo —sobre todo el más humilde— no se va a ningún lado. Permanece en su barrio, en su comunidad, y vive la Semana Santa con un fervor que conmueve»

Una cultura democrática se enriquece cuando reconoce y valora la dimensión espiritual de las personas. No se trata de imponer lo religioso, tampoco negarlo o excluirlo.

La laicidad del Estado no implica indiferencia, sino garantía de libertad para todas las creencias. Por eso, el espacio público —incluidos los medios de comunicación— debe estar abierto también a las expresiones de fe, cuando son vividas de forma pacífica, respetuosa y comunitaria.

El desafío es grande. En tiempos donde la espiritualidad se confina a lo privado, hacen falta voces que narren la fe como parte del entramado social. La fe y sus fiestas propias siguen inspirando y transformando.

La Semana Santa nos lo recuerda cada año. Que también lo recordemos como sociedad.

*Sacerdote; Director de la Oficina de Comunicación de la Conferencia Episcopal Argentina