Es el Día del Trabajador, y cada año me ocurre lo mismo: no puedo evitar detenerme a pensar en cómo, en nombre del progreso, muchas veces hemos olvidado lo más importante. Trabajamos más, producimos más, corremos más… pero ¿vivimos mejor?

Durante años formé parte de ese vértigo. Trabajaba en grandes corporaciones, con horarios interminables, metas agresivas y una agenda tan exigente como mi diálogo interno. El éxito, me decían, era eso. Pero algo en mí no terminaba de encajar. ¿Era realmente sostenible? ¿Era eso a lo que quería llamar “vida plena”?

Fue entonces cuando decidí tomar una pausa de esas que parecen un salto al vacío, pero que resultan ser un regreso a casa y me fui a vivir a Japón. Lo que encontré allí no fue solo una cultura milenaria llena de tradiciones fascinantes, sino una nueva forma de ver el mundo, el tiempo… y el trabajo.

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En Japón, el concepto de trabajo está profundamente entrelazado con el sentido de propósito. Existe una palabra hermosa y potente: ikigai, que se traduce como “razón de ser” o “aquello que hace que la vida valga la pena”. Para los japoneses, no se trata solo de tener un empleo: se trata de encontrar una actividad que una lo que se ama, lo que se sabe hacer, lo que el mundo necesita y por lo que se puede recibir una compensación. Cuando esas cuatro dimensiones se encuentran, aparece el ikigai.

¿Se puede imaginar el impacto que tendría en las organizaciones y en nuestras vidas si cada persona pudiera conectar su trabajo con su propósito?

En lugar de vivir al borde del agotamiento, podríamos vivir desde la plenitud.

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En lugar de trabajar por miedo o inercia, podríamos trabajar desde la motivación genuina.

Pero la realidad argentina y regional nos muestra otro panorama. Según el informe Burnout 2024 de Bumeran, el 91% de los trabajadores en Argentina experimenta exceso de trabajo y presión constante. Nueve de cada diez. No son números: son personas. Personas cansadas, frustradas, desmotivadas. Personas que, en muchos casos, se sienten vacías.

En Japón también existe una palabra muy dura: karōshi, que significa literalmente ‘muerte por exceso de trabajo’ ”

Y entonces la pregunta se impone: ¿qué estamos haciendo mal?

En Japón también existe una palabra muy dura: karōshi, que significa literalmente “muerte por exceso de trabajo”. Es un concepto reconocido desde hace décadas, y por más impactante que suene, fue la manera que encontró esa sociedad para ponerle nombre a un problema que crece en silencio.

Y sin embargo, dentro de esa misma cultura que alguna vez glorificó la productividad sin descanso, hoy están emergiendo conceptos milenarios como antídotos. Porque, así como el karōshi representa el extremo del desequilibrio, otras ideas como el ikigai, el wabi-sabi (la belleza de lo imperfecto) o el shikata ga nai (aceptar lo que no se puede controlar) invitan a un cambio de paradigma.

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Personalmente, creo que el mundo laboral necesita una revolución silenciosa. Yo la llamo “la revolución del propósito”. No de pancartas ni megáfonos, sino de conciencia. Necesitamos líderes humanos, capaces de cuidar y cuidarse. Necesitamos culturas organizacionales que valoren el bienestar como una estrategia, no como una moda.

Y también necesitamos trabajadores de todos los niveles que puedan preguntarse con honestidad: ¿para qué trabajo? ¿Qué sentido tiene lo que hago? ¿Qué parte de mí se expande o se apaga cada vez que entro a una reunión, reviso mi casilla de mail o me siento frente a una pantalla?

Hace poco, conversando con un grupo de jóvenes líderes, uno me preguntó: “¿Y si no puedo cambiar de trabajo, ¿qué hago?”. Le respondí que, a veces, no se trata de cambiar el trabajo, sino de cambiar la manera en que nos relacionamos con él. Reconectar con pequeñas acciones significativas. Recuperar pausas. Volver a conversar.

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Reconocer que no somos máquinas ni recursos: somos personas. Y que, como tales, merecemos encontrar plenitud también en el hacer.

Este Día del Trabajador hay que invitarse a hacer una pausa. Pero no una pausa vacía ni automática. Una pausa real. Una pausa que permita volver a uno mismo, preguntarse qué se está buscando, qué se da, qué está costando tan caro.

Porque trabajar puede ser muchas cosas pero, sobre todo, puede ser una expresión del ser. Puede ser una forma de contribuir al mundo, de dejar huella, de construir algo con otros. Y para eso, no hace falta cambiar de país ni renunciar a todo. A veces, basta con cambiar de mirada.

La sabiduría japonesa enseña que vivir bien no es vivir sin desafíos. Es vivir con propósito, incluso en medio de la incertidumbre. Es cultivar el equilibrio entre hacer y ser. Es recordar que, incluso en los días más difíciles, siempre hay algo que vale la alegría y no la pena.

Ojalá este primero de mayo no sea solo una fecha en el calendario, sino una oportunidad para empezar a trabajar con sentido y propósito.

* experto en bienestar laboral con propósito. Nikkei argentino, ex ejecutivo de Recursos Humanos en grandes empresas de Japón y América Latina; autor de “Ikigai Felicidad y Sabiduría Japonesa para transformar tu vida”, conferencista y coach organizacional; “sensei del bienestar en el trabajo” reconocido por la Embajada de Japón en Argentina.