La escritora Norma Morandini lanzó “Silencios, memoria ruidosa sobre lo acallado” (Sudamericana), un libro en el que se anima a develar la intimidad del dolor por la desaparición de sus hermanos, pero desde una historia colectiva de la última dictadura militar en Argentina.

En una especie de narración autobiográfica, la periodista nacida en Córdoba indaga sobre el destino personal de sus hermanos Néstor y Cristina, presos desaparecidos en la ESMA y arrojados en los vuelos de la muerte.

La ex legisladora nacional, además, cuestiona la apropiación de los derechos humanos y del relato de la historia por parte del kirchnerismo y retoma la necesidad de una construcción del pasado con un abordaje plural, con el fin de alcanzar una conversación democrática y así evitar “matarnos a perpetuidad”.

El confinamiento en España, donde contrajo Covid-19 al inicio de la pandemia, la llevó a una introspección que dio luz a escribir y compartir sus silencios después de más de 40 años.

¿Cómo surgió el nuevo libro?

Estaba en una casa con gustos literarios que no eran los míos, y a mi alcance estaba llena de ensayos de cómo lidiar con el pasado trágico, como la actitud que tuvieron los intelectuales con los campos de concentración.

Hanna Arendt señala que el nazismo partió la historia de la humanidad y obligó a pensar nuevas categorías. Trasladando al caso de Argentina, la dictadura partió la historia contemporánea y estamos obligados a pensar qué nos pasó, pero en toda su dimensión. Si congelamos entre víctimas y verdugos, se nos cancela la posibilidad de hacer un abordaje integral. Y en los silencios que uno calla, por miedo o pudor, la persona se aísla y se cancela el pensamiento y la política. 

A partir de 2004 se agrega que el kirchnerismo se apropió de los derechos humanos. Todo el mundo tiene derecho a una visión, pero la memoria es un hecho colectivo.

¿Por qué ese silencio “estalla” más de 40 años después?

La vida de uno se confunde con la vida del país, lo que a mí me justifica como ser humano. Hay un poema muy hermoso de Jorge Luis Borges, que dice: “Somos la justificación de nuestros muertos”. A mí lo que me justifica es lo que nos ha pasado en términos familiares, pero también colectivos. Yo llego a los derechos humanos con la denuncia de la violación, pero gracias a la participación política entendí lo que significa la filosofía jurídica de los derechos humanos como derechos democráticos, universales, que no son de derecha ni de izquierda.

¿Por qué en la actualidad hay nuevas divisiones políticas que nos confrontan?

Yo me lo pregunto como todos. ¿Qué nos ha pasado? Denunciamos la violación de derechos humanos, pero postergamos una cultura auténtica democrática, porque si somos realmente democráticos y queremos vivir en democracia, no tenemos que hacer otra cosa que respetarnos en la diferencia. En democracia no es relevante pensar diferente, lo que es relevante es cuánto nos respetamos en la diferencia. La unanimidad es de la dictadura, el culto a la personalidad es de los gobiernos autocráticos. 

Hay una parte de nuestra sociedad indiferente, que mira para otro lado

Mi libro es, tal vez, un aporte ingenuo de poder intentar la conversación democrática, porque cuando hay gritos no podemos conversar ni escucharnos. Cuando no decimos lo que pensamos tampoco podemos conversar, porque el diálogo no es honesto. Hoy hay mucho grito, los que osamos contrariar al relato oficial quedamos expuestos a todo tipo de descalificación e insulto. Pero hay que intentar la conversación democrática, porque sino la que se va invalidando es la propia democracia.

En su anterior libro escribió que nada revela más al país que sus muertos: desaparecidos, soldados en Malvinas, atentado a la AMIA, represión en el 2001, Cromañón y ahora muertos por Covid-19. ¿En Argentina vivimos en constante tragedia?

