Día 6
Oscar es un solo insulto. Le avisaron que estaba depositada la última quincena, fue al cajero y se encontró con una romería. Resignado, hizo una hora y media de cola, y cuando le tocó el turno el cajero le tragó la tarjeta; el plástico quedó trabado. “La reputa madre que lo parió”, se escuchó desde la calle, y se vio una pierna impactar en el cajero. Un efectivo se acerca y amenaza con demorarlo. Oscar -lentes colgados al pecho, camisa abierta, transpirado- lo ignora y busca atrapar la tarjeta con la punta de los dedos. Le consumió un minuto comprender que era un absurdo. Al empezar la retirada, empezó el señalamiento del resto por sacar de funcionamiento el cajero.
“Siempre hay un pelotudo”, dijo uno. “¿Y ahora qué hacemos, papi?”, le apuntó, irónico, otro. “No huyas, arregla lo que rompiste”, lo desafiaba un tercero. El policía caminaba a la par para evitar que Oscar reaccionara o fuera agredido. “¿Qué culpa tengo yo si en este barrio de mierda hay un solo cajero para un mundo de gente?”, vociferaba para atajar los dardos. Por eso cuando entró a la casa, estaba como estaba: furioso, impotente, y con las recriminaciones recibidas zumbándole en los oídos.
“¿Y ahora qué hacemos?”, le pregunta a su mujer, Silvia, que juega a los crucigramas. Además de la cuarentena, el presidente decretó el cese de la actividad bancaria. “¿Cómo recupero la tarjeta con el banco cerrado, decime, y dejá de hacer pelotudeces, vos?”, se enoja con su mujer. “Todavía nos quedan algunos ahorros, no te preocupes”, sonó Silvia, segura y tranquila, antes de proceder a levantarse con delicadeza e irse a la pieza con su revista Quijote. Oscar se quedó solo y furioso con la tele encendida.
En el canal local, desfilan las publicidades del gobierno de Córdoba: una promociona la “escuela digital” para que los chicos hagan los deberes en aulas digitales; y el otro donde se promociona el refuerzo de puestos de atención para recibir llamados por violencia de género, en tiempos de cuarentena.
“Mamá, llamá a la Nati, que no entiendo lo que dice acá, está todo borroso”, se escucha el grito de auxilio de Catriel desde la pieza.
Día 7
La Moni recibió un llamado telefónico desde el supermercado: “Tenemos una baja con carpeta médica y te necesitamos. Te espero mañana a las ocho”, le dijo el encargado. “Vieja, me llamaron del laburo, me necesitan porque una de las chicas cayó enferma”, cuenta. “Me alegro por vos hijita, viste que Dios dispone siempre, yo nunca dejo de rezar por todos”, suena Silvia, desde la lejanía del patio, donde tiende la ropa. “Virgen santa, llevate este bicho inmundo”, ruega, y el eco de su voz se eleva como una plegaria solitaria para fieles invisibles.
Oscar mandó a su nieto hasta el almacén de la esquina para que le cargue saldo al teléfono. Está desesperado llamando “a estos de la red Link que nunca te atienden”. Durante la mañana, pasó dos veces delante del cajero para verificar que siguiera fuera de funcionamiento con su tarjeta de débito encastrada en la ranura. “Ahí está la hija de mil puta”, maldijo, en un momento en que se agachó y acercó los ojos al artefacto. Con impotencia contenida, porque el cajero de al lado estaba meta escupir y tragar tarjetas de clientes que retiraban efectivo.
“Abuelo, le tenés que dar dos pesos al Andrés, por la carga”, le dice el nieto tras a su regreso del kiosco. “Bueno, tome para los caramelos y llévele esta moneda”, lo manda Oscar, más calmo ante la recuperación del saldo para llamadas. “Viejo, ¿mañana vamos a la obra?”, indaga Lucas a los gritos. Oscar no le contesta, está con el teléfono al oído, buscando piedad por su tarjeta. Pero se le viene a la mente la imagen del anuncio del presidente de la cuarentena total, lo vincula al requerimiento de su hijo, y suelta, letal: “Qué hijo más pelotudo el que me tocó”.
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