Empatía es una de las palabras más populares del último tiempo. Se convirtió en un lugar común: suena en slogans, posteos de redes y discursos institucionales. Se repite como mantra, tanto que a veces parece perder sentido. 

Los años ‘90 fueron críticos en Argentina. Con el crecimiento de la pobreza y la desocupación, las esquinas fueron ocupadas por adolescentes que buscaban limpiar los vidrios de los autos a cambio de algunas monedas, niños que mendigaban y vendedores ambulantes por las calles del centro de la capital provincial. 

En ese escenario, cuando la empatía aún no era un término popularizado, apareció La Luciérnaga.

“NO SIGA. DETÉNGASE. Por una vida digna” era la frase que podía leerse en la tapa de la revista que apareció un 20 de julio de 1995 en las calles de Córdoba. Ese día, los chicos que se dedicaban a limpiar vidrios en la esquina de La Cañada y 27 de abril, salieron a vender historias en su nuevo rol de canillita, con la revista “La Luciérnaga” en sus manos. 

El pasado 20 de julio, “La Luci” cumplió treinta años de trabajo sostenido, alumbrando el camino de quienes más lo necesitan. Indudablemente, hablar de la fundación que nació en forma de revista y hoy mutó y se amplió hacia otras actividades, es hablar de Oscar Arias, su fundador.

En el centro, Oscar Arias, impulsor de la revista.

“La revista, como primer proyecto, surgió como una alternativa para los pibes que eran trabajadores, sostén de hogar, y que desarrollaban su actividad de subsistencia laboral en la calle”, cuenta Oscar sobre el objetivo primero de la fundación. Además de limpiavidrios, mendigos y vendedores ambulantes, con la profundización de la crisis también se acercaron los hijos de la clase media trabajadora. 

La revista consiguió reconocimiento social y, en poco tiempo, tuvo el aval de la comunidad. El iniciador de la fundación resaltó que La Luciérnaga fue una de las pioneras en instalar una matriz de trabajo basada en “no ver a los pibes como ‘de la calle’, desde lo que no tienen, sino empatizando con sus potencialidades como trabajadores”. Y agregó “cuando te enfocas en las fortalezas de los chicos, y no en las carencias, ellos después pueden resolver sus necesidades”.

– En lo personal, ¿por qué decidís involucrarte?

– Todo viene porque en 1986, cuando tenía 21 años y estudiaba psicología, entré a trabajar al Concejo Provincial de Protección al Menor (hoy llamado SENAF). Ahí nace un programa que se llamaba “Chicos de la calle”, una forma ya anacrónica de llamarlos, donde en lugar de internar a los chicos se los acompañaba en la calle. En esa época se había formado una ranchada donde vivían 16 adolescentes y, entre ellos, una chica de 13 años embarazada. Cuando esa nena nace a mí se me remueve todo, porque yo acababa de ser papá y no soportaba esa asimetría tan brutal. Ahí fue la primera vez que me doy cuenta de que no era suficiente lo que se hacía desde el Consejo, no alcanzaba.

– ¿Ahí fue que se te ocurre impulsar La Luciérnaga?

– En realidad me había ido a un congreso a Chile, como empleado del Consejo del Menor, y en los pasillos se había armado un ‘contracongreso’. Fue ahí que hablando con uno de ellos me dice que el trabajo que hacíamos desde el Consejo no existía en otros lugares y que lo que se tenía que laburar en realidad era la empleabilidad. Ahí me acordé que los chicos siempre me reclamaban lo mismo: un trabajo. 

De regreso en Córdoba, Oscar impulsó un programa de promoción del empleo desde el Consejo del Menor. Así nace en el año 1994 un proyecto, dependiente del Consejo del Menor, que se llamó Programa de Prevención para Chicos en Situación de Calle y tenía como objetivo formar en el oficio de imprenta. Fueron 50 chicos de Villa La Tela los beneficiarios del proyecto que, a cambio de una beca del Municipio, realizaron pasantías en imprentas y capacitaciones. 

