(De Mario Albera) “¿Qué pasa que hay tantos cobanis?”, pregunta un muchacho, esmirriado, en musculosas y bermudas, mientras entre bostezos ensaya la primera pitada de cigarrillo del día.   

Las nueve de la mañana, en barrio cooperativo Pilcomayo, colindante a Arpeboch y patio trasero de Villa El Libertador. Ni perros se ven, ahuyentados por las balizas y sirenas, rojas y azules.

Un hacinamiento de policías en uno de los pasajes polvorientos en el confín de la periferia capitalina. El espectáculo de la seguridad estalla a los ojos del vecindario al descorrer el cortinado de las ventanas enrejadas y mil veces reforzadas. Síntoma del miedo latente. 

Un efectivo del Éter detiene nuestra marcha para dejar pasar las camionetas. Atrás van los recién detenidos acusados de provocar lesiones a un vecino en una riña clasificada como “hecho de violencia urbana”. “Se cagaron a palos por pollerudos”, aporta, coloquial, una mujer bajita. Las cosas por su nombre.    

La partitura es conocida: baja un funcionario al terreno, toma contacto con la realidad, y los policías revolotean como moscas. O como mosquitos, para ser fieles a la época. Causa asombro, y bronca a la vez en el vecindario, por lo inhabitual de la visita, porque el asedio delincuencial es constante y a la ley NO LA VEN.  

Pasa que cuando el funcionario es el jefe de la Seguridad en Córdoba, y además un ministro habilidoso en el arte de la comunicación pública, la espectacularidad de los procedimientos se potencian. Con su presencia, siempre ubicua, en los hechos con potencial propagandístico.  

El ministro es Juan Pablo Quinteros. Hombre de la política afecto a los medios de comunicación y, sobre todo, a las redes sociales. A quien el peronismo ortodoxo mira de reojo por su pasado como juecista y férreo opositor al oficialismo hegemónico. 

Recuerda este editor cuando el señor ministro blandía las urnas huérfana de votos juecistas para denunciar “fraude” en la elección de 2007 contra su exjefe político Luis Juez, perdidoso estrecho de Juan Schiaretti. Cuando como vocal del Ersep denunciaba los aumentos y contratos “leoninos” concedidos a las prestatarias por un ente que no regula nada, o cuando como legislador opositor denunciaba –junto a la hoy también ministra, Liliana Montero- la corrupción del pejotismo gobernante. Ambos cruzaron el charco y lo dejaron solo a García Elorrio. 

Hoy, el senador nacional Juez considera a Quinteros “un tipo muy hábil para declarar pero muy inútil para gobernar el área de seguridad”. “Un standapero”, dijo sobre su exhijo pródigo, casi como mirándose al espejo, tras pedir su juicio político en la Unicameral junto al radicalismo. O sea: le quieren cortar la cabeza. Políticamente hablando, se entiende.

¿Es consciente de que lo quieren voltear?, le pregunta La Décima al abordarlo en el barrio Pilcomayo.

“Si me quieren voltear tendrán que pegar de manera más certera que con críticas absurdas”, contesta, confiado. Sobre la detención y vínculo de altos mandos policiales con graves hechos delictivos, argumento de agarre de la oposición para fustigar su incapacidad para prevenirlos amén de reprimirlos, dice:   

“¿Qué pretenden, que dejemos libres a los policías que cometen delitos? A mí nada me va a hacer desviar del objetivo. Policía que se corra medio centímetro del cumplimiento de la ley será apartado de la fuerza. Si la oposición tiene otro plan mejor que lo plantee, pero no se le cae una sola idea”, dispara.   

Hubo también un minuto para preguntarle por la falta de prevención ante el robo frecuente a escuelas de la zona sur. Sobre esto habló de un “trabajo mancomunado con el ministro de educación” para asegurar los establecimientos. Aunque esto no estaría pasando. Su argumento de base es que hospitales y escuelas dejaron de ser “lugares sagrados”, intocables, para ser blanco de la nueva delincuencia marginal, “rota” en valores. 

Sobre los reclamos del vecindario por la falta de patrullaje en horas tempranas cuando la gente sale al trabajo o acompañar a los niños a las escuelas, dice: “No se puede negar que hay más patrullaje y controles nocturnos entre las cinco de la mañana y las siete”, destaca, porque “hay una voluntad política de poner toda la policía en calle”. 

También le preguntamos por la rotación constante de comisarios en la 18 y la falta de afianzamiento del vínculo con los vecinos lo que conspira contra la efectividad de la llamada “policía de proximidad”, pero su respuesta no fue convincente. 

Llegan los movileros radiales y televisivos. Palmaditas en el hombro, intercambio de bromas y sonrisas, para amenizar el show de las declaraciones por comenzar.    

 

 

 

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