Candelario es un pueblo de cuento, tal cual. Está en la montaña, lo rodean bosques de robles y castaños, luce casas con amplios balcones de madera llenitos de flores y enseña al mundo entero lo que son las batipuertas. Ni más ni menos que medio portón de madera de protección extra para que no entre la nieve, poder dejar abierto pero cerrado o, en tiempos, vetar el paso a los animales. Y no es lo único curioso que posee. Aunque lo más llamativo, así en general, es su arquitectura popular serrana.
Por descontado, está considerado conjunto histórico-artístico a preservar y es uno de los pueblos más bonitos de España, que son tantos que no se pueden contar. Lo tenemos en Salamanca, en la comarca de la Sierra de Béjar, catalogada como Reserva de la Biosfera junto a la Sierra de Francia, donde localizamos La Alberca, Miranda del Castañar y otros pueblos que podrían haber servido perfectamente de inspiración para La Bella y la Bestia, como lo fue Colmar, en Alsacia. La propia Sierra de Candelario es un espacio natural protegido.
Puestos sobre mapa, se encuentra a unas dos horas y media de Madrid en un itinerario que tiene a Ávila a mitad de camino para quienes quieran deleitarse con lo mucho que ofrece esta ciudad Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, dentro y fuera de sus murallas. Y a Salamanca capital, a menos de una hora, hacia el norte, con parada en Guijuelo, también entremedias. Ya saben, uno de los paraísos del jamón ibérico y demás.
Algo de lo que también vive Candelario, de la chacinería, que se remonta siglos atrás cuando los candelarienses llevaban sus apreciadísimos manjares a la corte a lomos de sus caballos. Así lo quiso Carlos IV, que reinó desde 1788 a 1808, después de probarlo al término de una cacería. Por eso, la casa típica es, en realidad, una casa-fábrica, estructurada en tres partes: la baja, con el patio, donde antaño se despiezaban los cerdos, y el picadero, donde se preparaba el embutido; la central, dedicada a la vivienda, y el desván, para su secado y curación.
Una panorámica de Candelario, en plena Sierra de Béjar.
AYUNTAMIENTO CANDELARIO

Un modo de vida de finales del siglo XIX y principios del XX que se explica en el Museo Etnográfico, donde está representada la casa chacinera con mobiliario y enseres originales cedidos por los vecinos. Y que revive, en un viaje hasta 1920, gracias a una visita teatralizada, algo que gusta mucho en Candelario, como veremos.
Decíamos que son célebres sus batipuertas, pero no lo son menos sus regaderas, que no es lo que pensamos, sino acequias urbanas por donde baja el agua procedente de neveros y manantiales salvando curvas y recovecos, y que servían para mantener limpias las calles tras la matanza. Era otra época. No olvidemos que suele haber nieve a los 2.000 metros que alcanzan sus cumbres. Estas alturas y paisajes, dicho sea de paso, invitan al senderismo, a la bicicleta todoterreno y a los paseos a caballo, que aportan una emoción distinta.
Así de suntuosa es la boda típica de Candelario
Además de batipuertas y regaderas, para ir familiarizándonos con los términos, hay una boda típica de Candelario, un rito colectivo que tiene como escenario las bellas, empinadas y empedradas calles de este casco histórico tan pintoresco. Para que luego digan de Ibiza o de Bali como lugares para celebrar nupcias exóticas. Lo que pasa es que aquí sucede en clave teatral, pero hay que tomar nota.
En este pueblo de Salamanca, la boda llega a ser, literalmente, un espectáculo, con los vecinos y vecinas haciendo de actores improvisados para recrearla tal y como era a finales del XIX. Con todos siguiendo al pie de la letra los distintos actos de la ceremonia. La puesta en escena, que tiene lugar el segundo domingo de agosto, se viene haciendo, con gran éxito, desde 1989. Avivada por los ornamentadísimos trajes tradicionales.
La arquitectura es lo más singular de Candelario.
TURISMO CASTILLA Y LEÓN

En el caso de ellas, las candelarias, jubón de terciopelo bordado con hilos de seda, collares de oro con incrustaciones de perlas y aljófar, más faltriquera atada a la cintura para guardar el abanico, además de zapatos también de terciopelo con punteras de charol. No hay que perder de vista el peinado femenino, con un moño muy alto del que cuelgan lujosas cintas. En el caso de ellos, el traje, llamado directamente de choricero, en honor al apreciado alimento, incluye sombrero de ala ancha y capa bejarana para el invierno, porque, como cabe suponer, no es la única ocasión en que lo lucen.
Candelario, el pueblo del rumor del agua
A un pueblo con esta estampa, como llegada de mucho tiempo atrás, le va que ni pintada una dramatización así, dando más brío aún a su urbanismo laberíntico, en el que siempre se trata de subir o bajar y donde todo está salpicado de fuentes y es proverbial el rumor del agua. Aún se conservan las fuentes que correspondían a las tres entradas a la villa, que son las de las Ánimas, de los Puentes y de Lapachares. Pero intramuros hay otras ocho, que son igualmente una bendición. Como lo son los manantiales, regatos y arroyos, que van a parar al río principal, el Cuerpo de Hombre, con ese nombre tan particular.
Aunque casi todo es naturaleza y arquitectura típica, muy volcada a la industria de la chacinería, como se ve, hay que destacar el ayuntamiento, del siglo XIX, con tres plantas y jardín, así como la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, donde conviven lo mudéjar, lo barroco, lo románico y lo gótico, y la ermita del Humilladero, del XVIII, con un porche alzado sobre cuatro columnas, a la entrada del pueblo. Un pueblo con encanto en el que hasta el tapeo es monumental.