Su tono de voz pausada y serena revelan el sufrimiento de una persona que fue testigo del violento secuestro de sus padres en la dictadura militar, cuando apenas tenía dos años y medio. 

Ese último recuerdo que tiene de ellos marcaría para siempre su camino de lucha que, incluso, lo pondría al frente de los dictadores Jorge Videla y Luciano Benjamín Menéndez en los juicios de Lesa Humanidad.

En una entrevista con Mano a Mano, Martín Fresneda, el actual director del Observatorio de Derechos Humanos del Senado y apoderado del Frente de Todos en Córdoba, repasa su historia atravesada por el dolor, el cruce de palabras con el presidente de facto y el compromiso por los derechos humanos en Argentina.

¿Qué recuerdos conservas del secuestro de tus padres?

El secuestro de mis padres fue el 7 de julio de 1977. Yo tenía dos años y medio, mi hermano Ramiro tenía cuatro años. Mi madre, Mercedes Argañaráz, estaba embarazada de seis meses. Mi padre, Tomás José Fresneda, era abogado de trabajadores, de gremios. Vivíamos en Mar del Plata. Mi viejo participaba en la JP y en un grupo que trabajaba bajo la coordinación de Norberto Centeno, un jurista de derecho laboral a quien Juan Domingo Perón le había encomendado la redacción de la ley de Contrato de Trabajo. Entonces, cuando llega la dictadura, todo ese grupo, al igual que el movimiento obrero, fue perseguido. Y en lo que llamaron la Noche de las Corbatas, entre el 6 y 13 de julio de 1977, secuestraron a todos los abogados con sus familias. El 7 es el día que secuestran a toda mi familia. Secuestran a mi viejo en su estudio, al socio y nos llevan a todos a La Cueva, que fue un centro clandestino de la base aérea de Mar del Plata. Con mi hermano nos dejan en el estudio jurídico, donde también vivía mi abuela, la madre de mi papá. Esa fue la última vez que se los vio.

¿Cómo fue la infancia sin la crianza de tus padres?

Todo fue muy, muy difícil. Una infancia jodida porque a partir de ahí todo era incertidumbre. A esa edad, que te arranquen a tus padres… Aparte ví cómo los golpearon, cómo se los llevaron. Realmente muy violento. Fue traumático, y un niño a esa edad no busca explicaciones, pide que vuelvan. Y después fue un peregrinaje de casa en casa. 

Por problemas entre los primos de su padre, los pequeños hermanos Fresneda vivieron separados los primeros siete meses en Mar del Plata. Hasta que su abuela Otilia Lescano los trasladó a Córdoba con la excusa de festejar el cumpleaños de tres de Martín.

“Mi abuela ya estaba con mis primos Yamila y Ernesto, ambos sin padres, también desaparecidos y asesinados por la dictadura. Y ella se la pasaba buscando y buscando, así que fue difícil vivir en Córdoba”, relata.

Otilia integraba la Asociación de Detenidos Desaparecidos y había sido una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo en Córdoba. A esto, se sumó el fallecimiento de su marido. 

La familia Fresneda: Mercedes, Tomás José y los pequeños Ramiro y Martín.

“Perdí ocho familiares en la última dictadura entre muertos, desaparecidos y apropiados. Es decir, es una familia muy golpeada”, agrega Fresneda.

Dos años después, ya en los ‘80, los hermanos fueron recibidos en la casa de la hermana de su madre en Catamarca. “Mis tíos Marta y Eduardo, con sus hijos Fabi, Marcelo, Mariano y Anita, nos integran a su familia. Nos educaron, nos dieron amor, nos dieron vida”, confiesa.

¿Qué fue lo último que supiste del paradero de tus padres?

A mi vieja la cuidaban para tener el bebé y luego a ambos los tiran en los vuelos de la muerte. En el juicio, se comprobó que el destino final de los secuestrados en ese centro era el mar. La última testigo que los vió fue Marta García Candeloro. También supimos que en el matrimonio Fresneda había nacido una nena, pero nada más sobre mis padres.

¿Y del paradero de tu hermana?

Aún la seguimos buscando. Hemos transitado un montón de experiencias con personas que podrían llegar a ser, pero que finalmente no son. Es una búsqueda muy larga.

Concluidos los estudios obligatorios en Catamarca, Fresneda se mudó a Córdoba a estudiar en la Facultad de Derecho. Al poco tiempo empezó a militar y se involucró en Abuelas de Plazas de Mayo, hasta que el 14 de abril de 1995 encabezpo la fundación de H.I.J.O.S.

La organización nace de esos niños y adolescentes que habían compartido tiempo en el taller Julio Cortázar -espacio de contención para hijos de desaparecidos, presos políticos y exiliados políticos- y que se volvieron a encontrar en los primeros años de juventud.

“Convocaron a una jornada de campamento a todos los que pasamos por el taller como modo de cierre. Pero más que cierre, fue la apertura de una nueva etapa. Fue reencontrarnos para poner en palabras lo que habíamos vivido y el presente de una Argentina con impunidad”, sostiene en referencia a la Ley de Punto Final promulgada por Ricardo Alfonsín y después a los indultos de Carlos Menem.

Toda la tragedia de mi vida se reducía en el rostro de ese hombre.

Cuenta que los hijos de esa generación comprendieron que tenían el rol de acompañar a las madres y abuelas de Plaza de Mayo, y la responsabilidad de luchar contra la impunidad, por la memoria y justicia.  

“Porque nosotros también habíamos sido víctimas del terrorismo de Estado. Nos habían quitado lo más importante. Y nos pusimos un nombre muy ligado a nuestra condición, hijos, con un significado en cada letra: Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio”, explica.

Luego fuiste abogado en los juicios de Lesa Humanidad. ¿Cómo fue enfrentar a Menéndez y Videla?

