Argentina transforma a Messi

Hace una semana, cuando Messi le avisó al mundo que jugaría en el Inter Miami, pensábamos con melancolía que ese era el adiós del máximo crack a las grandes ligas. Respetábamos su decisión, y subrayábamos que con todo lo dado, ya era injusto pedirle algo más.

A su vez, se imponía la duda de cuánto iba a afectar su rendimiento en la Selección salir a enfrentar rivales con mayoría de jugadores en los torneos europeos, viniendo él de la MLS. Cuánto iba a perder de tensión competitiva, cuánta ventaja iba a dar. A casi ningún jugador de los que se van a romper los cuernos con nuestros hermanos sudamericanos en Eliminatorias y Copa América lo vamos a buscar al campeonato yanqui.

Ayer, Leo volvió a encendernos una ilusión. Aunque su vida deportiva es ahora día a día, con toda lógica sin hacer proyecciones largas, sigue siendo jugador de la Selección. Y eso no es meramente nominal o de compromiso: se cumple para todos sus efectos.

Cuando Messi se pone la camiseta de la Selección, es como cuando Hijitus, aquel recordado personaje infantil de García Ferré, “se bajaba el sombreritus” y de allí, salía convertido en Súper Hijitus.

Venía ahora de jugar su último partido en serio hace 19 días, el día que hizo el gol del título del PSG (jugó otro hace 12, pero a media máquina, ya consagrado); casi sin competencia y casi de vacaciones. Jugaba contra un equipo incómodo, fuerte, muy físico, organizado, y que iba a sacar el plus que tendremos ahora con cada rival: todos quieren ganarle al campeón del mundo.

Nada de eso lo afectó. ¿Y si irse a EE.UU., en vez de aflojarle la tensión de competencia, lo hace llegar a cada partido con la celeste y blanca más descansado, menos presionado, más feliz, con las fuerzas menos dispersas, mejor concentrado en lo que más quiere en la vida después de su familia, que es la Selección Argentina?