Santiago A. Levín*

Como médico y como persona que ha estudiado toda su vida, deseo declarar públicamente mi estupor y mi preocupación al constatar la enorme cantidad de opiniones infundadas, de afirmaciones inexactas, de proyecciones aventuradas y de disparates irresponsables que se leen y escuchan en estos angustiantes días de pandemia, al lado de declaraciones serias y pertinentes. Empeoran el cuadro un Estado que no acierta en la política comunicacional, y una industria de la  comunicación que medra con la confusión y que, de ser necesario, también la favorece, para vender más y mejor.

Atreverse a opinar en este contexto es una aventura sumamente arriesgada, equivalente a subirse al toro mecánico: salir arrojado con violencia es solo cuestión de tiempo. Asumo este riesgo a conciencia, con la convicción de que hoy por hoy es más necesario que nunca sumar voces que comuniquen desde la honestidad, la intención de esclarecer y la voluntad innegociable de acercar herramientas para el pensamiento crítico en momentos de zozobra.

Hoy por hoy es más necesario que nunca sumar voces que comuniquen desde la honestidad

Dicho esto, paso al meollo.

  1. Es imposible emerger bien de una pandemia. Una pandemia de este tipo es una mala noticia, una catástrofe sanitaria, un revés generalizado que se verifica en todos los niveles de la organización social. Hablar de lo bueno que nos puede dejar la pandemia es un exceso de racionalización; mucho mejor es no tenerla en absoluto. Al final de la pandemia, mucha gente habrá muerto que no hubiera fallecido en un escenario diferente, por no hablar del catastrófico daño a la economía mundial, lo que redundará en mayores inequidades que las ya conocidas. De lo que se trata es de llegar a una post pandemia con el menor daño posible, y allí radica toda discusión. Pero daño hay y habrá. Porque así es una catástrofe sanitaria.
  2. No existe un solo modo de enfrentar una pandemia, hay varias formas de hacer las cosas relativamente bien. Claramente hay estrategias que se han empleado en países ricos y con robustos sistemas de salud que son impracticables en países como la Argentina. No por falta de buenas ideas sino por simple y llano subdesarrollo. Por décadas de desinversión. Por falta de personal suficiente. Por retrasos inadmisibles en la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores de salud. Por la falta de una política sanitaria sostenida en el tiempo, con eje en la formación de profesionales y en la prevención. La pandemia sorprende a la Argentina con un sistema sanitario a todas luces insuficiente.
  3. Es imprescindible el manejo serio y apropiado de los números de la pandemia. Tomo únicamente como ejemplo el número de muertes por COVID-19. No tiene ningún sentido comparar el número absoluto de muertes de un país con el número absoluto de muertes de otro país. Los países son diferentes en cantidad de habitantes, en sistemas de salud y en infinidad de variables más. Solo tiene sentido analizar las cifras de muertes por 100 mil (o 1 millón) de habitantes. De este modo sí se pueden hacer comparaciones relativas, pero sobre base racional. Tampoco tiene ningún sentido establecer una relación lineal entre el número total de infectados y el número total de muertos: existe un vínculo, por supuesto, pero no es necesariamente lineal. Cuando se hacen proyecciones basadas en una falsa linealidad se arriba a conclusiones erróneas que generan innecesaria angustia y mayor confusión.
  4. Una porción importante de la población se cuida relativamente bien. Si así no fuera, los números de la pandemia en nuestro país serían otros. Es poquísimo lo que se informa en este sentido, como si este dato no importara. La noticia permanente de violaciones de las indicaciones sanitarias genera desánimo en el grupo mayoritario que, con enorme sacrificio, se cuida y cuida a los demás. Tampoco se informa que las medidas precoces de confinamiento permitieron acondicionar al sistema y mejorar su capacidad de recepción de casos severos.

La discusión sobre cómo se comunica y cómo se debería comunicar es una de las discusiones de mayor trascendencia y actualidad

Considero a la comunicación uno de los instrumentos principales en el manejo de una crisis sanitaria como la actual. Junto a las medidas epidemiológicas específicas y las medidas económicas de mitigación. Por ello, la discusión sobre cómo se comunica y cómo se debería comunicar es una de las discusiones de mayor trascendencia y actualidad.

Estamos, probablemente, en el momento más difícil de la crisis, mucho más prolongada de lo que todos habíamos previsto. El agotamiento social, el cansancio de los trabajadores de la salud, la crisis económica y el desgaste de las palabras ya pronunciadas se suman al preocupante aumento en el número de contagios, todo lo cual hace más necesario que nunca repensar la comunicación, sus métodos y sus objetivos.

Es evidente que los cuidados se han relajado, y eso es una mala noticia. Es urgente buscar una nueva alianza, una renovación de la alianza original por el cuidado de la salud, que permita retomar los cuidados individuales sobre la idea de la solidaridad y que ayude a procesar el duelo que significa aceptar que aún falta un trecho, y que ese trecho puede no ser corto.

Algunos proponen infundir miedo. Puede dar resultado en el cortísimo plazo, pero el miedo genera actitudes individualistas y defensivas, e incentiva las narrativas del odio. Prefiero un discurso que promueva la solidaridad, el lazo social, como instrumento sofisticado de superación de crisis graves. En lugar de la “inmunidad de cagazo”, como se habló en estos días, yo prefiero la “solidaridad de rebaño”.

*Médico psiquiatra (UBA). Doctor en Medicina (UBA).Presidente de APSA (Asociación de Psiquiatras Argentinos).