Se los ve llegar “a pata”, en bicis, motos, autos, carros y hasta en cochecitos de bebé. Algunos caminan con disimulo ocultando la mercadería. Otros, con el caballo cansado de tanto andar la calle. Son personas que vienen a vender los desechos de metales y cartón. Y a cambio, reciben una paga cada vez más baja para paliar la malaria económica.

“En el último tiempo, se nota cada vez más gente”, aporta Fernando Quevedo, carrero de asentamiento Renault, una vida entera en la calle. “El sol sale para todos”, agrega, refiriéndose a que siempre algo se encuentra. “La plata está en la calle, solo hay que saber buscarla”, reflexiona, optimista Diego Valencia, quien se gana la vida como limpiavidrios y se hace unos pesos extras vendiendo chatarra.
Hay tantos changarines como chatarreros. “Ha caído mucho el negocio de la compraventa, primero porque hay cada vez menos residuos en la calle y segundo porque hay más competencia”, es el diagnóstico del empleado de un galpón de compraventa de la calle Curazao, detrás de la fábrica Renault.
Allí, por el kilo de lata se paga 50 pesos; por el de hierro, 60 pesos; y por el de cartón, 120 pesos.
Sebastián Ferreyra es empleado de seguridad y vecino de Vicor. Acaba de hacerse unos 2400 pesos extras vendiendo algo de cobre. “Me sirve para pagar el colectivo del trabajo”, confiesa. Valencia, padre de dos niñas de Villa El Libertador, vive de limpiar vidrios, pero acaba de vender restos de aluminio por unos pocos pesos.
El procedimiento es el siguiente: ingresan a un galpón, el encargado del lugar pesa la mercadería y la balanza, lapidaria, dictamina el efectivo a recibir por ventanilla.

“Esta crisis nos pega a todos”, razona Quevedo, quien maneja su carro con un solo brazo. El derecho lo perdió en un accidente de motos hace casi diez años. En el carro lleva envases de botellas de vidrio, cartones y algo de latas. Apunta que la paga ha bajado. “Antes el kilo de lata estaba 110 pesos, ahora está 70”.
“Está muy duro”, señala. “Y hay que andar muchísimo”, añade, porque hay una competencia salvaje en la calle por conseguir chatarra. “Es que la gente ya no tira nada sino que lo vende”, dice.
Además de la crisis, dice que debe lidiar con la organización Sin Estribos, que persigue a los carreros. “Por unos pocos, pagamos todos”, dice para aludir a los que maltratan a los caballos. Cuenta que hace un año espera por la moto eléctrica municipal, lo que le abarataría los costos. Cada semana compra un fardo de alfalfa por 4 mil pesos y una bolsa de maíz por 4500 pesos para alimentar a Bandido, el zaino que luce en muy buena forma. “El me da de comer a mí y por eso lo tengo que cuidar bien”, dice.
Braian Quinteros -25 años, barrio Héroes de Malvinas, buzo con capucha roja- viene empujando el carro. Trae caños de pileta, el esqueleto de una cocina y restos de un ventilador. Calcula recibir por ese manojo de chatarra unos 5 mil pesos. “Es para la casa”, dice. Vive con sus padres y sobrinos. Pero admite que sueña con dejar este trabajo algún día por otro que le permita comprarse una moto y ropa. “Las mujeres se hacen las duras ahora, pero cuando ande bien vestido me van a buscar”, dice y le brillan los ojos.

Un amigo de la vida interrumpe la entrevista e invita al cronista a mirar en el interior de una desvencijada mochila. Alcanzamos a ver alimentos. “Eso me lo dan”, cuenta. “A veces para comer y otras para vender a gente que necesita”. Y completa: “Tres paquetitos de fideos yo se los dejo a 2 mil pesos”.
Dos señores, de prolija vestimenta, pasan en ese momento alzando bolsas de consorcio y se internan en el compraventa. Es incesante el tráfico de la pobreza en el lugar.
Con la crisis económica, recrudece el rebusque en los barrios populares de Córdoba. Y la competencia por hallar los desechos en calles cada vez más yermas.
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