La microbiota se ha convertido en una de las protagonistas indiscutibles de la conversación sobre salud. Es ese conjunto de billones de microorganismos que viven en nuestro intestino y que, aunque suene extraño, cumplen un papel esencial para mantenernos en equilibrio. Cuidarla no solo significa digerir mejor los alimentos, sino también reforzar nuestras defensas, mejorar la energía diaria e incluso contribuir a un sistema inmunitario más eficiente.
Lo interesante de la microbiota es que no se limita a influir en la salud física. Investigaciones recientes muestran que también impacta en nuestro estado de ánimo y en la función cerebral. Un intestino en equilibrio se asocia con menos ansiedad, mejor memoria e incluso un sueño más reparador. Por eso, cada vez más expertos insisten en que cuidar la microbiota es casi tan importante como cuidar el corazón o los pulmones.
El vinagre de manzana, lo mejor para la microbiota
Entre los aliados que se han ganado un lugar en la conversación sobre la microbiota, el vinagre de manzana aparece con fuerza. Aunque a simple vista pueda parecer un condimento más, sus propiedades van mucho más allá de darle un toque ácido a las ensaladas. Gracias a su composición única, este vinagre se perfila como un complemento natural para mantener el equilibrio intestinal y favorecer la diversidad de bacterias beneficiosas.
La médico experta en suplementación, metabolismo y hormonas, Isabel Viña, lo explica de forma contundente: «Donde es diferenciador el vinagre de manzana, especialmente aquel que no se ha pasteurizado y que no se ha filtrado, es que tiene propiedades probióticas, que pueden optimizar la salud de la microbiota«. Es decir, hablamos de un alimento que no solo aporta sabor, sino también microorganismos vivos que alimentan y refuerzan nuestra flora intestinal.
El detalle de que el vinagre de manzana sea crudo, sin pasteurizar ni filtrar, no es menor. La pasteurización elimina microorganismos vivos, lo que resulta útil en muchos productos para evitar riesgos, pero en este caso reduce su potencial probiótico. Lo mismo ocurre con el filtrado: elimina sedimentos y nutrientes que podrían ser beneficiosos para la microbiota. De ahí que la versión más natural sea la más recomendada por los especialistas.
Además de sus probióticos, el vinagre de manzana aporta compuestos bioactivos que parecen favorecer la digestión y mejorar la absorción de nutrientes. Algunos estudios señalan que incluso puede ayudar a reducir la hinchazón y mejorar el tránsito intestinal. En definitiva, incluirlo de manera moderada en la dieta puede ser un gesto sencillo, barato y sabroso para darle un empujón a la salud intestinal sin necesidad de recurrir siempre a suplementos.
El vinagre también controla los picos de glucosa
Más allá de la microbiota, el vinagre también se ha ganado un hueco en la conversación sobre control de la glucosa. Y no es un tema menor: evitar picos pronunciados de azúcar en sangre significa más energía estable, menos antojos repentinos y, a largo plazo, una protección frente a enfermedades metabólicas. Aquí, el vinagre se convierte en un aliado inesperado pero muy eficaz.
Isabel Viña lo explica con claridad: «el vinagre reduce la magnitud y la velocidad con la que se eleva la glucosa». Esto se traduce en que, tras una comida con carbohidratos, la curva de azúcar en sangre no se dispara con tanta rapidez. El resultado es un organismo que responde con mayor calma, evitando esos subidones y bajones que muchas veces nos dejan sin energía a mitad de la jornada.
El secreto de este efecto está en el ácido acético, presente en numerosos vinagres, no solo en el de manzana. Tal como señala Viña: «Lo que hace ese efecto es el ácido acético, que está presente en numerosos vinagres, como el vinagre de vino». En definitiva, hablamos de un recurso fácil de integrar en la cocina, que no solo potencia el sabor de los platos, sino que también se convierte en una herramienta para cuidar la salud metabólica.