Telam SE

Una racha de malas rachas

Todo empieza con un pequeño accidente, casi imperceptible: se cacha un plato, se te rompe una uña, se te cae un botón, se acaban las pilas del remoto de la tele a las 12 de la noche… algo absolutamente intrascendente. Pero cuando te querés acordar, es ese pequeño accidente, que hace comenzar una mala racha. Porque cuando viene la mala, viene la mala toda junta.

Tenés que imprimir un par de hojas antes de salir. Y la impresora se quedó sin tinta. Ya sabés lo que viene: conseguir un repuesto, aunque no sea el original, costará una cantidad que  incluye la frase “miles de pesos”. Te querés mandar el archivo por correo electrónico pero mientras luchabas con la impresora, ¡se te reinició Windows! Y te sale el cartel fatídico: “no apague la computadora. Windows se está actualizando. 1%… 1%… 1%” y así durante 4 horas.

Vos lo atribuís a cuestiones informáticas, le ponés onda positiva, pero vas a tomar algo a la heladera y comprobás que no está tan fría la gaseosa como suele estar. Y abrís el freezer o el congelador, y en medio de la laguna donde nadan dos salchichas, los restos de unas lentejas o lo que fueron unos chorizos a la pomarola, hasta puede emerger el monstruo de Loch Ness.

Y tenés que llamar al técnico. Y no solo eso: tenés que rogarle que venga lo antes posible, porque no se puede vivir sin heladera. Y lo llamás. Pero estás recién al comienzo de la mala racha. Y cuando agarrás el celular… ¡no hay señal! Ni un cuarto de rayita que te permita al menos mandarle un S.O.S.

Intentás calmarte. No es fácil. Vas al cajón de los medicamentos. Ahí está, la ves, es la caja del ansiolítico esperándote… ¡pero está vacía! Y el médico está de vacaciones y no tenés quien te haga una receta y el de la farmacia no te lo va a dar sin receta porque ya le debés la receta del mes anterior, cosa que te olvidaste de darle, porque ahora te das cuenta de que anotaste mal en la agenda del celu el día en que tenías que pedirle las recetas al médico.

Calma. No es fácil, pero intentás calmarte. “Vamos por lo natural”, te decís, y enfilás hacia la caja de té de tilo. La abrís, ya con cierto temor a que no haya nada, y… ¡queda el último saquito! Ah… La suerte parece estar cambiando.

Ponés la pava al fuego, y te das cuenta de que volvió la señal del celu. Y llamás al técnico de la heladera que te dice que va ir pasado mañana, que no te preocupes que como mucho te puede salir una cifra que siempre incluye la palabra “miles de pesos”.

Un frío que podría congelar los chorizos aún derretidos y que nadan en tu freezer recorre tu espalda. Le decís que si, que venga.
Y se te hierve el agua, pero no importa: agarrás la taza, metés el saquito, tirás el agua… ¡y se rompe el saquito de té de tilo!

En la calentura de no poder creer lo que pasa, golpeás la taza, ésta cae al piso, se rompe en mil pedazos y te quemás el dedo gordo del pie. Hielo no le podés poner porque no anda la heladera. Vas al baño, al botiquín a buscar alguna crema. Entrás al baño, encontrás la crema, te sentas en el inodoro para ponerte un poco y en ese preciso instante, sentís que algo cae sobre tu cabeza. No le das importancia. Duele mucho el dedo gordo. Pero cae otra vez algo sobre tu cabeza. Levantás la vista y al lado de tu vida el infierno ya parece un spa holístico: ¡una gotera en el techo! Cae agua del depto de arriba. Y mucha. Y el dueño del depto de arriba no está, y vuelve la semana que viene…

Te calmás, a la fuerza, y decidís abandonar tu hogar. Que sea lo que dios quiera. Te vas al laburo. Llegar un rato antes no te va a matar. Arrancás el auto. Bah… lo intentás… porque no arranca. No hay caso. Le das y le das, pero no… obviamente es la batería. El mecánico te dijo que la tenías que cambiar, pero vos no tenías la cantidad que viene acompañada de la frase “miles de pesos” para cambiarla en ese momento.

Decidís tomar el colectivo. Pero al salir de tu casa no te percataste de que estaba por largarse a llover. Y se larga a llover. Y no tenés paraguas. Y se levanta viento. Y se larga con todo, y un colectivo que pasa te baña de pies a cabeza. Decidís tomar un taxi. Viene uno, lo parás. El chofer te hace señas de que no te va a parar, que tiene un viaje de radio.

Viene el colectivo. “Ma si. Voy en bondi”. Subís. Agradecés al conductor, pero al buscar… no encontrás la SUBE. Porque no estaba previsto que tuvieras que usar la SUBE. Mientras buscás locamente la SUBE, va subiendo otra gente al colectivo y un señor con bastón te lo apoya justo en el dedo gordo que te habías quemado.

Te bajás, y sigue lloviendo. Te tapas con lo que podés, pero de repente sentís que algo más grueso que una gota de agua te acaba de caer en el hombro. Y si… una paloma hizo lo suyo. Y la prenda es de cuero. Y se está mojando. Y te costó en su momento una cifra que contenía la frase “miles de pesos”, así que imaginás que arreglarla, si es que se logra, te llevará a escuchar otra frase que diga “miles de pesos”.

Te volvés a tu casa. Entrás, te secás, tratás de calmarte. Te servís un vaso de agua y como para calmar la ansiedad, abrís un paquete de galletitas. Le pegás un mordiscón… y te empieza a doler la muela. Y vos sabés que es la muela que el dentista te dijo que si te empezaba a doler había que hacerle un conducto, perno y corona. Y un conducto, perno y corona son muchos “miles de pesos”.

Y tu cabeza hace cálculos mentales de miles y miles de pesos y de establecer prioridades: ¿qué arreglo: la heladera o “el comedor con perno y corona”? ¿La batería del auto, la prenda de cuero?  Y no podés creer la mala racha que estás pasando.

Tanto que agarrás el elefante indio con el billete de un dólar y lo tirás a la basura, tirás la cintita roja, el atrapa sueños, la pata de conejo, la herradura, la ristra de ajo, el gatito chino que mueve la mano, el ojo de Horus, todo, todo, a la basura.

Porque no hay nada que ayude a cortar esta mala racha… y ya exhausto, te calmás. Te relajás, te entregás a la mala racha, y pensás: “son cosas materiales. Todo se va a solucionar de alguna manera. Lo mío no es mala suerte. Lo importante no es lo material. Es el amor de una familia, de una pareja que te quiere, de saber que está todo bien en tu relación”. hasta que de repente, desde el fondo de la habitación escuchás a tu pareja decirte, en un tono bastante imperativo “Tenemos que hablar”.

Y lo único que te queda por hacer, lo único, es agarrar la planta de ruda macho e ir comiéndote hojita por hojita. Total, en la compu Windows sigue actualizando 23%…23%…23%…23%….

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