Conocí a Jorge Brito en 2003, una de las primeras notas que hice para Revista fortuna. Él hacía poco que había sido nombrado titular de ADEBA (la entidad que reúne a los bancos privados de capital nacional) y Fortuna hacía poco que había comenzado a publicarse.

Nunca nos habíamos conocido personalmente, así que quien entonces era encargada de prensa de ADEBA, Alejandra Prat, nos presentó.

Mi primera impresión fue la de un hombre corpulento, muy amable, pero era evidente que estaba acostumbrado a dar órdenes.

Ya por entonces tenía el pelo peinado al estilo de los años 70, tirado hacia atrás pero con volumen, abundante.

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Jorge Brito y Mario Rodríguez Muñoz, en una entrevista ya más cercana en el tiempo.

Nos hizo pasar al fotógrafo y a mí al último piso de la casa Central del Banco Macro. Se trataba de una enorme sala de estar con amplios sillones, mesa de centro de vidrio, con libros de arte, revistas, diarios y, sobre la pila de periódicos, un ejemplar de revista Fortuna.

Esta sala tenía de costado una barra y no tengo muy presente si ya tenía una cava de vinos a un costado o la colocó después.

Hacia el fondo había un comedor donde sus invitados (por allí pasaron banqueros, empresarios y políticos a cenar) podían disfrutar de un asado, que un asador, que en ese entonces recién comenzaba con él y que mantuvo todos estos años, preparaba en la terraza, a la que se accedía por una puerta ubicada en el otro extremo de la sala.

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Jo0rge Brito posa en la sala principal del departamento que tenía en la sede central del Banco Macro.

En esa primera entrevista surgió un problema. En el momento de la charla no fue tan evidente, pero en el momento de desgrabarla, no se le entendía lo que decía.

Brito hablaba arrastrando las palabras, pegándolas unas a otras y era difícil de entender. Con el tiempo, sus asesores le insistieron en que hiciera un curso de modulación (no tanto de oratoria) o de alguna especialidad que le permitiera hablar con más claridad.

No necesitaba oratoria porque sabía muy bien qué decir, el problema era el cómo. Y se ve que le resultó ya que con el tiempo logró hablar y que se le entendiera perfectamente lo que se le decía.

Pero en esa primera entrevista hubo dos hechos que lo pintan de cuerpo entero. El primero fue gracioso y el segundo una señal.

Jorge Brito por 2003 hablaba arrastrando las palabras, pegándolas unas a otras y era difícil de entender

En un momento de la charla, se me cayeron unas monedas sobre la alfombra de la sala de estar. ¡Unas chirolas frente a uno de los hombres más ricos del país! Como si nada, lentamente me puse a juntar las monedas, mientras seguíamos hablando, hasta que se corta y me dice: “¿Tiene miedo de que no se las devolvamos?”

La otra situación en esta primera entrevista fue una señal. Él, en ese momento, quería establecer una buena relación con el gobierno de Néstor Kirchner. Mucho más, luego de la crisis de 2001/2002 en la que la gente golpeaba las puertas de los bancos.

Y no se privó de enviar un mensaje no hablado, discreto pero que sabía que iba a llegar donde él quería: se había puesto una corbata estampada con pequeños pingüinitos.

Quizás esa señal fue el puntapié inicial para mostrar un estilo que mantuvo toda su vida.