Hay una pregunta esencial que tanto el Gobierno de Alberto Fernández como la oposición necesitan plantearse: ¿Qué quiere Argentina del mundo? Concatenada a esa, surge inmediatamente otra: ¿Cómo pretende conseguir aquello que pretende? Si no se formulan, es imposible que el país aproveche las oportunidades de un orden internacional en construcción que no regala nada. Pero no basta con enunciar esas preguntas. También hay que analizar con profundidad qué es lo que está sucediendo más allá de las fronteras para tomar decisiones que contribuyan con el crecimiento económico y la reducción de las desigualdades sociales.

En un orden internacional bipolar, marcado por la competencia estratégica entre China y Estados Unidos, donde hay una transición de poder de Occidente hacia Asia y de Estados a actores no estatales (multimillonarios filántropos, laboratorios, grupos terroristas, etcétera), donde las democracias liberales atraviesan una profunda crisis de legitimidad, los países periféricos necesitan maximizar oportunidades y resistir amenazas. Decirlo es fácil; hacerlo mucho más difícil. Una buena manera de comenzar a recorrer ese camino es estudiar las tres relaciones bilaterales más importantes hoy para la Argentina: Brasil, Estados Unidos y China.

Tras un año en la Casa Rosada, la primera comunicación de Alberto Fernández y Jair Bolsonaro es, sin dudas, una buena noticia. Atenta contra el interés nacional de Argentina y Brasil que sus líderes no dialoguen y crucen exabruptos y descalificaciones. Argentina es el tercer socio comercial de Brasil y Brasil el segundo de la Argentina, además de ser los principales miembros del Mercosur. Pero como dice el dicho popular: “Una golondrina no hace verano”. No sería razonable deducir que, de ahora en más, la relación bilateral será un lecho de rosas. También es difícil pensar que primará el pragmatismo y la madurez.

Alberto Fernandez y Jair Bolsonaro

Bolsonaro es un camaleón que se adapta a las circunstancias. Su camuflaje siempre tiene que ver con necesidades electorales domésticas, que traslada a la política exterior. Más allá de la indudable buena gestión del embajador Daniel Scioli, el presidente brasileño accede tácticamente a un diálogo con Alberto Fernández por dos cuestiones: 1) Su principal aliado internacional, Donald Trump, dejará el poder en cincuenta días; y 2) Atraviesa un difícil momento con China, su principal socio comercial.

Como explicó a PERFIL Hussein Kalout, profesor de la Universidad de Harvard, el mandatario monetiza votos al confrontar con otros países, entre ellos la Argentina. Su política exterior busca energizar y movilizar su base electoral. Todo indica que cuando busque la reelección en 2022, las tensiones aflorarán nuevamente –si es que no lo hacen en el corto plazo-. Con un mandatario vecino que suele utilizar a Argentina como el nuevo Venezuela–“votenme o seremos como Argentina”- y un Alberto Fernández que se ha inmiscuido en asuntos internos de Brasil, pidiendo reiteradamente por la libertad de Lula y cuestionando al sistema judicial del país vecino, es imposible que la relación sea pragmática. Por el contrario, todo indica que la llamada de ayer fue un impasse, un recreo, en un vínculo absolutamente ideologizado. Dejar atrás las diferencias, como pidió ayer Fernández, parece improbable.

El fútbol y Maradona ayudaron a distender la charla entre Alberto y Bolsonaro

Esas tensiones en el horizonte obligan a la Argentina a tomar una decisión respecto a Brasil. Si el Gobierno opta por preservar contra viento y marea la alianza estratégica argentino brasileña y, así también, el Mercosur, tendrá que tragarse estoicamente infinidad de sapos hasta que Bolsonaro se vaya del Palacio del Planalto (en enero de 2023 o en 2027),  No hacerlo implicaría romper definitivamente con Brasil y con el bloque regional, con los riesgos y las vulnerabilidades que esa decisión conlleva. En un contexto de competencia entre China y Estados Unidos, urge una estrategia más sustentable que la «Diplomacia Pimpinela», con Fernández y Bolsonaro cantándose por Zoom «Olvídame y pega la vuelta».

Una vez resuelto el enigma Bolsonaro, Argentina tendrá que descifrar cómo conseguir el respaldo de Joe Biden en el directorio del Fondo Monetario Internacional (FMI) para lograr la ansiada reestructuración de la deuda. Allí, será clave la posición de Argentina en la crisis humanitaria en Venezuela. Defender los derechos humanos implica, de mínima, tener una postura crítica con el régimen de Nicolás Maduro, en momentos en que la fiscal de la Corte Penal Internacional de La Haya, Fatou Bensouda, analiza preliminarmente si cometió delitos de lesa humanidad. La estrategia del Gobierno argentino no funcionará si un consenso dentro del Frente de Todos. Si funcionarios del Gobierno vuelven a salirse del libreto, como hizo el embajador ante la OEA Carlos Raimundi, será difícil convencer a Biden.

Alberto Fernández habló con Joe Biden, el presidente electo de Estados Unidos

El vínculo con China parece a simple vista el más sencillo, pero, en realidad, encierra múltiples desafíos. El gigante asiático es el principal socio comercial y aporta dólares cruciales para la estabilidad macroeconómica. Sin embargo, el vínculo bilateral refuerza la reprimarización de la economía argentina y, al mismo tiempo, debilita los lazos intraindustriales con Brasil. Además, el Gobierno está ante una situación de vulnerabilidad en la competencia de superpotencias en la región, ya que Argentina no puede darse el lujo de enemistarse con China, como tampoco llegar a un acuerdo militar o de seguridad con Beijing que encienda las alarmas en Washington, como explicó a PERFIL el profesor de la Universidad de Chicago John Mearsheimer.

Volviendo al punto inicial, el nudo gordiano de la diplomacia argentina pasa por alcanzar acuerdos de largo plazo con Brasilia para enfrentar desde una posición de mayor fortaleza la disputa entre China-Estados Unidos. Entre otras cosas, ambos países debieran decidir  qué hacer con el 5G. ¿Se puede acordar con Bolsonaro una estrategia en común para que los dos socios utilicen la misma infraestructura de telecomunicaciones? Si eso no fuese así, ¿pueden las burocracias de ambos países suplir esa falta de sintonía en la jefatura de los dos Estados?

Como escribió Francisco de Santibañes, secretario general del CARI y Global Fellow del Wilson Center, Argentina “necesita tener una estrategia basada en un entendimiento correcto de lo que ocurre en el mundo”. Para eso, no es necesario una Grand Strategy a la estadounidense. Apenas hace falta una idea clara sobre cómo acoplarse de la mejor manera a un orden internacional cada vez más conflictivo, volátil e incierto.