(Mario Albera) En noviembre de 2008, salió a la calle el primer número de La Décima. Aquella edición gráfica, traía en sus dos páginas centrales una nota con imágenes a color y una crónica del festejo de Urkupiña de agosto de ese año. Recuerdo a algunos comerciantes y vecinos cuestionarme por haberle brindado ese espacio generoso a una fiesta de inmigrantes limítrofes. 

Transcurrieron 15 años desde entonces, y nuestro periódico mantuvo su línea editorial pluralista y barrial pese a las críticas, y Urkupiña se afianzó como un evento religioso masivo, todo un atractivo para Villa El Libertador. Cada vez más vecinos y vecinas se suman a los festejos sintiéndolo como propio por más que esté vinculado con la adoración de una virgen milagrosa boliviana. 

Desde entonces, cada año reflejamos el color, la música y la manifestación de fe religiosa de Urkupiña con el objeto de revalorizar y defender esta tradición. Y lo hicimos siempre en forma desinteresada, como lo hacemos con cada noticia. Sin pedir nada a cambio.

Pero en esta oportunidad, advertimos un ruido de fondo vinculado con un malestar por los precios fijados por la comisión organizadora para la venta del espacio público para las “comideras” y al tirar del piolín, la madeja se fue desanudando sola. A partir de la primera nota donde reflejamos el malestar, se comunicaron con nosotros más voces que, en forma abierta o confidencial, aportaron información respecto a la organizaron y sus costos, que hasta entonces se desconocían.   

Las publicaciones no buscaban sembrar dudas sobre la honestidad de los organizadores, sino plantear preguntas sobre la generosa inversión  del Estado para solventar la logística de esta festividad y brindar información esclarecedora.

Para quienes atacan nuestro profesionalismo periodístico debo decir que todo lo publicado obedece a datos e información aportados por fuentes que directa o indirectamente participan del evento. Nuestro estilo no es inventar nada para atraer lectores, sino por el contrario, hace 15 años que buscamos hacer nuestro trabajo de forma ética y profesional. Bien o mal, pero honesto al fin. 

Para quienes nos acusan de discriminar a la comunidad boliviana del barrio, no reparan siquiera el valor de haber realzado o jerarquizado periodísticamente el evento desde nuestras páginas, todos estos años. Nosotros hacemos periodismo, y eso significa hurgar, preguntar, corroborar la información y publicar. No nos interesa potenciar los sentimientos de odio o rechazo hacia el extranjero (xenofobia) que siempre anidan en la sociedad. Asumimos un cuidado al informar, pero no podemos evitar esas retrógradas reacciones.

Los contribuyentes que con sus impuestos solventan los gastos principales de estos eventos masivos tienen todo el derecho a preguntarse sobre la oportunidad y eficacia del gasto. Oportunidad porque como país se atraviesa una recesión económica muy fuerte y cada gasto cuenta; y eficacia porque se sospecha del aprovechamiento comercial de una festividad por parte de algunos. Incluso de algunos políticos de turno que colaboran (¿con dinero personal o público?) a cambio de disponer de un escenario para propaganda personal. 

Desde nuestro medio, defendemos el apoyo estatal a estas manifestaciones populares y culturales, porque aun en tiempos de escasez se necesita “pan para el alma”. Pero también reivindicamos el derecho a la libre expresión y a la información del soberano, y en ese sentido, nuestra obligación como medio de comunicación es proporcionársela cuando la tenemos.   

 

  

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