Este pueblo era blanco, uno de tantos que salpican Andalucía, poniéndole una de cal y otra de arena. Ahí tenemos a Frigiliana, Vejer de la Frontera, Casares o Zahara de la Sierra, por citar solo algunos de los muchos que blanquean el paisaje y que llegan a articular incluso su propia ruta. Pero lo de Júzcar es un caso aparte porque se ha pasado al azul, lo cual lo ha elevado aún más al olimpo turístico. Otro de los secretos mejor guardados de Málaga.
Al principio, fue la genial idea de un creativo publicitario para promocionar el estreno mundial de la película Los Pitufos, pero después, alejada la obligatoriedad del marketing, ya resultó ser el deseo de sus habitantes, expresado por votación popular. Desde entonces, no dejan de correr los ríos de turistas (y de pintura). Y de aquello hace ya catorce años.
Porque no todos los días se ve un pueblo así. A no ser que se viaje a Marruecos y se ponga rumbo a Chefchaouen. O la ruta sea de mayor alcance y se alargue hasta Jodhpur, en la India, salvando mucho las distancias, que las hay. Nuestra Aldea Azul, en mayúsculas (ya no puede usar el reclamo de los Pitufos por derechos de autor), es particular. Tanto que en su página web tienen la gentileza de avisar a los visitantes del desnivel y estrechez de la calle de los Riscos y la Solete para que anden prevenidos y las eviten.
Y así hacen saber que Júzcar es un pueblo muy pequeño, de cuento, la verdad, y con calles recoletas al que se accede por una carretera de montaña. Lo encontramos en medio de la Serranía de Ronda, a los pies del pico Jarastepar (1.427 metros), en la sierra del Oreganal, y salta a la vista por el color. Y acercándose más, por las peculiares chimeneas que añaden verticalidad a los tejados, así como por la iglesia de Santa Catalina de Siena, del siglo XVI. Sin duda, el edificio que más destaca entre el aluvión de casas bajas que se apiñan tratando de acomodarse a lo accidentado del terreno.
Júzcar es un pueblo azul entre los pueblos blancos del valle del Genal.
PIXABAY/MAKALU

Aquí, como en el granadino Bubión, únido destino slow de Andalucía, también se practica la vida lenta, en medio de una deslumbrante naturaleza y lejos de todo. A más de hora y media de Málaga capital, a una hora larga de Marbella y, esto es lo mejor, a treinta minutos de Ronda, para redondear la ruta.
Aunque al ladito hay unos pueblos magníficos como Benalauría, Alpandeire o Atajate, que no solo te gustarán por el nombre. Todo el valle del Genal, famoso por sus castaños -que no solo están en Galicia-, es un paraíso. Y Júzcar, para fortuna de sus habitantes, que han visto en el turismo una poderosa fuente de riqueza, territorio casi mágico.
La increíble historia de la fábrica de hojalata
Rompiendo el hechizo del azul aunque sea por un momento, vale la pena acercarse a ver los restos de su fábrica de hojalata, que fue la primera de España y está situada junto al río Genal en el lugar conocido como La Fábrica, sin más. Esta factoría comenzó a funcionar en 1731 con esta ostentosa carta de presentación: «La nunca vista en España Real Fábrica de Hojalata y sus adherentes, reinando los siempre invictos monarcas y Católicos Reyes Don Felipe V y Doña Isabel Farnesio». Así rezaba a la entrada. Aunque también es verdad que nos lleva de vuelta a un mundo de fábula, porque nos remite inevitablemente al Hombre de Hojalata de El Mago de Oz, que soñaba, recordemos, con tener un corazón.
La elección del lugar se debió a la riqueza maderera de esta serranía, necesaria para el carbón vegetal que precisaba la fundición. Pero no solo eso. La historia se vuelve más curiosa aún. Porque en la finca había un cuarto secreto en el que se llevaba a cabo el proceso de estañado, donde llegó a haber 200 obreros. Y tuvieron que desplazarse una treintena de técnicos alemanes al mando de dos ingenieros suizos, porque en España no se conocía el procedimiento. Lo que se cuenta a continuación ya es de novela. Dichos profesionales tuvieron que salir de Alemania clandestinamente, escondidos en barriles, pues tenían prohibida su marcha al extranjero para evitar la competencia.
Lo siguiente es que el transporte de mercancía se hacía a lomos de camellos, con mayor capacidad de carga que burros y mulos, que fueron enviados por el Gobierno de Madrid. Increíble pero cierto. Y todo esto en el pequeño pueblo de Júzcar, la Aldea Azul, en el interior serrano de Málaga. Finalmente, la fábrica de hojalata cayó en desgracia ante la fuerte competencia de la industria asturiana y vasca.
En todos estos años, Júzcar ha estado pintado en distintas tonalidades de azul.
PIXABAY/MAKALU

Puede que, en la actualidad, los turistas lleguen en tropel, pero el pueblo, situado a 623 metros sobre el nivel del mar, apenas cuenta con 250 habitantes. Más allá del éxito de dicha factoría, en el periodo árabe-andalusí estuvo ligado al crecimiento de una alquería. Esta se vio afectada por la expulsión de los moriscos, una vez conquistada por los ejércitos cristianos, y las sucesivas repoblaciones, de donde procede la población actual, que responde a la reunión de varios asentamientos dispersos, según leemos en sus jugosas crónicas.
De las rutas de senderismo a las setas
Las de la finca La Fábrica no son las únicas ruinas a visitar. También está el despoblado de Moclón, al que se llega por una apetecible ruta de senderismo, o lo que queda de los molinos. Además, hay un Museo Micológico, que es perfecto para iniciarse en este universo que tanto agradece luego el paladar. Este centro informativo se complementa con una jornadas micológicas, lo que lo avala como destino de referencia para los amantes del micoturismo.
Y puesto que Júzcar está lleno de curiosidades, como estamos viendo, aquí va una más. Nuestro pueblo se encuentra en la Ruta de Fray Leopoldo, ya que el beato (1864-1956), conocido por su generosidad hacia los pobres, anduvo por estas tierras hasta los 33 años, cuando ingresó en la orden capuchina y se trasladó a Granada. La ruta en cuestión pasa además por Alpandeire, su pueblo natal, Pujerra, Igualeja, Cartajima y Faraján.
Y, aviso a andarines, no hay que perderse los Riscos, unas formaciones kársticas impresionantes en plena sierra que avivan la imaginación. Este torcal en toda regla se gana tras una considerable ascensión. Y es un regalo.