(Mario Albera) “Una de las cosas que tenemos que enseñarles a los chicos y a las chicas es a manejar las crisis.  A resolver las crisis. Porque eso da madurez. Todos fuimos jóvenes sin experiencia y a veces los chicos y las chicas se aferran a milagros, a mesías, a que las cosas se resuelven de manera mesiánica. El Mesías es uno solo que nos salvó a todos. Los demás son todos payasos de mesianismo”, declaró el Papa Francisco en una entrevista exclusiva con Télam este 16 de octubre.

A horas de la elección general de octubre, el sumo pontífice le ofrece una entrevista a la agencia estatal de noticias para enviarle un mensaje a los jóvenes, aquellos que forman parte del núcleo duro de votantes del libertario Javier Milei. Según las encuestas, en el segmento de votación por edad el 48% de los apoyos a Milei están entre los 16-25 años.  Pura coincidencia papal. 

Sin animarse a nombrarlo con nombre y apellido, y haciendo gala de la diplomacia vaticana, Jorge Mario Bergoglio llama “payaso de mesianismo” al candidato a presidente de La Libertad Avanza. Según la RAE, el mesianismo es la “creencia en la llegada del Mesías, que liberará al pueblo judío y pondrá fin al orden establecido instaurando un nuevo orden basado en la justicia y en la felicidad”. Los argentinos ya experimentamos una presidenta con ínfulas mesiánicas que prometía liberar al pueblo de las cadenas de las corporaciones empresariales y mediáticas e instaurar un nuevo orden basado en la justicia social y en la felicidad popular. Pero Francisco mide a Cristina Kirchner con otra vara política.

Otro significado de mesianismo es la “confianza en un futuro mejor y en la solución de problemas sociales mediante la intervención de una persona en la que se pone una confianza absoluta”. Los argentinos que votan a Milei, a Massa o Bullrich, tienen su derecho en confiar en la solución de problemas económicos y sociales mediante la intervención de una persona en la que se confía absolutamente. Al fin y al cabo, este es un país presidencialista, donde la figura del presidente predomina sobre otros poderes. 

Pero la Iglesia Católica Argentina, a través de la Conferencia Episcopal, convocó a las fuerzas políticas y candidatos a generar “espacios de diálogo” y a lograr un “acuerdo político, social y económico de gobernabilidad”, porque considera que “nadie se salva solo”. El llamado de la iglesia parece apuntado especialmente a Milei, quien muestra dificultades para generar “espacios de diálogo y encuentro” con los opositores, no tanto con el oficialismo gobernante, pero sí con Juntos por el Cambio. 

 En las crisis sufridas en 40 años de democracia por este país, siempre se salió con diálogo, salvo en los últimos 20 años donde pareció primar la prepotencia y arrogancia del “vamos por todo” o de los globos amarillos. La maldita grieta. En el contexto de la hiperinflación y saqueos de 1989, Ricardo Alfonsín tuvo la integridad de adelantarle la entrega de poder al vencedor electoral, el peronista Carlos Menem. En la crisis de la Convertibilidad, Alfonsín y Eduardo Duhalde hicieron un acuerdo para ordenar la transición del caos delarruista. Los comportamientos mesiánicos que pudieran haber tenido algunos de ellos, quedaron relegados por la salud de las instituciones. Pensar que la figura de Alfonsín luego fue bastardeada por el aprovechamiento político de la violación de los derechos humanos de los setenta y por alfonsinistas que pegaron el salto al kirchnerismo. Por caso, su hijo, Ricardito Alfonsín, embajador en España de este gobierno. 

Los únicos candidatos a presidente que propusieron “un acuerdo nacional” para sacar al país de la actual crisis económica y social fueron Horacio Rodríguez Larreta y Juan Schiaretti. El jefe de gobierno porteño, que finalmente perdió la interna partidaria, había insistido en la necesidad de ampliar el espacio de Juntos por el Cambio para construir una nueva mayoría porque decía que “no sirve con el 50% más uno”, sino que hace falta “70% de consenso” para transformar al país y garantizar la gobernabilidad. Schiaretti coincidía con esto al hablar de conformar “un frente de frentes”. Sin embargo, ambos terminaron duramente cuestionados por los halcones de la grieta como Mauricio Macri y Patricia Bullrich. Ahora, el que retomó la necesidad de un acuerdo nacional es Massa.

Para garantizar la gobernabilidad, Milei tendrá indefectiblemente que hacer acuerdos y buscar aliados en el Congreso para obtener la sanción de las reformas más allá de su intolerancia y personalismo. La alianza con el gastronómico Luis Barrionuevo puede interpretarse como un dato de que sin casta no hay gobernabilidad posible. Lo mismo hará el resto; de hecho, en el ballotage comenzará el baile de gestos y posicionamientos de los que ganen para atraer el voto que dejarán huérfanos los que pierdan. 

Puede que la gente pida o necesite un Mesías -y no solo los jóvenes- que haga un cambio de raíz en una “Argentina arrasada”, le gusta decir a Bullrich, en lo social y lo económico. Pero ninguno de los candidatos en danza genera la confianza suficiente para garantizar gobernabilidad absoluta y llevar a cabo lo que propone sin sobresaltos. Más cuando las Paso sentenciaron un país de tres tercios. Claro que el sistema de coaliciones (Frente de Todos y Juntos por el Cambio) puede implosionar si el cisne negro de Milei se impone. Se verá si el libertario termina siendo un “payaso mesiánico” como el Papa lo llamó sin nombrarlo. 

 

  

 

  

 

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