Siempre nos quejamos de que los Emmy les dan los premios siempre a las mismas series, pero, siendo totalmente honestos, en los últimos tiempos han dado un derrape digno de ‘F1’: este año, y salvo algunas repetidoras como la eterna Jean Smart por ‘Hacks’, los premios de la Academia de Televisión estadounidense se han dado un lavado de cara absoluto en lo formal, como puedes ver en la lista de ganadores.
Tristemente, no ha venido acompañado de un repasito al guion, lento y mortecino, ni de unas reivindicaciones que, en plena era Trump y con tantos conflictos mundiales al mismo tiempo, parecía una bomba de relojería a punto de explotar… pero que, finalmente, al llegar a cero ha tirado un triste confetti sin mucho donde rascar.
¡Qué pejigueros con el dichoso dinero!
Toda la gala de los Emmy se ha estructurado en torno a un mismo chiste alargadísimo: su presentador, el cómico Nate Bargatze, daría 100.000 dólares de su bolsillo a una asociación benéfica para los niños, pero restaría 1000 dólares por cada segundo que los ganadores se pasaran de los 45 que tenían para agradecer su premio. El resultado ha sido una gala rápida, sí (ha cumplido con las tres horas de duración justas) pero sin momentazos de los que llenan portadas al día siguiente. De hecho, los ganadores, con honrosas excepciones, parecían más preocupados de seguir el juego que de agradecer sus galardones como es debido: con lágrimas, emoción y gritos incontrolables. Si vas a recibir un premio con la misma emoción que una carta del banco, al menos finge la pantomima.
Bargatze no ha hecho mucho más a lo largo de estos 180 interminables minutos: salía, hablaba del estado en el que se encontraba la donación y continuaba adelante. Y eso que al principio la cosa prometía, con un sketch sobre los inicios de la televisión donde ha colado chistes como que CBS es la televisión específica para la gente blanca («Caucasian Broadcast Service») y ha calificado al streaming como «una nueva manera de perder dinero mientras la gente ve ‘Yellowstone’ y el fútbol», lanzando puyas, ya que estaba, hacia su nueva manía de poner anuncios en las suscripciones de pago.
No se puede decir que el presentador haya sido un desastre, porque prácticamente no ha sido, a secas. El monólogo inicial no ha tenido referencias a ninguna serie, y ha dejado un extraño y mediocre sabor de boca que nadie recordará el año que viene. Nadie que haya puesto los Emmy por casualidad, por ver un rato, se ha quedado enganchado por sus chanzas ni por el gimmick del dinero: John Mulaney, Conan O’Brien y Tina Fey no lo pueden presentar todo, pero si esta es la alternativa, igual no es mala idea quedarse sin presentador fijo.
Rogen superestar
Aunque en mejor miniserie había cierta pelea inicial entre ‘Adolescencia’ y ‘El Pingüino’ y en mejor drama todos dudaban entre ‘The Pitt’ y ‘Separación’, todos dábamos por hecho que Seth Rogen ganaría todo lo relacionado con la comedia. Y vaya que si lo ha hecho: ‘The Studio’ se ha llevado mejor actor, director, guion y serie, demostrando que si algo le gusta a Hollywood es que, aunque sea mal, hablen de ella. Muchas risas, pero no vamos a cambiar nada, no vaya a ser que se nos rompa algo por el camino.

A su lado, la gran ganadora de la noche ha sido ‘Adolescencia’, que ha pasado por encima de ‘El Pingüino’ como si fuera el mismísimo Batman, alejándose del pleno tan solo por el reconocimiento a Cristin Milioti como mejor actriz, que al terminar su discurso gritó «¡Os adoro y adoro actuar tantísimo!». ¡Y pensar que hace no tanto solo la conocíamos como «la madre» de ‘How I Met Your Mother’! ‘Adolescencia’, por cierto, nos ha dejado un dato curioso: Owen Cooper se ha convertido en el ganador más joven de toda la historia de los Emmy con tan solo 15 años. Al coger la estatuilla, de hecho, ha estado increíblemente correcto: si yo hubiera recibido un Emmy (o cualquier premio, ya puestos) a los 15 años, estaría correteando por el escenario como Speedy González.
