¿Cómo el peronismo llegó a gobernar la «isla rebelde»? ¿Cómo el tándem De la Sota-Schiaretti pudo consolidarse en Córdoba? ¿Cuál es el nuevo desafío de este movimiento en el país?
Estas preguntas y más aborda el politólogo cordobés Federico Zapata (Villa Dolores) en su libro “Los muchachos cordobeses”, publicado por la editorial Clave Intelectual en septiembre del 2023.
En diálogo con Mano a Mano, cuenta que la idea de este libro nace por la forma en la que los medios de la Ciudad de Buenos Aires, donde está radicado desde 2003, describían a los cordobeses.
Primero, comenzó con una serie de intervenciones en Revista Panamá, fundada en 2013 por Pablo Touzon, Martín Rodríguez y otro grupo de intelectuales, para explicar que los cordobeses no son lo que dicen los medios hegemónicos del AMBA.
Por eso, en la primera mitad del libro, Zapata se encarga de hacer una radiografía del cordobés: el legado jesuita, el federalismo republicano de Juan Bautista Bustos, el conservadurismo progresista, el credo cordobés por las influencias migratorias, la experiencia sabattinista y el nacimiento del gremialismo federal empresarial.
En la segunda mitad, analiza la historia moderna del peronismo cordobés y aborda su capacidad de apropiarse, consciente o inconscientemente, de ese ADN para lograr un triunfo que los lleve al poder en la provincia y los sostenga por más de 24 años.
¿Cómo logró el peronismo cordobés alcanzar el gobierno?
De alguna manera intento que el peronismo de Córdoba me sirva como una excusa para narrar un poco la sociología de la identidad cordobesa, que me parece que es muy importante para entender ese proyecto político. Y creo que la piedra basal de cómo el peronismo logra gobernar Córdoba, justamente nace de una decisión que toman «los padres fundadores de la renovación», fundamentalmente José Manuel de la Sota y Juan Schiaretti, de que en lugar de peronizar Córdoba, el peronismo se tiene que hacer cordobés. Es una idea que de alguna manera revierte la forma dominante en la que el peronismo nacional ha buscado incidir en la vida nacional intentando que la sociedad cordobesa se hiciera peronista. Ellos trabajaron para que el peronismo provincial fuera hacia la sociedad, que se hiciera cordobés. En esta piedra fundacional, a partir de 1983, se cimienta una serie de dinámicas que hacen de un peronismo muy diferente al peronismo nacional dominante que hemos conocido. Yo lo llamo un peronismo protestante que navega muy bien las aguas profundas de la identidad cordobesa y que, entiendo, es esa característica la que le ha permitido llegar al gobierno y superarse durante los años.
¿Por qué este peronismo, a contramano del nacional, pudo renovarse en el poder?
La capacidad que ha tenido el peronismo de renovarse en el poder es precisamente una de las notas políticas más interesantes del proceso, que es haber logrado resolver lo que es la tragedia, digamos de la teoría política del peronismo a nivel nacional, que es el problema de la sucesión. El famoso discurso de Perón de que el único heredero es el pueblo, de alguna manera una suerte de vacío político en cómo se van a producir las sucesiones. Porque de alguna manera no dejó una tecnicatura de sucesión y me parece que eso, a lo largo de los años, ha sido como un gran agujero negro nacional. Probablemente se intentaron los mecanismos de sucesión clásicos, digamos familiares, intentaron mecanismos, soluciones verticalistas y han sido todos experimentos muy frustrados. A mí me parece que el peronismo cordobés acordó en el proceso reconstruir su élite, que arranca en 1983, pero llegan al poder en el 98-99. Ese proceso va construyendo una élite plural, una élite que no está subordinada a la voluntad unilateral de un solo liderazgo, sino que aún con liderazgos permite convivir una pontificia de voces. Y esa construcción de la élite diferencial es lo que les permite una vez en el poder, y otros aspectos, articular una forma de sucesión que no sea verticalista ni clan; es decir, una sucesión plural. Eso contribuye a facilitar las sucesivas transiciones entre De la Sota y Schiaretti desde los ‘80. En ese periodo aprenden a convivir en este dispositivo plural y es lo que permite las transiciones en el gobierno. Y ahora, lo que es el experimento incierto todavía, más audaz, con la transición de Martín Llaryora, que ya es generacional y con un final por escribirse.
Zapata define a los dirigentes de este movimientos como “farmers” (granjeros en inglés). Explica que con este término se refiere al proceso de construcción del peronismo renovador desde la periferia hacia el centro.
Los triunfos electorales que llevaron al peronismo no fueron en la ciudad de Córdoba, pese a que sus líderes provenían de la capital, sino desde el bastión productivo del interior y sobre los territorios serranos.