El gran tropiezo sucedió cuando se debía instrumentar el plan de becas. La noche del 6 de julio de 1995, el entonces gobernador Eduardo Angeloz renunció a su cargo y los proyectos que la Municipalidad financiaba quedaron sin respaldo económico. “Yo no sabía qué hacer. Era una crisis tremenda porque veníamos trabajando la promoción laboral y sin las becas ya no podíamos seguir”, recuerda Arias.

Finalmente, uno de los imprenteros donde los chicos iban a entrar a trabajar, Gonzalo Vaca Narvaja, le comentó a Oscar sobre “La Farola” una revista que en España la vendían personas sin techo. “Él me ofreció ayuda, asumió el rol de director de la revista, usaba los excedentes de papel de su editorial y colaboró con los gastos de impresión. Con el primer número salimos el 20 de julio de ese mismo año (1995)”, relató.

Los hits de “La Luci”

No es tarea sencilla resumir los 30 años de historia de “La Luci”. Pero si de momentos trascendentales se trata, hay dos que no pueden quedar afuera: el apoyo de La Mona Jiménez y el boom tras su aparición en “Sorpresa y ½”.

“Justo para el segundo número de la revista, La Mona había sacado El Marginal, entonces nos acompañó en el lanzamiento. Eso ayudó a que más chicos se acercaran, venían a vender ‘la revista de La Mona’”, comentó. 

Unos años más tarde, en el ‘99, Julián Weich, el conductor de “Sorpresa y ½”, les regaló un viaje a Mar del Plata para 100 de los canillitas y miembros de la revista que para ese entonces había crecido en cantidad de miembros. 

El desembarco en la pantalla grande tuvo un efecto inmediato: la revista triplicó su tirada y pasó de vender 20.000 a 60.000 ejemplares mensuales. Al mismo tiempo, La Luciérnaga trascendió las fronteras de la capital provincial con 48 sedes que se distribuyeron a lo largo de Córdoba y del resto del territorio nacional. “La revista siguió saliendo de Córdoba, pero con un pliego regional dedicado a cada localidad que era sede”, explicó Arias.

Con la exposición nacional llegó una gran noticia. La Unión Europea les brindó un subsidio de cooperación internacional que les permitió alquilar un viejo galpón y construir allí la sede de la fundación. La Luciérnaga sigue funcionando en esa casona del barrio Güemes, pero lo hace sin la revista como protagonista.

Una gran red comunitaria

Después de tres generaciones de jóvenes canillitas y más de 7 millones de ejemplares vendidos, la revista pasó a un segundo plano. “La Luci”, que fue la primera revista de calle de Latinoamérica, se vio forzada a reconvertirse. La pandemia terminó de golpear un modelo que ya venía en declive, y con ella, desaparecieron la demanda social y la figura del canillita como actor visible.

– ¿Qué sucedió con la revista?

– El 70% de las revistas de calle murieron a partir de la pandemia. La pandemia terminó de liquidar el proyecto de la revista. Ya no hay demanda de canillitas, ni tampoco de la comunidad. De canillitas porque en el momento que arrancamos el carnet de la fundación era un factor de protección, más que el Documento de Identidad, frente a las múltiples detenciones arbitrarias que había por día. Cuando se trabaja sobre el código de faltas y desaparece la figura de “merodeo” se acabaron esas detenciones por “portación de rostro” y con ello necesitaron menos de ese amparo institucional. Lo bueno es que al no estar la revista como prioridad pudieron crecer el resto de los proyectos.

Desde los inicios, a la par de la revista, comenzó a gestarse un centro comunitario para trabajar en la contención integral de cada joven. Desde el acompañamiento en adicciones, asistencia educativa, acceso a

– ¿Qué actividades y proyectos tiene hoy La Luciérnaga?

– Desde los inicios, a la par de la revista, comenzó a gestarse un centro comunitario. Nos habíamos dado cuenta de que si el laburo no era integral no alcanzaba solo con la revista. Así que se trabajan las adicciones, se brinda asistencia educativa y alimentaria, capacitaciones y un servicio de acceso a la justicia. Sin la revista, las prioridades son la escuela que funciona dentro de La Luci, la panadería y el centro cultural.

