Un día no se habló de los árbitros

Eran cuatro partidos terribles, nerviosos, “de vida o muerte” como solemos decir en nuestras metáforas grandilocuentes los periodistas de deportes. Cinco equipos con mucha historia afrontaban el riesgo de lo que se percibe como la mayor desgracia deportiva (y a veces más que eso) que se puede afrontar: perder la categoría. El temible descenso.

Por supuesto que, en una temporada muy controversial, todos recordarán fallos arbitrales con los que se sintieron perjudicados (y en algunos casos, con toda la razón del mundo) como para haber llegado al fin del torneo en esa angustiante posición.

Pero, aunque el nivel de los árbitros fue todo el año cambiante, desparejo, por momentos francamente malo, llegada esta instancia de plata o nada, al caer la tarde del sábado nadie estaba hablando de los arbitrajes.

¿Esto quiere decir que se encontró la fórmula mágica para resolver un problema eterno? No, ni mucho menos. Que los árbitros hayan sobrepasado con correctas actuaciones la difícil prueba de ayer no cambia que sigan teniendo desniveles y que reciban constantemente “mensajes” equívocos desde su propia conducción.

Los criterios turbios para designaciones, progresos, promociones, sanciones encubiertas, suelen abonar a la confusión y poner a prueba la fortaleza de personalidad y principios de cada referí. Todo eso es el contexto de presiones en el que se desenvuelven continuamente, y no cambiará con una buena o una mala tarde.

Pero, si estamos bastante habituados (tristemente habituados, incluyendo los arbitrajes del Ascenso, que a veces son grotescos) a pasarnos gran parte de una jornada decisiva del fútbol polemizando sobre errores arbitrales, y tuvimos una definición de descenso con cuatro partidos y cinco equipos comprometidos sin que nadie pueda endilgarles responsabilidades a los árbitros, es algo que esta vez merece ser destacado. Mañana será otro día.