(Mario Albera) La masiva marcha universitaria en todo el país le deja un mensaje al gobierno de Javier Milei: la educación pública no debe ser concebida solo como un gasto, sino como una inversión. Una inversión a futuro en capital humano para igualar oportunidades, entre los que tienen acceso y no tendrían acceso al conocimiento de no existir las universidades públicas. 

Que por ser públicas no son gratuitas, y menos universales. El acceso al conocimiento en las aulas universitarias se costea con el pago de nuestros impuestos. Con más razón, el gobierno debe devolver las contribuciones ciudadanas con servicios. Y si para el ideario mileísta la educación pública no es esencial, pues entonces que impulse la reforma de la Constitución Nacional. 

La educación pública no puede ser abordada con un criterio excesivamente fiscalista. Quizá este sea el máximo error del gobierno nacional, la de no excluir a la educación del recorte uniforme para todas las áreas del Estado, por caso las transferencias discrecionales a las provincias y la suspensión de la obra pública. Es cierto que el gobierno auxilió en las últimas horas a las universidades con nuevas partidas para desactivar la protesta, pero el congelamiento presupuestario y la alta inflación en franco descenso provoca atraso en sueldos docentes y no docentes, y en asignación de partidas para proyectos de investigación en curso.  

El gobierno pretende parar la pelota para revisar cómo se ejecuta el gasto en las universidades. Está bien poner el foco en esa revisión, pero no a expensas de hacer peligrar el funcionamiento de los claustros.  Esto no está pasando, pero podría pasar en caso de que se agudice el recorte. No parece probable después del contundente reclamo de ayer. La vicerrectora de la UNC, Mariela Marchisio, en una entrevista por Canal 10 le dijo a colegas de Perfil Córdoba que si bien se trabaja con el presupuesto del año pasado, el gobierno “viene cumpliendo” con el envío de partidas, y reveló que el gasto universitario viene congelado desde el año 2022.  

Esto desmentiría una de las premisas de la masiva convocatoria federal de que Milei pretendería “cerrar” la universidad pública. Esto es falso. Podría ser el resultado probable del desfinanciamiento, pero como dice la vicerrectora esto no está pasando.  

No hay nada mejor para el relato universitario, esto es el sector supuestamente ilustrado de la población, que un liberal presida los destinos del país. Y ni hablar si ese liberal además se declara “minarquista” y “anarco capitalista”, alguien que pretende reducir la presencia del Estado al mínimo posible. Así como el presidente exhibe su desprecio hacia lo público en general, los sectores supuestamente ilustrados exhiben su aversión hacia el liberalismo económico presidencial al que asocian con la fuente del mal.  Y anteponen románticamente la balada de lo público, como todo lo que está bien y no merece, siquiera, ser auditado para ser transparentado. Quienes osen interpretar una balada distinta, son señalados por la “policía del pensamiento”. 

El Estado omnipresente regulando los ámbitos de la vida pública y hasta privada nos trajo hasta acá: los indicadores económicos, sociales y educativos, en retroceso en los últimos años, desmiente las bondades del supuesto Estado benefactor montado al calor del populismo gobernante.  “La UBA no se vende”, reza el cartel de los manifestantes. Casi un contrasentido en un país hipotecado. 

Antes que el trabajo, está la educación. Y antes que la educación, está el poder comer. El trabajo y la educación dignifican, pero hoy  dignifica más poder acceder a la alimentación básica. El combate a la inflación que ha encarado el gobierno nacional busca empezar por lo primero: facilitar el acceso a los alimentos de la población a partir de una recuperación del valor de la moneda. Ese es el norte principal, y en esto está enfrascado.   

Provocativo, legaba Perón: “El bruto siempre es peor que un malo, porque el malo suele tener remedio, el bruto no. He visto muchos malos que se han vuelto buenos, no he visto jamás un bruto que se haya vuelto inteligente”.

Cabría preguntarse si el embrutecimiento solo anida afuera de los claustros. 

 

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