En el pasado, la ostentación era la clave del lujo: coches exclusivos, relojes de marca, obras de arte que colgaban en salones de mansiones. Hoy, los ultra-ricos están renunciando a estos activos materiales y apostando por una nueva forma de opulencia: experiencias únicas e irrepetibles que no pueden ser compradas ni almacenadas. Este cambio responde a una transformación profunda en la economía del lujo, donde la escasez ya no se mide por lo que se posee, sino por lo que se vive.
Según un artículo de The Economist, el mercado de bienes de lujo ha entrado en una fase de declive: artículos como el vino fino, los relojes de segunda mano y las propiedades inmobiliarias de alto nivel han visto caer su valor desde su pico en 2023. Este fenómeno no se debe a una crisis económica, sino a un cambio en las preferencias de los más ricos: la abundancia de estos productos, facilitada por la producción globalizada y el acceso a mercados secundarios, ha diluido su exclusividad.
Ahora, los ultra-ricos están invirtiendo en lo que se denomina la nueva tendencia de la «economía post-opulencia«: experiencias que son escasas, no replicables y, por tanto, más valiosas como símbolos de estatus, un giro hacia lo intangible que responde a la teoría de Thorstein Veblen sobre los bienes «rivalrosos», aquellos cuyo valor aumenta precisamente porque no pueden ser compartidos.
Mientras que un bolso de lujo puede ser adquirido por muchos, asistir a la final de la Copa del Mundo con los mejores asientos o cenar en un restaurante con tres estrellas Michelin son momentos que no pueden ser multiplicados, porque la exclusividad ya no reside en lo que se posee, sino en lo que se experimenta de primera mano.
Además, la era digital ha transformado la forma en que se percibe el lujo: ahora las redes sociales han convertido cada momento exclusivo en una moneda de estatus. Un viaje privado a un destino remoto o una entrada para un evento exclusivo no solo se viven, sino que se documentan y se exhiben, amplificando su valor simbólico. Ahora, la importancia de estas experiencias radica en su capacidad para ser admiradas por otros, consolidando así el estatus del individuo en un mundo cada vez más interconectado.
Este cambio de paradigma está redefiniendo el concepto de lujo. Ya no se trata de acumular bienes materiales, sino de construir una narrativa personal rica en experiencias únicas. El lujo se ha desmaterializado y pasado de lo tangible a lo efímero, y con ello, ha emergido una nueva forma de opulencia: la que se vive y se disfruta, no la que se posee y se comparte.
Foto de Chelsea Gates en Unsplash
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