«Amo Escocia», confiesa sonriente Paula Hawkins (Harare, Zimbabue, 1972), en la animada cafetería del edificio victoriano que acoge la National Gallery of Scotland, dedicada a los retratos, en Edimburgo. La autora de La chica del tren (Planeta) lleva cuatro años viviendo a caballo entre Londres y la capital escocesa, y ha encontrado en ésta última el espacio perfecto para continuar con su exitosa carrera literaria, que la ha convertido en un referente del domestic noir
. Esa vertiente del género criminal que hace de una desempleada, una vecina indiscreta o una esposa de vida acomodada una mujer capaz de cometer el más oscuro de los crímenes.
«Escocia es un país muy hermoso», prosigue como si fuese necesario justificar su entusiasta declaración de amor, «pero también creo que es un paisaje literario, fácil de ver en los libros
. Especialmente si quieres contar una historia donde la gente esté lejos de todas partes, donde pueden perderse con todas estas islas, tormentas e inviernos oscuros». Un entorno como el que encontramos en
La hora azul (Planeta), su nueva novela, que llegará a las librerías hoy, 30 de octubre.
Ambientada en la isla ficticia de Eris, a la que la autora le confiere con astucia un carácter mareal (sólo es accesible con marea baja), la quinta novela de Hawkins arranca cuando la Tate Modern descubre que el hueso utilizado en una de las esculturas de la célebre artista Vanessa Chapman, un personaje de ficción, es humano. Temerosos de que el legado de la escultora y pintora fallecida se devalúe ante el posible escándalo, la fundación a la que donó sus obras envía a James Becker, un experto en
Chapman, al islote escocés para investigar qué oculta el macabro hallazgo. E, inesperadamente, Becker, que lo veía como una oportunidad de conocer a la mujer a la que dedicó su carrera como conservador, se encontrará inmerso en un viaje lleno de sorpresas y peligros.
A pesar de que Hawkins reconoce que, a la hora de componer sus novelas, «lo primero es el personaje y el crimen», La hora azul nació a partir de «la isla y la mujer. Cuando tuve la idea de que el hueso estuviera en la escultura, pude ver cómo se unía todo y me entusiasmó». Tanto que la autora asegura que «
disfruté escribiendo este libro probablemente más que cualquiera de los otros», puntualizando que «La chica del tren era diferente, porque nadie esperaba nada de él».
A punto de cumplirse una década de la publicación de ese libro, que pudo escribir tras pedirle un préstamo a su padre y del que se han vendido más de 20 millones de copias en todo el mundo, Hawkins recuerda aquel rotundo éxito que «cambió mi vida» como «un periodo amplio e intenso que resulta difícil recordar con claridad». Si echa la vista atrás, la escritora señala que su día a día «ahora es completamente diferente en todos los sentidos».
A pesar de que, durante un tiempo, se vio obligada a hablar constantemente del éxito de La chica del tren y «sabía que todo lo que hiciera después se iba a mirar con lupa», se siente afortunada porque, desde entonces, su nombre siempre va acompañado del adjetivo «superventas». Sin embargo, no tiene reparos en apuntar que, una vez que ya ha «tenido éxito comercial, sería genial contar con el aval de la crítica».
Su vida no ha sido lo único que ha cambiado desde que la novela, que posteriormente fue llevada al cine con Emily Blunt como protagonista, se publicase en 2015. Porque el Reino Unido, a donde se mudó a finales de los años 80, también «estaba mejor entonces, antes del Brexit. Ese terrible momento en torno al referéndum, y después las elecciones en Estados Unidos, fue un momento tan divisivo, terrible e infeliz… Creo que todavía vivimos con las consecuencias de aquello».
Tras casi dos décadas dedicada al periodismo económico, Hawkins se adentró en 2009 en el mundo de la literatura escribiendo, con el seudónimo de Amy Silver, novelas románticas. Un género que «claramente no es lo mío» y que, seis años después, cambió por el suspense como un vehículo desde el que analizar «por qué las relaciones familiares o las amistades terminan mal. Yo tengo una familia bastante agradable –aclara sonriendo–, pero cuando leo en los periódicos que gente que parece normal pueda matar a alguien, me pregunto qué pasó en sus vidas para hacer eso». Por ello, a la hora de escribir, «siempre me atraen esas historias en las que hay un misterio que resolver, pero también la idea de que hay personas que viven en situaciones muy extremas».
Para la escritora, la novela negra sirve para decodificar la sociedad en la que vivimos porque «un crimen es una interrupción en el curso normal de los acontecimientos, un delito que suele ocurrir cuando algo no funciona correctamente. Es más fácil verlo cuando escribes sobre delitos financieros o sobre espías, pero cuando se analizan los asesinatos domésticos hay que preguntarse cuál es su origen. Creo que puede ser una forma interesante de mirar a las víctimas, pero también a los perpetradores y preguntarse por qué lo hacen».
Consciente de que sus protagonistas son «personas complicadas y difíciles», Hawkins apuesta por dotar a sus novelas de narradores de dudosa credibilidad, porque «todo el mundo no es fiable, todos mentimos sobre nosotros mismos».
Pero más allá del crimen y el suspense, la autora revela que, con La hora azul, «quería explorar la amistad, el deseo y las brechas que se abren en las relaciones que establecemos, lo que nos aportan y cómo esas cosas cambian nuestras vidas. Leemos sobre aventuras amorosas, matrimonios, padres e hijas o lo que sea, pero no sobre la amistad, y menos sobre las amistades difíciles», como la que ella describe en su nueva novela.
La imparable popularidad del thriller de misterio también ha llegado a las series, que tienen en los hechos reales una frecuente fuente de inspiración a la hora plasmar el lado más oscuro del ser humano. Hawkins, experta en la materia, es consciente de que las producciones audiovisuales son un rival duro de pelar para los libros en la disputa por el tiempo de ocio.
Y, aunque señala que «A sangre fría, de Truman Capote, es uno de mis libros favoritos», recela de la creciente fiebre televisiva que «explota el dolor de las personas y muestra la violencia de manera muy gráfica que no es necesaria ni útil. No veo por qué alguien querría ver eso. Hay que tener mucho cuidado con los crímenes en los que las familias todavía están presentes», señala. En la ficción no lo duda y admite que, a la hora de llegar al punto álgido de sus novelas, «algunos crímenes son satisfactorios de escribir».