Uno de los hitos para la fundación fue el inicio de la escuela de modalidad para adultos, del Ministerio de Educación en la sede de Güemes. Oscar explicó que, si bien siempre instaron a los jóvenes a terminar sus estudios en instituciones del barrio, la falta de seguimiento y acompañamiento hacía que abandonaran. La solución fue integrar la escuela, en sus niveles primario y secundario, al espacio comunitario que ya habitaban, donde hay contención, seguimiento personalizado y, sobre todo, confianza.

El 21 de agosto del 2024 se inauguró el secundario en «La Luci». Foto: La Luciérnaga

En paralelo, tomó forma la panadería social, una unidad productiva que elabora pan todas las semanas y lo distribuye gratuitamente entre comedores y merenderos del barrio. Actualmente, se reparten más de 4.000 raciones destinadas a unos 300 niños y niñas de diferentes comedores de Barrio Suárez que se encontraban en riesgo de cierre. “En lo personal es mi proyecto favorito porque es fundamental para fortalecer el tejido social. En la fundación esos 300 niños no entran, pero en red con comedores barriales podemos ayudar”, confiesa Oscar.

El tercer eje es el centro cultural, que retoma una práctica histórica de La Luciérnaga: la organización de festivales, peñas y eventos culturales a beneficio de la fundación. A su vez, el espacio está a disposición de bandas para usarlo como sala de ensayo y allí se brindan clases de danzas, música e instrumentos musicales. Para continuar la tradición, se preparan para celebrar los treinta años con un festival especial.

El festejo de las tres décadas

Este cumpleaños es especial para “La Luci”, por lo que el calendario de festejos se extenderá durante todo el año. 

Los festejos comenzaron hace algunas semanas, con una cena íntima que reunió a canillitas de todas las épocas, trabajadores y trabajadoras que pasaron por la institución, y amigos entrañables de la fundación -el flaco Pailos, Mariano Oberlin, Chumbi, el Pollo Díaz- y que fue transmitida vía streaming. La ocasión se aprovechó para dejar un registro audiovisual y realizar un cortometraje documental sobre los 30 años.

El primer festejo de las trés décadas fue vía streaming. Foto: La Luciérnaga

Si bien ya no se imprimen con regularidad, habrá un número especial que repasará el pasado, presente y futuro de la institución. A ello se le suma la iniciativa de plasmar lo realizado en un libro en el que puedan participar los canillitas de las tres generaciones y los históricos colaboradores.

Este sábado 2 de agosto será el gran festejo del aniversario con un festival en la sede de La Luciérnaga. Será una peña a beneficio con música en vivo y artistas invitados. Entre ellos, estará presente el compositor, intérprete y guitarrista José Luis Aguirre. Será una celebración que, fiel al espíritu de La Luci, buscará reunir música, comunidad y solidaridad en un abrazo colectivo.

Cómo parte de la grilla de actividades, para el Día de las Infancias está prevista una kermés popular, con juegos y actividades culturales pensadas especialmente para los niños y niñas que hoy forman parte de la red comunitaria de La Luciérnaga.

Con treinta años de recorrido, La Luciérnaga sigue alumbrando desde el entramado comunitario que construyó. Oscar, su fundador, lo resume con una frase que funciona tanto como deseo como declaración de principios: “Sueño larga vida para La Luci, pero no una larga vida sin sentido”. Hoy, con un recambio dirigencial en marcha -la actual presidenta es María José Catalá y con el deseo de acompañar desde un segundo plano, Oscar proyecta un futuro donde La Luciérnaga siga siendo parte de una constelación más grande de organizaciones solidarias que laten en Córdoba.

Treinta años después de aquella primera tapa que pedía “NO SIGA. DETÉNGASE. Por una vida digna”, La Luciérnaga sigue invitando a frenar la marcha, mirar alrededor y elegir otro camino. Uno que se construye entre muchos, y que no deja a nadie atrás.