Debido a los cortes de luz, la demora en normalizarlos, la falta de plata y presencia estatal en la zona, muchos usuarios dejan de estar abonados a EPEC y procuran la energía de manera clandestina. Es decir, están dejando de ser clientes de la Empresa Provincial de Energía para colgar los ganchos.

Esto no favorece la calidad del servicio y hace que paguen justos por pecadores. Este fenómeno empezó con la pandemia y se profundiza día a día a caballo de la crisis que golpea la economía de los hogares y, a fin de cuentas, altera los hábitos de vida de la gente.

“De cada diez vecinos que pagaban la luz, tres volvieron al gancho”, revela una persona que vive de hacer este trabajo en la clandestinidad. Lo llamaremos por su nombre de fantasía, Oscar, a partir de ahora. “El que pagaba ahora tiene que colgarse porque con esta crisis ya no puede pagar la factura”, apunta. Por su trabajo, cobra 1.200 pesos por cabeza. 

En lo que va del año, la tarifa sufrió un aumento de más del 20 por ciento, pero lo que pasó en los últimos años es que muchos usuarios pasaron de la tarifa social a la tarifa plana, y ya no pudieron soportarlo. “La gente quiere pagar, pero no puede. Y hasta le da temor lo de los ganchos, pero lo que pasa es que están cansados de los cortes y que la solución no llegue a tiempo, entonces optan por lo más rápido”, relata.

La caída de nieve en la ciudad y la llegada del frío extremo tensó la capacidad de respuesta de la prestataria eléctrica y ocasionó por ejemplo una falla en media tensión de la estación transformadora suroeste que abastece a los barrios de la zona sur. La falla en media tensión se resolvió, pero miles de hogares siguen sin servicio porque los problemas puntuales en baja tensión no han sido resueltos.

“Debido a la pandemia, trabajando el doble “, cuenta Oscar. Si antes realizaba uno o dos ganchos diarios, hoy “cuelga” cuatro o cinco y aumenta a medida que las soluciones de la prestataria tardan en llegar al barrio. “Hay días que hago diez ganchos”, detalla Oscar, y aclara que serían muchos más si no fuera por la existencia de nuevos competidores. “Hay muchachos del barrio que se quedaron sin trabajo en la pandemia y empezaron a tirar los ganchos”, señala. Esto aumenta la inseguridad de las instalaciones porque “no todos trabajan con los recaudos con que lo hago yo”, señala Oscar.

Polémico
El “ganchero” polemiza también con la hipótesis oficial de que la salida de funcionamiento de los transformadores se debe a la alta demanda y a las conexiones clandestinas. “Eso no es verdad”, empieza a explicar. “Te pongo un ejemplo: si en una cuadra hay diez viviendas y cinco volvieron al gancho, el transformador que las abastece no debería explotar, sino al contrario trabajar mejor porque hay menos. Pasa es que se habilitaron muchos sectores con la tarifa social y no instalaron una estación para ellos”, sostiene Oscar. Su teoría no contempla la versión oficial de que los ganchos corrompen las instalaciones. “Además los NH son de menos amperes y se queman rápido”, dice. Los “NH”, explica luego, son los fusibles ubicados en la caja de los transformadores.

Oscar aclara que “la mayoría de la gente paga la luz y quiere seguir pagándola”, pero insiste en que mientras la economía de los hogares y los reflejos de las prestatarias para dar respuesta a los reclamos no registren mejoras significativas, este fenómeno del pase a la clandestinidad seguirá profundizándose.

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