Seguramente usted estará pensando que hay un error en el título. Pero no. Vengo a contarle que contra el dicho habitual, es la ficción la que supera a la realidad.

Tomemos como ejemplo las fake news, o noticias falsas: son falsas, pero mucha gente las cree. La ficción superó a la realidad, por goleada, de visitante, con el referí en contra, con 5 jugadores menos en un partido de básquet.

Pero no es de ahora el problema. Viene de mucho antes. Porque el cine y la televisión nos han hecho creer que la realidad es como ellos la muestran. Y hay una gran diferencia entre la ficción y la realidad.


¿Cuál es en la ficción la idea de una cena romántica? Una cena a la luz de las velas. Y para mi una cena a la luz de las velas, en la realidad, no es romanticismo: ¡es que la empresa cortó la luz! Y es a la luz de las velas porque es de noche. No hay romanticismo diurno en las películas, a menos que se besen en una plaza mientras cuidan que los niños no se maten en la hamaca.

El amor es nocturno. Y con las velas no se ve un pomo qué estás comiendo. Y si usás peluquín y te inclinás para darle un beso corrés más riesgo de prenderte fuego que cajón de manzana abandonado un domingo al mediodía.

Y después de una noche de pasión, a la mañana siguiente, él arma un desayuno con “lo que encuentra en la cocina”: jugo de naranjas, medialunas recién horneadas, frutillas, champán, huevos revueltos con faisán, canapés con caviar sobre un colchón de finas hierbas de la huerta que hay en el jardincito de atrás de la casa y todo eso lo tiene… ¡en una isla donde no hay ni panadería! 


Y este tipo de películas románticas hace que la gente quiera emular las escenas, porque cree que así es la realidad. «9 semanas y media»… ¿quién tiene en la casa una ventana con una persiana americana que divide el dormitorio de la cocina? ¡Ni el fabricante de persianas americanas!
Y esa escena en la que Mickey Rourke le venda los ojos a Kim Bassinger y la hace probar  frutillas, gelatina, chiles, miel, sandía, cherrys, champagne, aceitunas, cerezas al Marraschino, fideos, jarabe para la tos, leche, agua con gas – (vi la escena y anoté todo, si) -. ¡Por favor! ¿Quién tiene todo eso en su casa? ¡Ni el dueño de una cadena de supermercados, ni el dueño de un tenedor libre, ni el mismísimo Mickey Rourke! (que a juzgar por el paso del tiempo y la cara que hoy tiene en la realidad, se ve que no fue tan bueno como parecía el asunto).

El estereotipo de las películas indica que si una mujer se deprime, se tira en el sillón a ver la tele y comerse un kilo de helado. En la realidad tal vez sea parecido, pero con el kilo de helado a una luca promedio de costo lo más probable es que le de a un paquete de galletitas, a unos caramelos masticables o a las más económicas uñas.

En las películas todos los abogados tienen la oratoria de Alfonsín, Perón, Cristina, Churchill, Fidel Castro… Vas a ver a tu abogado. Y el tipo no se come más eses porque no hay en el alfabeto.

En las películas no importa la tarea que tenga que hacer una persona en la computadora, desde hacer zoom para ver el rostro del asesino reflejado en la botella de vino de una mesa – cosa que no existe ni para Bill Gates – a dibujar un rostro en tres dimensiones de un identikit… ¡nadie usa el mouse! Son todos genios del teclado. ¡Conocen más atajos que los fabricantes de teclados!

Para no hablar de las escenas de sexo en las que siempre, casualmente, hay un vecino que justo está practicando en el saxo un tema de Kenny G. En la vida real pasan ambulancias, suenan alarmas de autos estacionados, ladran perros… Y no es fácil concentrarse en hacer el amor cuando pasan los bomberos y te taladra la sirena… (y ni hablar si te das cuenta que los bomberos pararon la autobomba en tu cuadra).


Podría señalar mil razones más por las que creo que la ficción supera a la realidad. Pero ahora los tengo que dejar porque tengo que aplicarle Photoshop a una selfie para que ustedes crean que soy más joven, esbelto, atlético y sexy en la foto que acompaña este texto.

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