Lanjarón, Órgiva, Soportújar, Pampaneira y, por fin, Bubión, antes de llegar a Capileira. Estamos en el impresionante barranco del Poqueira, a la sombra de Sierra Nevada, donde los aficionados al senderismo se ponen las botas y donde cualquier amante de lo bello tiene razones más que de sobra para andar merodeando. Son esos pueblos blancos rematando las faldas de la alta montaña que parecen inexpugnables, pero a los que se puede llegar por carreteras que son en sí mismas un irresistible balcón. Estamos en territorio protegidísimo catalogado como parque natural y parque nacional. Se nota.
Llegados a Bubión, conjunto histórico-artístico además, sobrecoge cómo se ha conservado la arquitectura típica y cómo se fomenta a día de hoy la verdadera cultura alpujarreña. En este pueblo, uno de los más bonitos de España, se practica la estrategia del caracol, o sea, la vida lenta y silenciosa, lejos del bullicio y la tiranía del reloj. Por algo es el único destino slow de Andalucía, lo que llevan muy a gala. Sí, aquí se vive diferente. La Alpujarra granadina, porque también la hay almeriense, es otro mundo. Gerald Brenan, el autor de Al sur de Granada, que vivió en otro de sus maravillosos pueblos, Yegen, lo sabía.
Las casas con paredes encaladas, los tejados de launa (arcilla que resulta de la descomposición de la pizarra) llamados terraos, las chimeneas de sombrerillo rompiendo la horizontalidad del paisaje, los balcones floridos y hermosos, las fuentes de agua por todas partes y las estrechas calles empedradas son verdaderamente un viaje en el tiempo. Sin olvidarnos de los lavaderos ni de los tinaos, soportales cubiertos que conectan varias casas y que tanto nos recuerdan a Marruecos. Claro que también se pueden ver en Letur (Albacete), donde los llaman portalicos. Por tener, Bubión tiene hasta un horno de pan a la vieja usanza.
Aún se acentúa más esta inmersión en el pasado si, además de recorrer sus calles, se visita la Casa Museo Alpujarreña, donde se conservan más de 500 objetos que permiten hacerse una idea de cómo se vivía en estas tierras altas hace siglos. Y luego están las jarapas, una tradición que continúa viva, como atestigua el telar Hilacar, uno de los pocos aún en funcionamiento de la comarca, que además organiza cursos para ser artesano por un día, por ejemplo.
Los tinaos son parte de la arquitectura típica de la Alpujarra granadina.
TURGRANADA

Además, la iglesia de la Virgen del Rosario, de estilo mudéjar y cuya torre fue castillo, se alza en la plaza del pueblo, centro neurálgico, con gran valor simbólico. Pues fue quemada durante la rebelión de los moriscos (1568) y destrozada de nuevo por los terremotos que sacudieron la zona en 1804, por lo que tuvo que ser reconstruida en su totalidad. No le falta su correspondiente leyenda.
La visita a Bubión es obligada para los peregrinos de la belleza, pero también es cierto que aquí los pies se echan a andar casi espontáneamente por el inmenso poder de atracción de la naturaleza. Se puede hacer la ruta de las fuentes, que pasa por preciosos rincones, descubriendo manantiales de agua cristalina. Y, de seguro, los más aventureros enseguida pondrán los ojos en el refugio Poqueira (2.500 m), que ya son palabras mayores, al que se puede subir desde la Hoya del Portillo, partiendo desde 2.150 metros. Los siguientes pasos de gigante son el Mulhacén (3.482 m), la Alcazaba (3.365) o el Veleta (3.398), que siempre fueron cumbres a alcanzar.
Bajando a tierra, nos quedan los muchos miradores y la ermita de San Antonio, que estuvo muchos años en ruinas y fue restaurada en 2006, lugar mítico de celebraciones populares con buñuelos y chocolate, que queda cerca de los castaños centenarios. Aquí las altas temperaturas veraniegas se suavizan debido a la altitud y a la omnipresencia de la fuentes, pero no está de más recordar que a un paso de Bubión, junto al río Poqueira, está la cascada secreta del Tejar, que cae desde 20 metros de altura creando un vergel paradisiaco a su alrededor.
Una de las calles de Bubión, entre el blanco y las flores.
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Tras recorrer Bubión y disfrutarlo, lo suyo es dar el salto a Pampaneira, famosa por sus tiendas de artesanía y su ambiente multicultural; Capileira, la más montañera, igualmente blanca y conservando el trazado, las casas y demás elementos arquitectónicos tradicionales, o Soportújar, con brujas, casas con serpientes y una fuente que concede deseos. Por cierto, desde aquí es posible ver el Mediterráneo y más allá -Marruecos, queremos decir- en los días claros, que no son muchos pero son únicos.
Que sepas, para acabar, que en julio se celebra el Andalucía Slow Fest para «reconectar con lo auténtico, celebrar la vida en comunidad, el arte, la música y nuestras raíces». Y que las fiestas del verano, en honor a San Sebastián y San Antón, tienen lugar hacia el 20 de agosto, por si te pilla por allí. Entonces verás lo que son unos festejos de pueblo de verdad.