¿Cómo puede entenderse el pobrísimo rendimiento de River en Liniers? ¿Es un evento excepcional, una mala noche pasada por agua, o es el punto más bajo de una tendencia decreciente por la que el equipo de Martín Demichelis juega cada vez peor fuera del Monumental? Contra Vélez, un Vélez que arrancó el partido en puestos de descenso, se vio la versión más baja del equipo en toda la era MD. Tal vez sea que una parte del alma del CARP haya quedado todavía deambulando por el Beira-Rio: ese estado de ánimo aún en duelo, contrastado con el de un rival que se estaba jugando una final del mundo, pudo haber resultado en una imagen tan pero tan desdibujada como la que se vio en el Amalfitani.

Pues bien, o River hace rápido un lavado de cabeza y se convence de que la Copa de la Liga es importante o esto le pasará seguido: en su zona de este torneo local, la única competencia que tiene por delante hasta fin de año, deberá que enfrentarse a casi todos los equipos que pelean por mantener la categoría, que van a dejar la piel como hicieron ayer los dirigidos por el Gallego Méndez. Vélez le ganó a River todas las pelotas divididas, con una diferencia de intensidad muy extraña en el último campeón.

Pero, por lo demás, con la pelota tampoco hubo respuestas, ni colectivas ni individuales. Y las decisiones de Demichelis para armar el 11, en ese punto, parecieron ir en el sentido opuesto a recuperar la memoria del que ayer nomás se consagró holgadamente contra los mismos rivales que hoy lo complican: del enjambre de los cinco volantes con un volumen de juego y de pases muy alto se pasó al diagrama de un equipo cortado, con delanteros muy lejos de la línea de medios, sin juntar toques y casi sin patear al arco (ni una vez en todo el primer tiempo, de hecho). Vendrá bien, en todo caso, este parate para recalcular: peor que en Liniers no se puede jugar.

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