Mi propósito de septiembre no es volver al gimnasio, aunque también. Es llegar a aburrirme, al menos, una vez a la semana. No como una forma de resistencia frente a la hiperproductividad que nos rodea, sino como una forma de reafirmar que soy poseedora de mi tiempo.
El tiempo como recurso desigual
Nuestra reacción casi instintiva ante el aburrimiento es reprimir la sensación y llenar nuestros días en todo momento. Todos y cada uno de los minutos del día deben tener un propósito porque el aburrimiento nos aterra hasta tal punto que hay gente que prefiere recibir una leve descarga eléctrica a estar sola con sus pensamientos, pero hoy en día, aburrirse no es simplemente “no tener nada que hacer”, sino tener el lujo de no tener que hacer algo para sobrevivir. Y eso lo convierte en un privilegio en un mundo en el que el tiempo es un recurso desigual.
Tener tiempos muertos a día hoy podría verse como una forma de capital porque implica que tus necesidades inmediatas están cubiertas y puede destinar ese tiempo a aburrirte porque no necesitas producir para sobrevivir. En el libro ‘Quiero y no puedo’, la periodista Raquel Peláez indaga en cómo a lo largo del tiempo el tiempo ocioso ha sido algo asociado a las clases más altas. Solo los ricos pueden dedicar tiempo a esquiar, jugar al polo o incluso a aburrirse. Solo quienes no tenían que trabajar de sol a sol podían experimentar el tedio más absoluto.

El privilegio de la desconexión
Warren Buffett y Bill Gates tienen en su agenda tiempo para sentarse a pensar porque también tienen otra cosa: dinero. Aburrirse requiere un colchón de apoyo económico, social y/o emocional que nos permita desconectarnos. Para aburrirnos, alguien tiene que encargarse de ir a buscar a los niños al cole. Alguien tiene que preocuparse de hacer la compra y la cena. Alguien tiene que facilitar la conciliación laboral. Solo aquellos que pueden hacerlo sin miedo a perder ingresos, oportunidades o estatus tienen realmente la libertad de aburrirse.
Esto provoca que el aburrimiento haya pasado a convertirse en algo aspiracional. Poder aburrirse implica tener espacio, calma y tiempo propio, algo cada vez más escaso y que aumenta su valor en la sociedad en la que vivimos.
La hiperproductividad y el mito del tiempo vacío
La cultura actual ha llegado a promover que aquellos que tienen tiempo libre se sientan culpables si “no lo usan bien” o con un fin. El aburrimiento adquiere una connotación negativa, porque pensamos que productividad y éxito van de la mano. El estilo de vida que llevamos nos provoca una sobreestimulación constante fruto de la hiperconexión generada por el móvil. Diana Marcela Torres afirmaba en LinkedIn que “la hiperproductividad, lejos de ser un síntoma de excelencia, se ha transformado en un mecanismo de defensa. Una forma de evitar el vacío que implica detenerse a pensar quién soy”. Pensamos que el tiempo no llenado es tiempo vacío.
Esta productividad extrema impulsada por el capitalismo de la que hablaba el economista británico Michael Roberts, nos hace creer que cada minuto debe estar monetizado o “aprovechado”. Si estamos en la cola del supermercado esperando, abrimos TikTok. Si vemos la televisión y nos aburrimos, abrimos Instagram. Estamos esperando el metro y lo hacemos escuchando un podcast o leyendo. Cada minuto de nuestras vidas debe ser productivo.
Al negar el aburrimiento, nos volvemos adictos a los estímulos
«No nos permitimos ni tiempo ni espacio para nosotros, para pensar. Y eso genera una población enferma», explicaba la psicóloga Olga Merino en el Huffington Post, donde añadía que “en esta sociedad en que vivimos, en la que hay una búsqueda de sensaciones cada vez más intensa para promover el mismo estado de bienestar, lo que genera es que cada vez necesitamos sensaciones o estímulos más intensos para quedar satisfechos”.

Según explicaba Mann a la revista Time, “intentamos deshacernos del aburrimiento a toda costa pero al hacerlo, nos volvemos más propensos al aburrimiento, porque cada vez que sacamos el teléfono, no permitimos que nuestra mente divague ni que resuelva nuestros propios problemas de aburrimiento”. Esto provoca que la constante dosis de dopamina que proporcionan los móviles, nos vuelva adictas. “Nuestra tolerancia al aburrimiento simplemente cambia por completo, y necesitamos cada vez más para dejar de aburrirnos”, aseguraba.
El aburrimiento como herramienta de cambio
Los expertos tienen claro que el aburrimiento ha sido clave para la evolución del ser humano. Josefa Ros Velasco, investigadora especialista en Estudios de Aburrimiento, explica en su libro ‘La enfermedad del aburrimiento’ que nos expulsa de la zona de confort y nos insta a buscar novedades. “Imagina que de niña nunca te hubieras aburrido de lo que hacías, no habrías imaginado ni innovado, es precisamente el aburrimiento lo que nos hace avanzar”, comentaba en la COPE.
Cuando nos aburrimos, es más probable que el cerebro divague y explore nuevas ideas o perspectivas
Cuando entendemos el aburrimiento no como un vacío insoportable sino como un espacio sin estímulos ni exigencias, se convierte en un terreno fértil. Según la neurociencia, el aburrimiento puede aumentar la creatividad, el compromiso con las tareas y la productividad laboral. Cuando nos aburrimos, es más probable que el cerebro divague y explore nuevas ideas o perspectivas y además se aumenta la actividad en la red neuronal. La psicóloga Sandi Mann, en su libro ‘El arte de saber aburrirse‘, explica que nuestra mente necesita divagar para tener pensamiento creativo. El aburrimiento es «una búsqueda insatisfecha de estimulación neuronal. Si no la encontramos, nuestra mente la creará», asegura Mann. Es decir, cuando la mente divaga por el aburrimiento, puede conectar cosas de forma original, aumentando nuestra creatividad a la hora de resolver problemas.
Desde una perspectiva filosófica y emocional, el aburrimiento nos da un espacio de claridad y desaceleración mental. Y aunque sólo quien dispone de cierta seguridad puede permitirse estas pausas, mi objetivo es poder llegar a conseguir aburrirme al menos una vez a la semana. No solo por salud mental sino para sentir que soy dueña, al menos, de ese tiempo dedicado a no hacer nada.
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