(Mario Albera) El título de este comentario remite a un libro del escritor argentino Pablo Ramos cuyo argumento nada tiene que ver con esta columna. Lo elijo porque sintetiza la ferocidad de estos tiempos. De ajustes económicos, como el anunciado por el flamante gobierno libertario, necesarios, según argumentan, para enderezar la economía y apagar el incendio inflacionario, que corre al 3.600 por ciento anual. La exageración sirve para justificar la terapia de shock. 

El ajuste lo paga en parte la casta política, como prometió Milei, porque se recortan ministerios, secretarías, contratos de empleo recientes y gasto en obra pública, fuente de retornos de la casta (Causa Cuadernos, nicho de la corrupción K) Pero la motosierra pegará de lleno en el bolsillo popular porque al reducir subsidios suben las tarifas de los servicios públicos (luz, gas y transporte) y los combustibles; y  porque aumenta la carga impositiva (se repondrá Ganancias a los asalariados que más ganan, aumenta el impuesto País para el dólar tarjeta y suben las retenciones al campo) Las subas impositivas contrarían el ideario libertario. 

“Estremecedor”, definió al ajuste el economista Ricardo López Murphy, que por plantear un recorte del gasto público menor, salió eyectado del gobierno de la Alianza. “Salvaje”, lo definió el panqueque bancario (radical travestido en kirchnerista) Sergio Palazzo.

El ajuste es proporcional a la ferocidad de la herencia. Dólar atrasado; 47% de pobreza; 9% de indigencia; 100 mil millones de dólares más de deuda; inflación al 160% anual; déficit primario -2,4%; y descalabro de precios relativos. El tridente Alberto, Cristina y Sergio, lo hizo: chocaron la economía y por eso recibieron una histórica paliza electoral. “Dejo un país en marcha”, se despidió con brutal necedad Alberto. “Se viene una catástrofe”, vaticinó con crueldad Cristina. Deberían obsequiarnos el silencio por un tiempo.  

Rayo de sol

El ajuste mileísta amputará ingresos y empleos porque la devaluación del 51% del peso aviva la inflación y hace caer la actividad económica. Las remarcaciones en las góndolas son feroces. El gobierno confía en que los precios (la oferta) se equilibren solos por la caída de la demanda. Pero en un sector oligopólico como el alimenticio, es difícil. Será la Navidad más cara.

El Gobierno logró con las medidas contener al tipo de cambio. Apreció 118% el valor del dólar, pero los dólares alternativos (blue, bolsa, contado con liqui) se muestran contenidos. Con la emisión monetaria del Central cortada de raíz, el peso se revaloriza y la moneda nacional debería volverse atractiva para el ahorro. Un rayo de sol asoma en la penumbra cambiaria. 

Ajuste y mensaje esperanzador. “Es el último mal trago”, promete Milei, para llegar al maná. Dice tener “las fuerzas del cielo” de su lado. Espero que también tenga a las matemáticas. Entre la población, pareciera haber un consenso de aceptar atravesar el dolor para parir algo nuevo y mejor. Pero después de tantos fracasos argentinos, sobrevuela el temor del sufrimiento inútil. 

Frente al ajuste feroz, se amasa una resistencia feroz. En las instituciones (parlamento, sindicato, etc) y en la calle. El Gobierno anuncia un protocolo “anti piquete” para desalojar por la fuerza de la vía pública a los revoltosos. “El que marcha, no cobra”, amenaza. Esto potencia la ferocidad de los intermediarios de la pobreza. “Psicópatas”, los llamó Grabois. 

La ferocidad se impone. Dentro de la ley y fuera de ella. El contrato social cruje. Y la convivencia aparece amenazada. 

 

 

 

 

 

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