Los integrantes del Operativo Cóndor. Mientras ellos llegaban a las islas, el dictador Onganía se reunía con el Príncipe Felipe, consorte de la reina británica.

Los integrantes del Operativo Cóndor. Mientras ellos llegaban a las islas, el dictador Onganía se reunía con el Príncipe Felipe, consorte de la reina británica.

Durante la mañana del 28 de septiembre de 1966, las nubes proyectaban sobre Puerto Stanley una morosa luminosidad. Entonces se escuchó un rugido que bien podía confundirse con un trueno. Al menos eso creyó el tesorero colonial, Leslie Charles Gleadell, a cargo del gobierno interino de las islas Malvinas. La impresión no tardó en sucumbir bajo la persistencia de ese eco, justo cuando sonaba el teléfono.

Desde el otro lado de la línea, alguien se atragantaba con las palabras; era el oficial del Special Army Service (SAS) que comandaba la base militar.

Sir Leslie intentó serenarlo. Y para mitigar su propio nerviosismo, apuntó los ojos hacia la abúlica pradera que se extendía a través del ventanal. Fue en ese preciso instante cuando vio un enorme avión que se abría paso entre la bruma para aterrizar en la pista del hipódromo local.

Dentro de esa nave, el gobernador de Tierra del Fuego, contralmirante José Guzmán, permanecía con el rostro crispado y el cuerpo hecho un ovillo. Junto a él, una mujer rezaba. En tanto, arrodillado sobre su butaca, un hombre le sacaba fotografías a un muchacho abrazado al respaldo de un asiento para no perder el equilibrio. El tipo lucía anteojos con mucho aumento y una pistola Mauser.

El avión, un Douglas DC4 de Aerolíneas Argentinas, carreteó unos 600 metros por aquel campo embarrado. Segundos después, la escotilla se abrió. Y allí, exultante, estaba el de la Mauser y otro individuo que portaba una Beretta recortada. Tras ellos, otras 16 siluetas armadas –todas vestidas con el mismo modelo de anorak, a modo de uniforme – estallaron en júbilo, como si fueran estudiantes en viaje de egresados. No obstante, eran los protagonistas de una rocambolesca epopeya: el “Operativo Cóndor”.

El fotógrafo, desde la escalerilla, no dejaba de disparar su cámara. Era nada menos que el dueño del diario Crónica, Héctor Ricardo García.

El cazador de primicias

Héctor Ricardo García, el director de Crónica, que viajó para retratar el Operativo.

Héctor Ricardo García, el director de Crónica, que viajó para retratar el Operativo.

Una semana antes, García fue visto en la confitería El Ciervo, de Corrientes y Callao. Desde una mesa escrutaba con insistencia el reloj. Hasta que un joven muy delgado y con rulos tomó asiento junto a él.

Se trataba de Dardo Cabo. Con 25 años recién cumplidos, encabezaba el Movimiento Nueva Argentina (MNA), una modesta “orga” perteneciente a la segunda camada generacional de la resistencia peronista.

En junio de aquel año el general Juan Carlos Onganía había tomado el poder, y el escenario político se enrarecía a pasos agigantados.

De aquello hablaron ambos hasta que el mozo les sirvió una Coca Cola y un té. Recién entonces fue abordado el asunto que los llevó hasta ese lugar: la inminencia de la aventura del MNA en el Atlántico Sur; o sea, desembarcar en las Malvinas –un territorio vedado para los argentinos– “de prepo”.

Cabe destacar que, por entonces, varios grupos acariciaban tal proyecto. Tanto es así que otra agrupación, el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNR-T) –una escisión hacia la izquierda de algunos militantes de la Tacuara original, encabezados por Luis Nell– hasta compró un barquito a tal efecto. Pero el MNA estaba por ganarles de mano.

Entre los puntos tratados en esa ocasión por Cabo y García resalta el envío de un fotógrafo de Crónica a la travesía. Sería injusto soslayar el interés casi obsesivo de García por tales islas, casi una asignatura pendiente.

Porque, en 1964, un amigote suyo, el aviador Miguel Fitzgerald, aterrizó a hurtadillas en las Malvinas, pudiendo plantar allí una bandera argentina y leer una proclama ante un pequeño grupo de kelpers. Pero, debido a las reducidas dimensiones de su Cessna 180, le fue imposible viajar acompañado por un reportero gráfico del diario. Y ahora, García estaba por cobrarse la revancha.

Dardo Cabo, el militante que sería acribillado en 1977 durante la sangrienta dictadura de Videla.

Dardo Cabo, el militante que sería acribillado en 1977 durante la sangrienta dictadura de Videla.

El relato histórico del episodio afirma que el proyecto tuvo tres fuentes de financiación; a saber: el pope metalúrgico de esos días, Augusto Timoteo Vandor; el empresario peronista César Cao Saravia y el mismísimo García, a cambio de la primicia periodística.

Pero, curiosamente, en sus memorias, «La culpa la tuve yo» (editadas por Planeta en 2012), niega la versión de su aporte monetario –quizás por algún tema legal–, dejando entrever que el MNA le cedió tal “exclusiva” únicamente por razones propagandísticas, y sin que a él le costara un centavo.

De lo que no hay ninguna controversia es sobre el final del diálogo que Cabo y él mantuvieron en El Ciervo antes de despedirse:

–¿Cómo se llama el fotógrafo que irá? –quiso saber el militante.

–Eso por ahora no te lo puedo decir.

–¿Cómo lo reconoceremos?

–Ya se van a dar cuenta por los bolsos con equipo fotográfico.

¡El avión está tomado!

