Opinión: Riquelme va tener que entregar el vestuario y dárselo a un DT de jerarquía

Román no esperó, porque ya sabía el final de la película. Apenas Franco Jara metió el gol tras el rebote en Brey, el presidente de Boca se eyectó de su silla y bajó al vestuario: no tenía más nada que ver del desastre de la noche en Alberdi. La presencia de Riquelme en el centro de la escena es, antes que nada, un reconocimiento, consciente o inconsciente, de su propia responsabilidad en esta crisis, la más profunda desde que asumió su rol de dirigente, allá por finales de 2019.

La impericia del presidente en la elección de los entrenadores, la administración de la relación con cada uno de ellos, su incapacidad para discernir su rol como dirigente e ídolo máximo de la historia del club y la imposibilidad de resistir la tentación de intervenir directamente sobre cuestiones del plantel (de la que el archivo es generoso en ejemplos), lo ponen en la obligación de revisar sus actitudes a fondo, porque va a tener que cambiar si quiere que las cosas sean diferentes.

¿Por qué lo haría hoy cuando no lo hizo antes? Primero, por la sucesión de fracasos que, inexorablemente, ya afectan la evaluación del medio y de la gente sobre su gestión, al punto que la cataforesis de su condición de ídolo comienza a mostrar evidentes síntomas de agrietamiento.

Miguel Russo con 60 partidos, Sebastián Battaglia con 55, Hugo Ibarra con 36, Jorge Almirón con 43 y Diego Martínez con 45. Los entrenadores de la era Román tienen un factor común: ninguno pudo establecerse en el tiempo, generar un patrón, un recorrido, escaparle a la urgencia del momento. De todos, Martínez representa el elegido del Riquelme presidente, por lo que el peso del despiste lo afecta más aún que en los casos anteriores.

Los síntomas no asoman alentadores: un Riquelme despreocupado, desconectado de la gravedad de la situación, no contribuye al momento. “Es deporte”, minimizó el presidente cuando se iba. Impermeable a la tormenta, no parece ser consciente de que, esta vez, la crisis lo pone a él en el centro del huracán.

Como nunca antes, es el mismo Román el que necesita un paraguas, alguien que lo preserve, lo ubique más en su rol dirigencial, lo aleje del vestuario y lo acerque a un papel institucional, de conducción estratégica, fuera de la primera línea de fuego. Riquelme, en otras palabras, debe entregar el vestuario, traer a un entrenador de jerarquía, formado, y darle el control total, ceder la botonera por una vez, y dejar de traer técnicos novatos, de media cocción, que se arrebatan al primer fuego. Así le fue…

«Hay que tomar las cosas con calma. Estamos, a ver cómo lo podemos llamar, estamos dolidos, tristes porque queremos que el equipo compita. Lo más importante para mí es mandarle a los hinchas un abrazo grande, pedirles disculpas porque el equipo no está compitiendo. Tenemos que mirar para adelante, quedan muchos partidos. Ahora a pensar en Argentinos».

«Que miren de otra manera, que quieran trasladar algo diferente o que parece que estamos en una guerra, no; yo no lo vivo así. Trato de ser claro y sincero, es un deporte y no estamos compitiendo. Entre todos vamos a salir de esto».

«Recién se acaba de ir el técnico. Teníamos la ilusión de hacerlo bien, de conseguir un triunfo, no se jugó bien. Eso es lo que más duele. Por eso la disculpas al hincha. Debemos mirar para adentro y tragar saliva».