Existe un hilo invisible que liga a San Lorenzo -a su rendimiento, a su ilusión- con el apellido Romero. Recostar todo un funcionamiento en el talento de dos jugadores que están por encima de la media del devaluadísimo fútbol argentino tiene un costo: en esas (pocas) tardes/noches en las que no conjugan al equipo le cuesta imponerse.

Y entonces, la falta de rodaje de Di Santo pesa mucho más. Y entonces extrañás mucho a Donatti y a Peruzzi. Entonces, un taco equivocado deriva en un retroceso desordenado como en el 1-0 (pagó Salazar). Entonces, una distracción de aplazo en un tiro libre en contra termina en el 2-0. Entonces, ni con Monetti luciéndose en dos pelotas difíciles -una, redimiéndose por una falla propia- se puede evitar quedar en desventaja. Y se pierde, pues. Y cada punto que queda en el camino en esta fase, en la que sólo uno de seis clasifica a la final, sale carísimo.

Resulta de algún modo necesario, o al menos saludable, que el hilo imaginario se multiplique a otros playmakers. Que existan alternativas colectivas a esa usina que garantiza fútbol en el 80% de los partidos: en un torneo corto, ese 20% restante te puede perjudicar mucho más. Redoblar el peso con un Alex Díaz siempre crocante, sumar a Piatti al circuito, retomar la titularidad de Peralta Bauer, algunas variantes. Para que este tropiezo sirva, al menos, de enseñanza.

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