Selección: el barullo que faltaba

La Selección -en un presente muy convulso, angustiante a menudo, trabajoso de sobrellevar-, es un espacio que los argentinos disfrutamos, nos distendemos, nos sentimos ganadores. Nos identificamos y admiramos cómo defienden la divisa de todos, y hasta los valores que la Scaloneta representa.

La madrugada de ayer se iba a completar un círculo que dejaba a este equipo inmaculado, que puede perder como cualquiera pero que juega bien y gana mucho, muchísimo más que lo que pierde, al punto de bajar marcas que parecían inconmovibles.

Incluso a pesar de la mancha que puso la policía de Brasil sobre la noche deportivamente épica de Argentina, iba a ser una noche para seguir viviendo el sueño de la Selección ideal, la que te alegra la vida.

Ahora se ha sumado a tantas otras zozobras que vivimos los argentinos. Ya no sabemos si Lionel Scaloni va a seguir siendo el técnico en lo que queda de las Eliminatorias ni en la Copa América; ya está picando que en cada conferencia del DT no pueda evitarse preguntarle si las cosas mejoraron y se va a quedar, o se va a ir.

Mientras esperábamos las habituales reflexiones del entrenador, sobrio en la cúspide del éxito, lo que vino fue una alarma que tampoco es fácil de desactivar. No se sabe si lo que pone en riesgo al tipo con más consenso que se recuerde como DT nacional, es la suma de incidencias menores o alguna de ellas en particular.

¿Desórdenes logísticos y de organización en una gira, filtraciones a la prensa, rispideces en la renovación del contrato, cambios inconsultos de sede de localía, demora en el pago de premios, interferencia del alineamiento político de Claudio Tapia con Sergio Massa?

Vista la sorpresiva decisión de hacer estallar esta bomba en público, hasta podría ocurrir que nos quedáramos sin el DT de la Selección como cuando, de un día para otro, Marcelo Bielsa se fue dando por toda explicación que no tenía más energías.