River y la política de pertenecer

River reforzó sus filas en este mercado con, más allá de otras gestiones, Manuel Lanzini y Ramiro Funes Mori. Es toda una política de equilibrio entre las figuras que irremediablemente se le van yendo y la necesidad de mantener el equipo competitivo, la búsqueda de hombres con pasado en la institución.

Regresos de hijos pródigos no son exclusividad de River; entre otros muy recordados, estuvieron los de Riquelme y Tevez a Boca; de Sebastián Verón a Estudiantes; del Kily González a Central, de Heinze y Scocco a Newell’s, Diego Milito y Licha López a Racing, y sigue la lista.

Pero en el Millo es una toda una política, que reconoce antecedentes muy antiguos (Pinino Mas y el Beto Alonso en los 70, Francescoli en los 90), casos incluso de más de un regreso (Gallardo se fue y volvió dos veces y Orteguita, tres) y más recientes, desde la administración D’Onofrio-Brito, y abarca no solo a grandes ídolos sino a otros que, sin alcanzar tales estaturas, habían dejado alguna marca en el corazón de la gente y quedaron emocionalmente comprometidos.

Baste recordar que, en la hora deportiva más dramática, Cavenaghi, Ponzio y el Chori Domínguez regresaron al club para devolverlo a Primera.

En la imposibilidad de retener a jóvenes de elite como Julián Álvarez o Enzo Fernández, y en la idea de tener planteles consustanciados con sentido de pertenencia y ciertos valores y hasta estilo que se pregonan en River, estas búsquedas de jugadores que ya se han puesto la camiseta y se ganaron la aprobación de sus hinchas dan un cierto reaseguro: el jugador que llega casi no necesita tiempo de adaptación, y está más blindado que cualquiera que retorna al país después de gastar sus mejores años en el exterior; las vueltas de Saviola y Aimar no resultaron muy exitosas, pero a nadie se le ocurriría encajarle a un hijo del club el cruel estigma de “este viene a robar”.