
En España el 97% de los jóvenes de entre 18 a 21 años asegura haber sufrido algún tipo de violencia sexual en entornos digitales cuando eran menores de edad según datos recientes de Save The Children, y en Reino Unido, la organización Revenge Porn Helpline señaló un incremento del 106% de denuncias por abuso de imágenes íntimas en 2023. Son un ejemplo de violencia digital machista y ahora llega uno más a España, concretamente a Cantabria.
El último caso de violencia digital machista en España. En Castro Urdiales, un pueblo de Cantabria, aparecía un cartel en una de las plazas del municipio. En él se alertaba de algo: había un grupo de más de 90 hombres que compartía imágenes sexuales de sus parejas y ex parejas sin su consentimiento en un grupo de WhatsApp. Según informaba La Sexta, “una de las mujeres denuncia haber visto sus fotos rondando las redes sociales” y además de los desnudos, se habría compartido información relativa a encuentros sexuales. Tras esto, la Concejalía de Igualdad del Ayuntamiento de Castro Urdiales denunciaba el caso a la Guardia Civil.
No es un caso aislado, sino un ejemplo más de un problema global. Uno de los casos más conocidos es el de la ‘Nth Room’ en Corea del Sur, una red de abuso sexual que entre diciembre de 2018 y marzo de 2020 y a través de Telegram, chantajeaba a mujeres y niñas que fueron obligadas a subir materiales sexuales explícitos de sí mismas. Contaba con más de 260 mil usuarios, y el caso tuvo 74 víctimas reportadas, 16 de las cuales eran menores de edad. Hasta se hizo un documental en Netflix ‘Ciberinfierno: la investigación que destapó el horror’ sobre el caso. Este caso se suma a otros más como la trama «Girls of Vinted» que llegaba de Alemania, pero es algo que ocurre en todo el mundo.
En 2025 se desarticuló una red criminal que difundía imágenes íntimas de mujeres sin su consentimiento desde un canal de Telegram en España y según un estudio de la empresa de ciberseguridad Kaspersky, el 15% de los españoles ha compartido imágenes íntimas de otras personas sin su consentimiento, en algunos casos como venganza tras una ruptura. En Portugal se descubrió un grupo de Telegram con 70.000 miembros en el que las fotos de mujeres estaban organizadas por tipos. En Serbia se cerraron 16 grupos de Telegram que compartían fotos y vídeos explícitos.
Lo que sentimos: hartazgo, rabia y un “ya basta” común. Que sigan apareciendo nuevos casos nos demuestra no es un hecho aislado: es la repetición del mismo patrón una y otra vez. Estamos hartas de que nuestra intimidad sea tratada como material intercambiable y de que se nos siga diciendo que “tengamos cuidado” en vez de cuestionar por qué hay hombres organizándose para vulnerar nuestra privacidad. Esto forma parte de un problema estructural porque aunque no lo parezca, la violencia sexual digital es una forma más de violencia de género.
Esta violencia, como cualquier otra, se ejerce mayoritariamente contra mujeres y niñas. Más del 73% de las mujeres que usan internet han sufrido algún tipo de violencia digital, desde acoso en redes sociales hasta difusión no consentida de imágenes íntimas. Supone la extensión digital del mismo problema de acoso callejero, violación, humillación y cosificación al que somos sometidas las mujeres. El problema es que las plataformas de mensajería instantánea y las redes sociales que se usan como medio de difusión en estos casos complica la detección. El problema es tan grave que ya se habla de que “el fenómeno de la pornovenganza sacude Europa”. Todo esto demuestra que lo ocurrido en Castro Urdiales no es un caso aislado, sino una muestra más de la violencia digital que sufrimos, especialmente las mujeres.
Lo más grave es que esta violencia afecta a todas las mujeres, incluso a las que no aparecen en los grupos. Nos genera miedo, autocensura, vigilancia constante sobre lo que compartimos y sobre cómo nos mostramos. Nos deja en un estado permanente de alerta y desconfianza hacia entornos que deberían ser seguros porque los abusos no siempre son de desconocidos. En muchas ocasiones son ex parejas, amigos, conocidos o incluso familiares.
Qué hacer si nos encontramos en esta situación, sean nuestras fotos o no las que estén implicadas. Según el abogado Pablo Ródenas, es fundamental actuar con rapidez pero también con estrategia, y eso incluye documentar todo (guardar capturas de pantalla, mensajes y cualquier prueba con fechas y enlaces), no contactar directamente con quien creas que ha difundido las imágenes para evitar que las elimine, solicitar la retirada del contenido a las plataformas (denunciar e informar en Instagram, Telegram, Whatsapp…), ir a la Policía Nacional o la Guardia Civil para poner una denuncia y buscar asesoramiento legal especializado.
Si no son tus imágenes, no descargues ni compartas el contenido aunque sea para guardarlo como prueba, porque reenviar o almacenar imágenes íntimas no consentidas puede constituir delito. En este caso la prueba no es la imagen, sino el enlace, la descripción del canal y la actividad del grupo, así como el nombre, el número de miembros o los mensajes en los que se pida o se intercambie dicho material íntimo, pero no la foto en sí.
Aunque no seas la afectada, en España puedes denunciar siempre y si no sabes cómo actuar, en el 016 te pueden orientar en casos de violencia digital. Además, puedes reportar el canal de Telegram desde el menú del canal, pinchando en Report y marcando porqué lo haces, “Pornografía”, “Violencia”, “Abuso”, etc. Si el grupo es privado, también puedes reportar el contenido de usuarios concretos. No lo ignores, no lo guardes y no lo compartas. Documenta lo que sí es legal, denúncialo y corta con la cadena.
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