Sin embargo, en este proceso, que entre otras cosas les permitió gobernar la ciudad capital en 2019, incorporaron una nueva generación de dirigentes provenientes de ese interior productivo, como Llaryora, Daniel Passerini, Manual Calvo y Julián López, entre otros.
¿Se puede replicar este modelo a nivel nacional?
Lo que he intentado en el libro, además de que me sirva como una excusa para contar quiénes somos los cordobeses para hacer una especie de sociología, he intentado extraer de esa experiencia una serie de fundamentos políticos, de dispositivos políticos que me parece que pueden servir para pensar el proceso de reconstrucción del sistema político a nivel nacional, después de la implosión que sufrió el 2023. No estoy seguro, o me parece que es una historia abierta que hay que escribir, que el peronismo de Córdoba pueda o no protagonizar ese proceso. Sí creo que el peronismo de Córdoba, en estos años , creó la herramienta para hacer un recorrido diferente en la reconstrucción de una élite nacional y de un proyecto político nacional. Me parece que lo más interesante es esta suerte de tecnicatura política que el peronismo de Córdoba desarrolla y que hoy, me parece, cobra relevancia en el plano nacional, y que por supuesto lo puede tener como un actor fundamental.
¿Es posible o redituable el partido cordobés que intenta Llaryora?
La etapa que llamo de introspectiva del peronismo cordobés, que inicia con De la Sota con la idea de cordobesismo, que tiene alguna línea de contacto con estudiar el partido cordobés, creo que es una etapa agotada. En el sentido de que fue una estrategia política pensada por un contexto nacional donde existía un poder nacional muy consolidado y muy agresivo hacia Córdoba, y donde, por lo tanto, el peronismo cordobés para sobrevivir tenía que utilizar una especie de técnica de alambramiento de la provincia. Lo que se abrió a partir del tsunami político, que significó el triunfo nacional de Javier Milei, que es una crisis del poder nacional, una crisis del Estado nacional y una crisis del sistema político en su totalidad, y por lo tanto creo que el peronismo de Córdoba, aún sosteniendo su sociología cordobesa, va a entrar necesariamente, porque el sistema político nacional lo va a empujar en una fase de mayor protagonismo. Me parece a mí que más que anclarse en una identidad local, va a tener que buscar un concepto fuerte que le permita navegar en el territorio nacional. Ese concepto puede ser el federalismo, el desarrollo. Si se mueven de manera inteligente, deberían evolucionar de esta manera.
¿Y cuál es el desafío del peronismo nacional?
El peronismo nacional hoy está en una crisis reputacional parecida a la de 1983. Si bien todo el sistema político implosionó durante el año pasado, que inicio con un proceso de largo plazo que es la crisis de la economía argentina a partir del 2008-2011, y con la polaridad del macrismo-peronismo, pero con la particularidad de que el corazón de esa época en los últimos 20 años, el último avatar del peronismo ha sido el kirchnerismo. Entonces, creo que esta crisis le deja al peronismo una crisis muy seria, que va a requerir respuestas radicales, en el sentido de la radicalidad de las transformaciones que necesita para recuperar su reputación de cara a la sociedad. Es decir, eso implica una nueva camada de dirigentes, de liderazgos, que probablemente tienen que ser liderazgos no solamente castizados o internos a la casa, sino que probablemente tienen que ser una nueva camada que implique traer o generar nuevos dirigentes externos de la casa jurídica. Lo segundo, es un nuevo marco conceptual; es decir, no alcanza con nuevos dirigentes del peronismo. Va a necesitar una cosmovisión, una reactualización doctrinaria muy profunda que le permita tener un diagnóstico mucho más preciso sobre el tiempo que estamos viviendo y sobre los desafíos que tiene ese tiempo para la Argentina. El peronismo es un movimiento que se construyó en la era industrial, y la era industrial hoy se encuentra superada. Un cambio muy profundo para dejar de ser anacrónicos. Y lo tercero, una renovación de la morfología. Es un movimiento político que a nivel nacional se ha ido progresivamente transformando en un dispositivo fuertemente hegemonizado por el AMBA, por lo tanto se ha ido desfederalizando y se ha ido progresivamente aislando de los contextos laborales, de los contextos de la sociedad civil, de los entornos económicos, y eso me parece hace perder mucha potencia a la élite. Entonces, para mí, el gran desafío que tiene desde el punto de vista de la renovación, es un nuevo liderazgo, el marco conceptual y la morfología. Un peronismo que quizá tomando el modelo cordobés tenga como desafío, ahora sí, en lugar de querer hacer de la sociedad argentina una sociedad peronista, individualmente ir hacia la sociedad argentina.