Cuando en 2021 Antonio Banderas hizo una gala de los Goya sobria y medida, que era lo que uno esperaba de un año marcado por el Covid, fue aplaudido a diestro y siniestro. Lo que nadie esperaba es que la Academia de Cine iba a entender que, a partir de ese momento, todas las galas tenían que carecer de dinamismo y debían ser una sucesión de dramas expuestos de manera continua, sin ningún momento cómico para relajar el ambiente. Que se ocupen las canciones constantes de separar los bloques de premios. ¿El resultado? Está a la vista: un ladrillo de tres horas y media repleto de errores de ritmo, sin paréntesis, con solo un par de momentos para el recuerdo y una sorpresa final que impacta por la novedad pero no por su significado. Así han sido los Goya 2025: la gala más larga que ‘The Brutalist’ que podría haberse resumido en un mail.

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Buenas noches, bienvenidos, hijos del sopor

Cuando, en pleno 2025, una gala empieza con ‘Bienvenidos’, sabes que te espera un festival de ranciedad. No es que la mítica canción de Miguel Ríos sea mala, ni mucho menos, pero no olvidemos que tiene ya 43 años y siguen tratando de vendérnosla como la epítome de lo macarra. En tiempos de Ca7riel y Paco Amoroso, en España decidimos empezar con un mito (algo casposo a estas alturas) del rock a pachas entre Luis Tosar, un par de actores revelación, Amaral y Miguel Ríos. Y este número inicial dejaba claras muchas cosas sobre el devenir de la gala.

La primera, que ninguno de sus realizadores la estaba considerando realmente una entrega de premios de cine: esta era una gala de variedades al estilo de Jose Luis Moreno, donde lo mismo Rigoberta Bandini aparecía cantando una versión de Massiel que teníamos un vídeo sobre lo bonito que es Granada o una arenga política tras otra que, a base de repetición, han dejado de impactar muy pronto. El cine, ya si eso, en los huecos que nos deje el larguísimo tema de Alejandro Sanz. La gala de los Goya se convirtió por momentos en los Premios 40 Principales en un show que no tenía claro qué quería ser en ningún momento. Esta indecisión ha cristalizado en lo que pudimos ver: una gala blanda, aburrida, sin garra ni decisión. Un horror.

Y parte de este horror viene dado por sus dos presentadoras, totalmente perdidas en su función. Nadie duda de la calidad interpretativa de Maribel Verdú y Leonor Watling, pero en sus escasísimas apariciones el guion era tan falto de humanidad (siempre con intención de no ofender, de acariciar, de querer, de hablar de cosas importantes) que parecía escrito con ChatGPT. Probablemente los guionistas tuvieran ideas buenísimas que les cortaron desde la Academia, pero el resultado final es una mezcolanza cuyas escasas bromas ni siquiera se entendían (¿Watling pidiendo trabajo a Almodóvar? ¿Hablando con su marido? ¿Diciéndole a Verdú que no la quiere al lado mientras se muere?) y que estaban pronunciadas con el desapego de quien sabe que, en el fondo, no está haciendo un buen papel.

Es una pena, pero es imposible no añorar las ediciones de Andreu Buenafuente y Silvia Abril, Eva Hache o incluso los Chanantes y Dani Rovira. ¿Eran perfectas? No, desde luego, pero al menos se centraban en el cine, se arriesgaban con un humor necesario en una gala tan larga (funcionara o no) e improvisaban con lo que estaba ocurriendo en el escenario. Los Goya de 2025 no se han salido del guion ni un instante, como un presentador novato con teleprompter. Pero no lo han hecho ni las dos presentadoras ni ninguno de los famosos que se han ido paseando por el escenario para decir tres palabras («Los nominados son») y marcharse tal como llegaron. ¿Qué gracia tiene tener a las mayores figuras de nuestro país si se les remarca que no pueden hablar, improvisar ni dejar de mostrarse hieráticos y aburridos? Da lo mismo que te llames Omar Montes que Miguel Bernardeau: tu labor va a ser la misma que podría hacer un robot con tu cara.

Sanz

Y el ganador no es es el público

Por el camino dio tiempo a acordarse de todas las causas sociales. Literalmente, de todas. No quedó una sin nombrar: la DANA, el drama de los refugiados, Donald Trump, los extremismos, las limpiezas étnicas, los nuevos autoritarismos, el acceso a la vivienda y la advertencia continua de la llegada próxima de la ultraderecha, entre otras. No es que no sean causas justas o válidas, pero al final, una tras otra, han desdibujado por completo que estos no eran premios de una ONG, sino de cine. Y que, desde casa, tanta causa social junta, por muy bien que quede recortada al día siguiente en  Twitter y TikTok, acaba por empalagar.

