(Mario Albera) Escribimos el 28 de setiembre que Sergio Tomás Massa se había recibido de genio porque tuvo la habilidad de reciclarse en política (fue ucedeísta, menemista, duhaldista, kirchnerista, independiente y de vuelta kirchnerista) y posicionar al cuarto gobierno K  en carrera electoral. Y lo hizo, pese al descalabro económico y social cuya autoría lo alcanza como ministro de Economía. 

Esto lo dijimos luego de las Paso, donde quedó tercero, y a casi un mes de la elección general de octubre. Ahora que sabemos del batacazo logrado en la primera vuelta presidencial, la genialidad de Massa se agiganta. 

Sergio Tomás quedó ahora con claras chances de convertirse en el próximo presidente del país porque tuvo la habilidad de dividir a la oposición alimentando con candidatos y logística -sobre todo en la provincia de Buenos Aires- a Javier Milei. Cuando comprobaron en las Paso que el libertario no solo “chupaba” votos de Juntos por el Cambio, sino también del peronismo, Massa reunió a la tropa del peronismo en el norte argentino para bajar línea sobre el riesgo de perder la elección con un outsider de la política. 

En simultáneo, Massa apeló a las generosas arcas del Estado para armar un “plan platita” que alentara el consumo popular y disimulara los estragos causados por la hiperinflación. Anunció bonos para asalariados y jubilados, créditos a tasas blandas, ayudas para informales y para beneficiarios de planes sociales. Lo siguieron los gobernadores. El gobernador de Santiago del Estero, por ejemplo, Gerardo Zamora le pagó un bono de 400 mil pesos a los estatales como un mensaje bien claro hacia dónde tenían que votar. Quedó más que claro: en muchas mesas de esa provincia los candidatos opositores a Massa no sacaron ni un voto. 

Massa la tiene servida porque tiene con qué (el Estado) y tiene con quién (él mismo)

 Sergio Tomás ha demostrado ser y comportarse como un político profesional. Tras ganar con una diferencia inesperada de casi siete puntos sobre el libertario, habla ya como un presidente electo. Se muestra atildado, conocedor de todos los problemas de la administración y como un salvador de los mismos problemas generados por su pésima praxis económica. Yo te dejo sin combustibles, pero luego te los repongo.  Yo te mato con el impuesto inflacionario, pero luego te compenso con un bonito. 

El ministro-candidato ha logrado eso: que el votante lo perciba como alguien ajeno al gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Casi como un candidato opositor a ellos. Es un juego de espejos o de ilusionismo propio del mago David Copperfield.

Decía Séneca (filósofo romano del estoicismo) que “la vida es como una obra de teatro: no importa cuánto dure, sino cuán bien se represente”. La reflexión aplica perfecto para una campaña política, ya que si algo ha sabido demostrar Massa son dotes actorales brillantes. Alfredo Alcón es una miniatura a su lado. El tigrense es un experto de la representación e imitación para hacernos creer en una determinada cosa. “La inflación no es culpa de la emisión descontrolada, sino representación de las exigencias deshumanizantes del Fondo Monetario Internacional”, nos dice. 

La teatralización del candidato indigna, pero no hay que espantarse. Maquiavelo, el gran pensador florentino, enseñaba que que la ética está separada de la política y, por lo tanto, no hay moralismo político en los gobiernos. Y menos en sus representantes. La amoralidad es la regla. También postulaba, como nos ilustra Miguel Wiñazki en su columna de Clarín, “que el que engaña encontrará siempre quien se deja engañar y aseguraba que todos perciben lo que se aparenta ser y que pocos experimentan lo que realmente es cada uno”. “La simulación -escribe Wiñazki- protagoniza las palabras políticas con todo énfasis en las campañas pero después de las campañas y ya en el gobierno también el “arte” de aparentar predomina”.

La recitación del Preámbulo constitucional y el uso de una foto junto a Ricardo Alfonsín con la obscena intención de captar el voto radical es un insulto a la memoria de un adalid de la democracia y un abuso por parte de un exponente de un régimen corrupto, con ex funcionarios y una vicepresidenta condenados. Por supuesto, con la complicidad de los mismos radicales que se llamaron a la neutralidad en un claro guiño a su candidatura en el balotaje. 

Massa aparenta ser un político preparado para conducir los destinos del Estado. Moldea el arte de la simulación en campaña. Sobreactúa ser un estadista. Contrario a Milei que se muestra amateur y menos preparado en el arte de la mentira. La autenticidad del libertario, con sus desbordes emocionales y planteos iracundos, espantaron al electorado luego de las Paso. Es difícil ganar una campaña sin algo de disfraz. Recuerden a Menem cuando confesó que si él decía todo lo que iba a ser cuando llegara a la Casa Rosada, tal vez no hubiera ganado. Massa aprendió la lección, por eso sabe atraer a las sirenas de Ulises con su encanto de serpiente y a las ratas como buen flautista de Hamelin. Y créanme, que ratas sobran en política. 

Massa la tiene servida porque sabe jugar sucio, alentando el miedo en la población con su terrorismo discursivo respecto a los dichos disruptivos del adversario. Atemorizar con cuánto costará la nafta y el transporte en un eventual gobierno de Milei, es hacer campaña sucia, pegar patadas en el boxeo, escupir en la mesa de los argentinos de bien. El percibir al adversario como enemigo a destruir desmiente su llamado a la pacificación nacional y a la finalización de la grieta en Argentina. Será hábil, pero tampoco puede evitar la caída de algunas máscaras.

Su astucia ha permitido borrar del mapa a Cristina y Alberto para simular un desapego con el kirchnerismo y captar así el voto independiente. “Yo soy del Frente Renovador”, acaba de afirmar en una entrevista con LaNación+. Pero su primer candidato a diputado electo es Máximo Kirchner y 12 de 84 municipios bonaerenses los ganó La Cámpora con su boleta. “Vos vas a llegar porque sos un hijo de puta”, lo profetizó en el 2008 Néstor Kichner. El futuro dirá si traicionará a los K, como Néstor a Duhalde o Duhalde a Menem, o Cristiana mediará en sus decisiones. “Yo no me retiro de la política”, anticipó la doctora cuando fue a votar. 

Finalmente, Sergio Tomás la tiene servida porque logró reunir al peronismo nacional detrás de su figura, lo que supone gozar de una maquinaria electoral aceitada que maneja el aparato clientelar como ninguno. En cambio, Milei solo tiene para exhibir la fuerza del argumento, el fanatismo de los jóvenes que potencian su candidatura en redes sociales y a Mauricio Macri que abandonó la reposera para apostar a pleno por su candidatura para el balotaje del 19 de noviembre. De ser un hombre solo que ganó las Paso, el león libertario pasó a ser rescatado (“domado”, chicanea ahora C5N) por el expresidente y su estructura para ganarle al kirchnerismo. 

El debate del 12 de noviembre entre los dos contendientes mostrará estos contrastes y ayudará a muchos a revelar dónde se esconde el arte de la manipulación, la simulación y la representación para ganar sin escrúpulos una elección cuyo resultado permanece abierto pese a la diferencia alcanzada por el autor principal del mayor descalabro económico de los últimos años. 

 

 

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