Donde ha habido más competición ha sido en drama. De hecho, justo hasta el final, cuando ‘The Pitt’ ha vencido, esta y ‘Separación’ andaban mano a mano, repartiéndose los Emmys de mejores actuaciones, dejándole dirección a ‘Slow Horses’ y guion a ‘Andor’, con un Dan Gilroy al que el truco del dinero le ha importado bien poco: él ha subido a contar su discurso entero, y ya le podían quitar todo el dinero a los niños estadounidenses, que él iba a darle las gracias a todo el mundo. No ha superado, eso sí, el momento más emotivo de la noche, con un Noah Wyle que claramente ha encontrado el papel de su vida volviendo a un hospital décadas después de ‘Urgencias’ y que se lo ha agradecido a todos los que esta noche les ha tocado turno. Si se extiende también a los periodistas, gracias, Noah, hombre.
Thank you for being a friend
Pero, sin duda, el momento más celebrado de la gala ha sido la victoria de Stephen Colbert como mejor talk show: todos esperábamos que su discurso fuera incendiario, pero realmente se quedó aguado, afirmando que amaba a su país más que nunca y debían permanecer fuertes. De hecho, tan solo hubo un momento, el de Hannah Einbinder (ya era hora de que ganara por su papelón en ‘Hacks’), que afirmó «Que le jodan al ICE y Palestina libre». Puede sonar algo derivativo y suave, pero es lo más luchador que hemos visto en una gala que casi parecía tener miedo de la reacción de Donald Trump en Truth Social al día siguiente.

Sabes que algo está quedando aguachirri cuando lo más duro es el discurso institucional, que habló de la necesidad de empatía e inclusión, quitándose de en medio la neutralidad, con frases lapidarias como «Necesitamos más voces, no menos» o «Asegurémonos de que la cultura no es solo para los privilegiados». Aunque cualquiera hubiera supuesto que el mundo de la tele se iba a rebelar y a convertir en una punta de lanza para los demócratas, lo cierto es que las tres horas de gala (más allá de las pintas de Javier Bardem) han sido estériles, blancas y prácticamente apolíticas. Lo que uno espera en una entrega de premios estándar: agradecimientos a las madres, actores haciendo chistes con que el guion no es importante (pero sin él se traban, ¡ja, ja, ja! ¡Nunca se había hecho antes!) y homenajes a series añejas.
En este caso, las festejadas han sido ‘Las chicas de oro’, con canción y recreación de la mítica cocina incluídas, ‘Las chicas Gilmore’, con el reencuentro de Lorelai y Rory, o lo que es lo mismo, Lauren Graham y Alexis Bledel, y ‘Ley y Orden’. No son malas ideas, tan solo son homenajes desperdigados por ahí, casi como si alguien hubiera abierto un paquete de macarrones en la escaleta y se le hubieran caído en sitios aleatorios.
Traición y momentazos
Por supuesto, también hubo un hueco para esas categorías que en España, a priori, nos dan igual, pero que no deberían, porque marcan el futuro de la televisión en abierto. Por ejemplo, es remarcable que en mejor reality gane ‘The Traitors’ por segundo año consecutivo, dejando en el barro a mitos como ‘The Amazing Race’ o ‘Survivor’, que John Oliver siga siendo reconocido por su fantástico ‘Last Week Tonight’ o que ‘Saturday Night Live’ consiga un premio de consolación por sus 50 años, precisamente ahora que está en plena crisis interna. Un pequeño manguerazo a un fuego difícil de apagar.
Personalmente, si tuviera que quedarme con tres momentos de una gala bastante insulsa, el primero sería Jeff Hiller ganando su premio a mejor actor de reparto por ‘Somebody Somewhere’, un guiño de la Academia a una serie de culto que el actor ha aprovechado para reivindicar y venderse un poco. El segundo, el momento en que Tramell Tillman, justísimo ganador por ‘Separación’, le da las gracias a su emocionadísima madre afirmando «Mi primera coach de actuación fue dura, pero todas las madres lo son». Y el tercero, el momento en el que, con cinco mujeres y un hombre nominados a mejor dirección de miniserie… ha acabado levantándose Philip Barantini («the wiener», como le han presentado). Pero claro, ha dirigido ‘Adolescencia’. A ver quién no le da el premio a ‘Adolescencia’.
Por lo demás, ni chicha ni limoná. Los Emmy están atentos a lo que se cuece, sí, pero no es suficiente para levantar una gala a la que parece que han quitado todas las ganas de vivir o de bromear. Ah, sí: al final dieron 350.000 dólares a la asociación, que para todos los asistentes viene a ser algo así como para nosotros el dinero de ir a comprar el pan. Con suerte, el año que viene, además de darse vida en los discursos, también intentan que en casa hagamos algo más que bostezar. De sueños también se vive.
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