Por eso he agradecido discursos tan sinceros y honestos como los de Salva Reina (mejor actor de reparto por ‘El 47’), Eduard Sola (guionista de ‘Casa en llamas’, con su guion escrito tras un dibujo de su hijo), Laura Weissmahr (merecidísima actriz revelación por ‘Salve María’, que en su discurso ha referenciado a Carolina Durante) o Javier Macipe (director de ‘La estrella azul’), que se ha atrevido a organizar su diatriba como si fuera una milonga argentina, una extraña apertura a la originalidad y la creatividad de la que cada minuto del resto de la gala ha decidido no aprender. Y los ganadores, erre que erre, ni siquiera se dan ya por aludidos con la música sonando por encima de su discurso: ellos han venido a hablar de los suyos, de las causas que defienden y venderse de cara a futuros proyectos, y no van a dejar de lado ese escaparate por cumplir una mísera escaleta.

Sola

También es cierto que fuera de estos discursos no nos esperaba un terreno menos árido. Las actuaciones musicales, si bien eran poderosas (ojo a esa versión de Massiel cantada por Rigoberta Bandini, o a Zahara en ese bello In Memoriam) y técnicamente perfectas, se acababan por hacer pesadas por el mero hecho de que sumaban minutos innecesarios en una gala que ya de por sí era innecesariamente larga y poco dinámica. También tuvimos un homenaje a ‘Mar Adentro’ que se sintió, como todo, acelerado y absolutamente innecesario, varios vídeos sobre temas de todo tipo -desde un recuerdo a Jesús de la Rosa hasta un vídeo sobre besos y amor- y un discurso manido de Miguel Ángel Silvestre sobre el cambio climático para presentar la categoría de… Mejor Fotografía.

Por suerte, la gala se levantó en varios momentos humanos, sí, pero siempre externos al guion. Por ejemplo, Reina cogiendo el busto y diciendo «¿¡Esto qué pollas es!?», o Verdú emocionándose durante el Goya de Honor (o, más bien, de Amor) a Aitana Sánchez-Gijón, de la que es amiga desde hace mucho tiempo, mientras afirmaba «Te quiero porque eres luz y talento. Te quiero porque eres la compañera perfecta, cómplice y leal». Y, por supuesto, Richard Gere hablando de su pareja gallega, con la que se acaba de mudar a nuestro país, o la propia Sánchez-Gijón culminando su discurso con un «Hoy recibo este premio cuando aún me siento una niña, con todo por hacer, con el mismo temblor, con el mismo vértigo, con las mismas ganas de desentrañar el misterio«. Pero nada, absolutamente nada, podía prepararnos para ese final tan anticlimático como sorprendente.

Gere

¡Todos ganamos!

Recordando levemente al momento mítico de los Óscar en el que ‘La La Land’ perdió contra ‘Moonlight’, el premio a Mejor Película fue no solo para ‘El 47’, sino también para ‘La Infiltrada’, en un inédito ex-aequo. Hablaremos mucho sobre este empate en los próximos días y semanas, pero lo único que está claro es el poco ritmo televisivo que ha tenido un acontecimiento tan único como este. En lugar de aclarar desde el primer momento «Y el premio es para dos películas por primera vez», han nombrado a ‘El 47’… Y, medio minuto después, se ha aclarado que también iba para la película de Arantxa Echevarría, ante la incomprensión del propio narrador.

A la una y media de la mañana, con todo el mundo cansado, pasa lo que pasa: los cinco presentadores no han entrado bien a través de un telón mecánico que se ha roto… aunque, de todas maneras, no había necesidad alguna de que hubiera cinco personas allí, dado que no han presentado las películas en sí. De hecho, uno de los presentadores se ha perdido por el camino… Y, para colmo, nadie estaba avisado de que había dos ganadores, lo que ha llevado al doble de discursos vergonzantes (como ese agradecimiento a Santiago Segura que también consideraba a ‘La infiltrada’ como «una película arriesgada») e innecesariamente largos. Un desastre en toda regla.

Ha sido el colofón de una gala a la que le ha faltado glamour, poner en valor el cine español y sorprender. No basta con sacar a Alejandro Sanz, Estrella Morente, Dellafuente y Lola Indigo si después no hay nada que trastoque una ceremonia fría, artificial, aburrida, sin nada a lo que agarrarse. Y que, si no tuviera que verla por trabajo, os reconozco que habría quitado a la hora. Para qué sufrir de manera innecesaria, si lo que nos interesa a todos (la lista de nominados) puede ser consultada al día siguiente. La Academia necesita una revolución inmediata, una puesta al día urgente si quiere acercarse, aunque sea mínimamente, a los gustos de un público más joven que puede estar en las salas ocasionalmente, pero al que la industria no le importa lo más mínimo. Y visto lo visto, es normal. Hace falta ser muy devoto del cine para tragarse esta gala.

Si se toma la decisión consciente de no permitir que ningún actor, actriz, músico o cómico que esté dando los premios se salga de la fórmula «Los nominados son» y «El ganador es», al menos lo suyo es que la gala dure un suspiro y termine para la hora de la recena, no de los churros. Al menos, una dirección picarona (o despreocupada) nos regaló algunos planos de Richard Gere no entendiendo en absoluto lo que estaba viendo y un paseo de Watling por el patio de butacas que, eso sí, tuvo una buena respuesta por parte de Luis Tosar. Para que una improvisación de Tosar sea el momento más distendido de la gala, imagina cómo ha sido el resto.

