A nadie se le escapa que ’28 días después’ fue una película pivotal en el resurgimiento del género zombie, con Álex Garland y Danny Boyle demostrando que el género podía ser mucho más que humanos escapando de las garras de los no-muertos o, en su defecto y al mejor estilo ‘Resident Evil’, cargándoselos a todos sin miramientos.
El director ha tardado más de dos décadas en volver a la saga que creó, y lo ha hecho por todo lo grande, con una nueva trilogía que promete ser más bestia, más loca, más extrema, más inteligente y más sangrienta que las dos películas que la precedieron. El problema es que la primera, ’28 años después’, nunca termina de afinar por completo en sus intenciones.
Mucho, mucho tiempo después…
Nadie como Boyle es capaz de darle a las películas de zombies (bueno, infectados) ese tono mugriento, sucio y sórdido marca de la casa. En los mejores momentos de ’28 años después’ no sentiremos que estamos mirando mirando un decorado, sino que, gracias a su fantástica labor de fotografía, lo percibiremos como real: ese mar cerrándose, ese vagón (muy de videojuego, por otra parte) en mitad de ningún lado, esa torre de calaveras que provoca más preguntas que respuestas (que, por supuesto, llegarán en sus secuelas de turno). Si toda la película hubiera sido así de esplendorosa, no tendría ninguna queja respecto al apartado técnico. Tristemente, no siempre es así.
Boyle saca pecho de que ’28 años después’ esté rodada en iPhone (en veinte iPhones, para ser más exacto). Es cierto que ha abaratado mucho el coste, con algunos planos de disparos con un estilo a un ‘Matrix’ modernizado que dejan huella. Pero, siendo muy honestos… por momentos, se nota mucho que está rodada con un teléfono móvil, sin profundidad de campo, excesivamente digital y que intenta dejar el mismo tono que la Canon XL1 que utilizaron en la primera parte, sin demasiado éxito. De manera muy inconsistente, a veces parece la obra maestra de un gran cineasta, y otras una simple película amateur.
Era el primero en la sala con muchísimas ganas de ver lo que Garland y Boyle nos habían traído tras tantos años de secano, pero debo ser sincero y reconocer que la experiencia fue francamente decepcionante, especialmente desde el punto de vista del guion, que empieza con muchísima fuerza (y dejando deudas a ‘The Walking Dead’ y ‘The Last Of Us’ en la creación de esa sociedad que sobrevive y se autogestiona al margen del ataque de los infectados), mostrando la relación confusa y a punto de romperse entre un padre y un hijo a la deriva en un mundo que ya les ha olvidado. La primera media hora, de hecho, es espectacular, y nos da un nuevo paradigma -metáfora del Brexit- sobre el que podría construir una nueva historia. Pero, a partir de ahí, la película pega un regate inesperado y el guion se pierde sin remisión.
Espérame, que ya boyle
’28 años después’ peca de ser una película excesivamente episódica, en la que el crecimiento de sus protagonistas se basa de manera casi exclusiva en las personas con las que se van encontrando por el camino hasta llegar a un final catastrófico que acaba la película en un cliffhanger de lo más forzado (que se une con el prólogo). Por el camino queda la sensación de que nada importa más allá de tratar de impactar al espectador, aunque sea olvidándose de personajes, ofreciendo otros mucho más aburridos o a costa de la propia coherencia interna de la saga.

La película se queda a medias en su historia, su guion y sus intenciones, pero da en el clavo en la mayoría de escenas de acción, que nos devuelven a un cine donde no todo tenía que estar planificado al dedillo y lucir perfecto, sino que se permitía permitir cometer fallos a cambio de un plano real y mejor compuesto. En este sentido, ’28 años después’ se erige como una película punk que, en sus momentos más acertados, tiene incluso momentos de montaje dignos de arte y ensayo (ese poema de Rudyard Kipling que ya sonaba en el tráiler, esas escenas de cine antiguo). Lamentablemente, su mera estructura es demasiado endeble, y se muestra incapaz de mantenerse en pie por sí misma en cuanto quiere ir un poco más allá.
De hecho, como espectador, pareces obligado a no hacerte preguntas desde los primeros minutos, dejándote llevar por lo que te cuentan y no buscándole tres pies al gato. Si solo quieres ver zombis desmembrados, sangre y momentos innecesariamente grotescos a cambio de una trama claramente creada con la intención de alargarse durante dos secuelas más, disfrutarás de la aparente bestialidad de ’28 años después’, a pesar de que no ofrezca nada -más allá de los planos de disparos «a lo ‘Matrix'»- que no hayamos visto en otras películas de serie B más atrevidas y con personajes mejor desarrollados.
Me encantaría decir todo lo contrario, que ’28 años después’ es una brutal y sádica maravilla que devuelve la saga a sus orígenes, pero no puedo parar de pensar que, como tantas cosas hoy en día, es solo un movimiento de márketing para colarnos no una, sino tres películas basadas en el mismo concepto, con una dirección que brilla por momentos y cae de manera catastrófica en otros y cuyos nuevos conceptos funcionan pero no sorprenden. El resultado final es un revoltijo episódico que nunca acaba de mostrar todo su potencial y que demuestra que más no siempre significa mejor. A veces, simplemente, no hace falta reinventar la rueda.