En el atardecer del 27 de septiembre, Cabo trepó a un colectivo de la línea 41 que lo llevó hacia a Munro. Luego fue a pie hasta un local de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM). Allí ya estaban Juan Carlos Rodríguez, Andrés Casillo, Pablo Tursi, Aljandro Giovenco –a quien, por sus gafas con mucho aumento, llamaban “El Chicato”–, y la única mujer del grupo, María Verrier. Era hija de un juez y novia de Dardo. Los otros “cóndores” fueron apareciendo de a poco. En ese lugar fueron ultimados los preparativos de la operación.

Eran los primeros minutos del miércoles cuando llegaron por separados al Aeroparque Jorge Newbery. Allí, con disimulo, se mezclaron con el resto de los pasajeros. Entre ellos estaba García. Asombrado por su presencia, Dardo le sopló al oído:

–¿El fotógrafo no vino?

La respuesta fue antológica:

–Me acordé que yo era fotógrafo.

El vuelo de Aerolíneas partió en horario hacia Río Gallegos. Cerca de las 4, cuando la nave sobrevolaba la localidad santacruceña de San Julián, Cabo y Giovenco enfilaron hacia la cabina del piloto. Castillo fue por el operador de radio, mientras Rodríguez y Tursi abordaban a las azafatas con una frase inquietante:

–¡El avión está tomado!

Ellas creyeron que era una broma y convidaron dos generosas medidas de whisky a esos muchachos.

En aquel momento, para asombro de todos, el avión giró hacia el mar. Fue el primer acto de piratería aérea en la historia argentina.

El DC4, tras atravesar el océano casi a ciegas, aterrizó en Malvinas con una reserva de combustible para apenas dos minutos. Ante la atónita mirada de los efectivos militares de la isla –formado por mercenarios belgas de la guerra del Congo y una milicia civil comandada por el oficial de la SAS– los visitantes desplegaron siete banderas argentinas. Y después divulgaron un comunicado radial para ser emitido en el continente, además de rebautizar el lugar con el nombre de Puerto Rivero, en homenaje al gaucho que se rebeló contra los ingleses en el siglo XIX.

Aquel hecho no fue muy oportuno. Ese mismo día, el canciller Nicanor Costa Méndez abordaría el tema Malvinas ante la Asamblea de ONU. Pero lo peor fue que Onganía debía jugar al polo con el príncipe Felipe, consorte de la reina de Inglaterra, de visita oficial en el país. Paralelamente, distintos sectores se manifestaban en apoyo al Operativo Cóndor y Vandor amenazaba con un paro general.

Fogonazos del final

Con el paso de las horas, los acontecimientos se fueron tornando dramáticos. La nave fue rodeada por varias camionetas y cien isleños armados. García, con su cámara entre las manos, se les acercó para ametrallarlos a puro fogonazo de flash. Bajo la lluvia y el frío, encandilados por reflectores y con los nervios de punta debido a la música que los kelpers propalaban con potentes parlantes, los “cóndores” solicitaron a un cura holandés que oficiara misa en el avión.

Recién a la noche siguiente, después de hacer una formación frente a un mástil y entonar otra vez el himno, el grupo entregó las armas al comandante del avión, quien era la única autoridad que reconocían. Para ese entonces, la tripulación y los pasajeros permanecían alojados en casas de los isleños.

A García le confiscaron la cámara y todos los rollos. Pero se las ingenió para ordenar por radio el envío de un emisario a Río Gallegos con el propósito de comprar fotos sacadas por otros pasajeros, en caso de quedar detenido.

Eso sucedió. El director de Crónica fue arrestado por los ingleses, tras una delación del contraalmirante Guzmán. Sus captores lo sindicaban como “interprete” del grupo. En la mañana siguiente lo llevaron al sitio donde estaba Cabo y sus muchachos.

El comando fue entregado a la tripulación del buque Bahía Buen Suceso. García fue excarcelado de inmediato. Unos 15 de “cóndores” recuperaron la libertad tres meses después. Rodríguez, Giovenco y Cabo estuvieron tres años presos. Este último se casó con María en la cárcel.

Dardo Cabo y el Operativo Cóndor

En la década del ’70, las vueltas ideológicas del destino encontraron a esos muchachos en bandos enfrentados. En 1974, Giovenco –ya en las filas de la ultraderechista Concentración Nacional Universitaria (CNU) – murió desangrado al explotar una bomba que llevaba en un portafolio.

Rodríguez y Tursi –convertidos en guardaespaldas de la UOM– cayeron acribillados en sendos tiroteos tras el golpe de 1976.

Andrés Castillo fue uno de los fundadores de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), sobrevivió a la ESMA y llegó a ser un dirigente la Asociación Bancaria.

Dardo Cabo, ya convertido en un cuadro de Montoneros, fue asesinado por la dictadura, durante un traslado desde una cárcel de La Plata, en 1977.

En 2012, la presidenta Cristina Fernández durante un acto en Itatí, Corrientes, en el que depositó ante la Virgen una de las banderas que flameó en las Islas Malvinas en el "Operativo Cóndor". (Foto: Germán Pomar/Télam)

En 2012, la presidenta Cristina Fernández durante un acto en Itatí, Corrientes, en el que depositó ante la Virgen una de las banderas que flameó en las Islas Malvinas en el «Operativo Cóndor». (Foto: Germán Pomar/Télam)

María Verrier, en 2015, le entregó las nueve banderas izadas en las islas a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, durante la inauguración en la ex ESMA del Museo Malvinas.

En aquella ceremonia, Héctor Ricardo García fue uno de los presentes. Cuatro años después –el 29 de junio de 2019– una placa roja se clavó en la pantalla de Crónica TV para informar su fallecimiento.  

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