Tosar

Necesita Mejorar

Cuando no ibas bien en el colegio, al menos en mi época, la profesora ponía en tu cuaderno «Necesita Mejorar». Y los Goya de este año se irían a casa con un cuaderno repleto de esta apreciación. ¿Ritmo televisivo? ¿Presentadores? ¿Guion? ¿Realización? Necesita mejorar. ¿Actuaciones musicales? Progresa adecuadamente, pero quizá ha llegado el momento de plantearse si son necesarias o se puede reducir el ladrillo a una hora y media, In Memoriam y discurso del Presidente de la Academia incluido.

Al respecto, hay un momento que cabe destacar dentro de las continuas e indudables buenas intenciones de la gala y el enfrentamiento con su horrenda realización. Es cuando, tras el discurso de Fernando Méndez-Leite, se ha hecho un justo homenaje de diez minutos a Marisa Paredes, fallecida este año y, además de gran actriz, expresidenta de la Academia. El problema es que ha estado pegado al In Memoriam, dejando la sensación de que, al igual que sucedía con el «Aplausómetro», hay muertos de primera y muertos de segunda. Si se hubiera espaciado en el tiempo, no habría problemas de percepción, pero la escaleta de la gala parecía obligar a que ambos estuviesen seguidos, con un resultado, siendo generosos, extraño.

Zahara

Además, la muerte ha sobrevolado todo el tramo final de la gala. No me refiero al nuestro interés como espectadores -que también-, sino a un continuo machaque con el tema. Varios minutos de Verdú y Watling hablando de la eutanasia para presentar el homenaje a ‘Mar Adentro’, el discurso de la hija de Marisa Paredes, las presentadoras hablando de los que hemos dejado atrás, el In Memoriam. Si la gala ya de por sí estaba siendo comatosa, hablar de la Parca a la una de la mañana de un sábado en el que hemos preferido no hacer planes para ver los Goya hace que nos planteemos seriamente nuestras decisiones vitales.

La gala estuvo tan rota y deshilachada que las actrices de reparto tuvieron una presentación única y personalizada, con cinco presentadoras dedicando unos minutos a hablar de cada una de ellas y su interpretación, pero ninguna otra categoría tuvo este tratamiento. Simplemente, es algo que pasó, probablemente deudora de una versión anterior del guion. Igual que las categorías, que fueron cayendo una tras otra sin mostrarnos prácticamente nada de su trabajo o una introducción especial. ¿En qué consiste el premio a dirección de producción? ¿Por qué ‘La virgen roja’ ha ganado mejor dirección de arte? Y sobre todo, ¿le importa a la Academia que nosotros lo entendamos?

Virgen

Mostrar el trabajo en sí, más allá del resultado final, ayuda a que el público general entienda la labor, más allá de convertirse en un «sumapremios» sin mayor sentido. En otras ediciones lo han hecho, pero en esta parecían ir continuamente con prisa. Corre, corre, que Alejandro Sanz tiene que cantar una canción de siete minutos, que luego hay un vídeo sobre Granada y un bloque de anuncios para meter otra vez el aviso de que AirBNB patrocina este programa. La gala de los Goya 2025 es exactamente lo que la gente que jamás ha visto estos premios cree que son: una sucesión de defensas políticas con ritmo mortuorio (literalmente, además) y el mismo entretenimiento que mirar una pared secándose. Está bien ponernos serios, pero si quieres que os regalemos 210 minutos de nuestro tiempo, haz que por lo menos merezca la pena.

Esta gala ha sido una función escolar glorificada que solo han salvado momentos externos al férreo guion, como la aparición de la madre de Yerai Cortés en el escenario o C. Tangana (perdón, Antón Álvarez) afirmando que «Prometo que cualquier actor que se meta a la música le vamos a acoger como me habéis acogido vosotros». Y al final, lo que queda para el público general, casi exclusivamente, es el morbo de la ausencia de Karla Sofía Gascón, de la que se ha habado muy poco pero que de alguna manera ha abierto el camino a un posible perdón en Hollywood después del shock general causado por aquellos tuits.

¿Nos acordaremos de ‘El 47’ y ‘La infiltrada’ dentro de cinco años? Supongo que de la misma manera que lo hacemos con ‘Las niñas’ o ‘El buen patrón’: no pasarán a la historia ni las volveremos a ver jamás, pero guardamos un buen recuerdo de que nos gustaron en su momento. De que son agradables al paladar, digeribles por todos, no se alejan del mainstream tanto como para causarnos un shock pero sí lo suficiente como para darles una pátina de «calidad» quizá impuesta por los premios. Ahora solo faltan una ceremonia que esté a la altura de las películas que premia, que vuelva a la guasa y la celebración (mezcladas, como siempre, con reivindicación social), y se olvide de aquella hierática gala de Antonio Banderas que tanto gustó a todo el mundo. Lo poco gusta y lo mucho cansa. Y este año han cansado. De qué manera.

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