A mí siempre me impresiona el por qué siempre somos una sociedad movida a sus muertos, y que además no conseguimos unirnos en el mismo dolor. Cada uno va con sus propias pérdidas, con sus propios muertos. Es muy profundo y hondo, y siempre espero que los intelectuales hagan un aporte verdadero, que tengan coraje de indagar desde la filosofía. Sin embargo, han silenciado cualquier actitud crítica en relación a lo que nos pasa, para que ayuden a explicar por qué nos ha pasado.

Recuerdo las idas en silencio con mi madre a la plaza de Mayo y a la plaza San Martín, eran marchas en silencio, de recogimiento, no hay intimidad mayor que la del dolor. Cuando veo que se grita, empiezo a dudar si efectivamente hay un acercamiento humano a lo que nos pasó. Ahora se nos dice cómo debemos hablar, se hace desaparecer la opinión diferente. Por qué se dice ex ESMA, si la ESMA va a seguir siendo lo que ha sido siempre: el más tenebroso de los campos de detención. Hay muchas cosas silenciadas, y por eso aparece el grito, porque no nos animamos a encarar la verdad. A la historia hay que encararla con verdad, integrando todas las partes, no puede ser que sigamos haciendo política invocando a los muertos.

¿La sociedad argentina es poco tolerante que no es capaz de reconocerse en la misma tragedia?

Creo que hay indiferencia. Lo más grave que le pasa a una sociedad son las tiranías, guerras civiles y la humillación de una guerra perdida. Pero creo que no tomamos conciencia, se equipara con mucha facilidad lo que pasó con Alemania. Los campos de concentración con los campos clandestinos, pero no nos hemos acercado a ver qué han hecho los alemanes, que por algo se convirtieron en una nación respetable en el mundo, cómo tienen una obsesión de construir cultura democrática y el pasado está todo el tiempo presente en la educación democrática. 

Es necesario educar en libertad para que cada uno pueda pensar libremente y no tenga que repetir las consignas. Pensar libremente significa tener responsabilidad, es decir, tenemos libertad pero ser responsables con esa libertad, porque todos nuestros actos tienen consecuencia en los otros.

¿Queremos matarnos a perpetuidad? Por supuesto que no, y si no queremos matarnos a perpetuidad, hay que comprometerse con el presente.

Muchas de las cosas que pasan en la dificultad es que nos ofendemos personalmente, y de eso no se vuelve. Yo repito la enseñanza de mi nuera: “Sólo dí palabras dulces, no vaya a ser que te las tengas que tragar”. Y acá solo decimos palabras amargas, y si uno se traga palabras amargas, tiene actitudes amargas. La próxima vez que vea al que me ofendió, tengo que hacer un gran trabajo para no devolverle al otro lo que yo recibí. 

Eso es lo que ha ido contaminando, vale para la política, el gobierno y el periodismo que estamos haciendo. Si yo no defiendo mi libro, solo se grita y habla de personas, no podemos encarar temas. La política se convirtió en el arte de postergar los problemas. Todo esto ha ido distorsionando una cultura de convivencia que lleva a que unos pocos griten fuerte, algunos susurramos y el resto no habla por miedo.

¿Estamos a tiempo para encarar un diálogo maduro?

Sí, hay que confiar en eso, por eso la conciencia. Hay una parte nuestra que va muy frívolamente por encima de las cuestiones, pero estamos a tiempo. Estamos a tiempo para que esto no se convierta en una confrontación, tiene que ser una lucha a favor, no en contra de nadie. Una lucha a favor de vivir en democracia, y esto nos obliga a respetarnos, escucharnos y saber que las diferencias nos dan la misma igualdad, porque sino la pregunta perturbadora es: ¿Queremos matarnos a perpetuidad? Por supuesto que no, y si no queremos matarnos a perpetuidad, hay que comprometerse con el presente. No se puede seguir eludiendo por comodidad el ejercicio de los derechos. Hay una parte de nuestra sociedad indiferente, que mira para otro lado, que solo habla de lo económico, y con un discurso político tan contaminado.

Ojalá el libro sirva para intentar la conversación democrática. Este es mi aporte y deseo para intentar empezar conversaciones democráticas: escuchándonos y respetándonos.