Decir Costa da Morte ya es decir mucho. Nos sitúa frente a frente con el bravo Atlántico. Allí donde está Camariñas, un pueblo marinero con encanto a más no poder, como se pone de manifiesto cuando llega la hora de la Virgen del Carmen. Pero también es fin de la tierra a su manera, con Finisterre bien cerca. Aunque cuenta con su propio faro icónico, que igualmente tiene algo de punto y aparte, el Vilán. Dentro está el Centro de Interpretación de Naufragios, Faros y Señales Marítimas. Ahí es nada.
Se trata del primer faro eléctrico de España, pues el anterior funcionaba con vapor, y se encendió en 1896, después de la oscuridad de naufragios como el del Iris Hull (1883) o el del Serpent (1890), cuyas tripulaciones están enterradas en el Cementerio de los Ingleses, que forma parte de la Ruta Europea de Cementerios Singulares y está asomado a la inmensidad oceánica desde el cabo Trece. A su lado, una de las dunas rampantes (o trepadoras) más altas de Europa, la de Monte Branco, con sus 200 metros de altura, conformando un espectacular paisaje natural.
A la coruñesa Camariñas también se le puede achacar tener dos caras, como les pasa a las islas Cíes. Por un lado, la salvaje, que queda a merced de los caprichos atlánticos, exhibiendo su virginidad intacta. Por otro, la amable, abrazando la ría que comparte con su vecina, la sobrecogedora, por bella, Muxía. Y en la desembocadura, para completar el cuadro, la ermita A Virxe do Monte sobre un promontorio. Por todas partes, impresionantes calas y playas perfectas para la desconexión (o la conexión).
Faro, barcos, naufragios que han marcado a fuego esta tierra… y encaje de bolillos. La historia de Camariñas no se puede contar tampoco sin las palilleiras, en femenino. Las mujeres que han transmitido de generación en generación este arte de filigrana apreciadísimo y cotizadísimo. Lo llaman palillar. Ahí está el Museo do Encaixe para ponerlo en su sitio, aupado aún más con la Mostra do Encaixe, cada Semana Santa, donde se hace evidente la excelencia de esta técnica artesanal que, al parecer, se originó en la Italia del siglo XVI. En el museo en cuestión se pueden ver hasta piezas de más de dos siglos de antigüedad al lado de otras más modernas y los utensilios y materiales utilizados.
Así es el faro Vilán, que guarda las costas gallegas.
TURISMO COSTA DA MORTE

Hablando de museos, y en otro orden de cosas, aquí radica el Museo Man de Camelle, que presenta la obra del pintoresco artista alemán Manfred Gnädinger. Pinturas, dibujos, fotografías, esculturas y cuadernos que fueron encontrados en su casa tras su muerte en 2002. Dicen que el anacoreta murió de pena a raíz de la marea negra del Prestige, que había inundado su jardín-museo en aquel extremo del mundo. El hogar que él mismo había construido con ayuda de los vecinos frente al mar. Entonces se llevó las manos a la cabeza, como el personaje de El grito de Edvard Munch. Iba en taparrabos, descalzo y se había dejado la melena y la barba largas. La Casa-Museo del Alemán, en la parroquia de Camelle, es otro alto inexcusable en el camino.
Antes de llegar a esta periferia de la periferia se puede pasar por Arou, un pintoresco pueblo que presume de economía autosuficiente, con barcas y trampas para peces, huertos y hórreos para guardar las cosechas. No le falta de nada: un paseo marítimo, un pequeño puerto y una playa de arena blanca y aguas tranquilas. Y no hay que irse sin cruzar el puente medieval de la localidad de Ponte do Porto, sobre el Río Grande, que en tiempos tuvo una feria importante donde se vendía el famoso encaje, que se enviaba a Estados Unidos, Cuba y otros países de Sudamérica. Lo conocían tanto allende los mares que era, según detallan las crónicas, la única carga española que llevaba a bordo el Titanic.
Qué más puedes hacer y ver en Camariñas
Ni se puede uno marchar sin ver la iglesia de Santa María de Xaviña, otro hito del viaje, porque es románica del siglo XII y con posibles influencias de la catedral de Santiago. Lo mismo pasa con el puerto de Santa Mariña, con una ubicación privilegiada, al estar protegido de los vientos del sur por la ladera de la montaña, y el sitio ideal para saber más de las artes de pesca tradicional. Es mar de percebeiros. No hay que olvidar tampoco que por aquí pasa el Camiño dos Faros, con tres etapas: Laxe-Arou, Arou-Camariñas y Camariñas-Muxía.
Además, hay un sendero azul de 19 km que comienza en el Museo de Man y termina en el castillo del Soberano, que defendía la ría de los ataques de piratas ingleses y holandeses, y del que solo quedan los cimientos y parte de las murallas. Eso sí, es un mirador con una panorámica espectacular, zonas ajardinadas y un merendero para el pícnic. Es ver la ría desde todo lo alto. Sumamos también una ruta circular de solo cuatro kilómetros por los molinos hidráulicos de Ponte do Porto. Sobra decir que el paisaje es magnífico. Y, ya dentro de Camariñas, siempre nos quedará pasear con la vista puesta en el puerto y el club náutico.

En cuanto a la relación de Marta Ortega, la heredera de Inditex, con esta localidad, más allá de su pasión por los encajes, que ya se vendieron en una colección cápsula de Zara Home, tiene que ver con la compra del pazo de Aián, en Cambre, a un paso de A Coruña. Resulta que es un edificio histórico (s. XVIII) donde vivió, tras su divorcio de un Gulbenkian, uno de los personajes más fascinantes de la Galicia de principios del siglo XX, Herminia Rodríguez-Borrell Feijóo.
La bella Herminia había nacido, precisamente, en Camariñas en 1897, en el seno de una familia que hizo fortuna con el negocio del azúcar en Cuba. Una adelantada a su tiempo: fumaba, llevaba pantalones y montaba en bicicleta. Y un apunte más. No lejos de aquí está el bosque animado de la novela de Wenceslao Fernández Flórez, que daría lugar a la película de José Luis Cuerda. Hablamos de la fraga de Cecebre. Ya saben, donde «el eco va y vuelve desde el infinito al infinito». Un sitio mágico, quién podría dudarlo.