Fue un desafío necesario, un correlato necesario de lo que nosotros habíamos hecho. Tené en cuenta que en el primer Juicio a las Juntas eran nueve los imputados y condenaron a cinco. Entre medio hubo indultos. En este juicio, eran ocho los imputados y condenaron a los ocho a perpetua, entre ellos por primera vez a un general de división como fue Luciano Benjamín Menéndez, que estuvo a cargo de diez provincias. Fue durísimo, durísimo. Y si bien con Claudio Orosz éramos las caras visibles, teníamos un equipo de compañeros que nos habíamos preparado para llegar a ese momento. El juicio fue una experiencia difícil de imaginar porque durante años nos dijeron que era imposible. Desafiamos ese imposible y logramos que el Estado cumpla su responsabilidad, la que debía haber cumplido siempre, la que nunca se debía haber interrumpido en la Junta Militar. Fue verdaderamente un gran logro colectivo, porque empezó a romper estructuras de impunidad, tanto dentro del Estado como fuera del Estado, e hizo que la Argentina recupere la justicia.

Fresneda remarca el cambio que hubo con el arribo de Néstor Kirchner en Casa Rosada y el trabajo de Eduardo Luis Duhalde en la Secretaría de Derechos Humanos. “Por primera vez el Estado se posicionaba en una alianza con los organismos de derechos humanos”, señala. 

Martín Fresneda junto a Néstor Kirchner.

Decís que la sentencia fue como un logro colectivo. ¿Personalmente fue como cerrar una herida?

En lo personal fue un alto nivel de realización. De mostrarme a mí mismo, mostrar a quien yo me debía, mostrarle a donde estén mis viejos que hice todo lo que pude y que intenté durante toda mi vida hacer lo que estuvo a mi alcance. Incluso lo que no parecía posible. Fuimos por él y lo logramos. Creo que sí, en un punto es reparador, pero claramente no estaba esa sentencia muy ligada a mi historia, a mi historia con mis viejos, estaba ligada más bien a la historia de todos y todas, a la historia argentina y estar en ese lugar me puso, lejos de cerrar, frente a otra puerta que se me abría. Sin embargo, con la condena a Videla en 2010, sentía que no podía continuar con mi condición de abogado. Se podría decir que sus últimas palabras me las dedica a mí, porque yo había hablado en primera persona durante los alegatos.

¿Cómo fue ese cruce?

Yo hablé como parte de la generación de esos hijos. Hablé de esos niños que, como decía Víctor Heredia en la canción “Aquellos soldaditos de plomo”, creíamos que el Ejército nos defendía de los invasores, de los malos, de los que nos querían quitar nuestra patria, pero en realidad fueron ellos quienes nos quitaron la patria. Hago un tramo revisionista sobre el rol de de las fuerzas armadas, eligiendo a sus propios compatriotas como enemigos y llevándolos a la clandestinidad, quitándole sus hijos, tirándolos al mar, enterrándolos. Ese no era el sueño de San Martín, de Belgrano, de los libertadores, de los patriotas y digo que Videla había convertido en eso a las fuerzas armadas. Y él me responde con una frase de un tal Peña, que no me acuerdo exactamente, pero dice algo así: “Si fuimos crueles, no lo duden, tuvimos que hacer todo esto para salvar a la patria. Sean ustedes hombres libres, seremos nosotros los verdugos”. Y me miró fijo, yo lo miré fijo. Esa hipocresía, esa mirada de un tipo anciano, un tipo grande, cerrándose en su propia realidad, una realidad paralela, pero una realidad en sí mismo, también cómo construía su propio relato sin aceptar que destruyeron todo, y al mismo tiempo aceptando lo que hicieron, pero tergiversando la historia. Eso me interpeló, el tipo me tocó, me provocó, y empecé a pensar como víctima. Entonces salí éticamente del rol que tenía, porque realmente me dio mucha bronca, impotencia. Toda la tragedia de mi vida se reducía en el rostro de ese hombre. Y empecé a transpirar, empecé a sentirme mal, tuve síntomas corporales fuertes. Y conocida la sentencia, anuncio mi retirada de los juicios como abogado de Lesa Humanidad.

Fresneda, que en su lucha por los derechos humanos y en su militancia en La Jauretche había podido conocer a dirigentes importantes de Nación y de Córdoba, se introdujo de lleno en la política. 

En 2011 fue designado interventor del Frente Para la Victoria y candidato a diputado nacional. Luego gerente regional de Anses. Hasta que muere Eduardo Luis Duhalde y es nombrado secretario de Derechos Humanos de la Nación.

Estela de Carlotto y Martín Fresneda

“Cuando pensé que mi rol en el movimiento de derechos humanos se había agotado, se volvió a abrir ese umbral tan alto, como es la máxima autoridad de Derechos Humanos de mi país. Fue un orgullo enorme, pero también otro esfuerzo”, declara.

Hoy, como director del Observatorio de Derechos Humanos del Senado de la Nación, trabaja en el cumplimiento de los estándares internacionales de los derechos humanos y en su adecuación en la normativa argentina. Además, promueve y articula espacios de diálogo y cooperación entre Nación y las legislaturas nacionales.

¿Qué te genera cuando ciertos sectores reivindican la dictadura o la mano dura?

Me genera mayor responsabilidad de incorporar a las nuevas generaciones en esta lucha. Esa reivindicación existió siempre, pero yo lo leo políticamente: esas tensiones o disputas sobre el pasado se resuelven con participación y debate político. Se resuelven con más democracia, con institucionalidad, con participación y alegría. Pero sobre todas las cosas se resuelve con una Argentina que le de posibilidades, oportunidades de vivir dignamente. Cuando las democracias son insatisfactorias, la gente y la mayoría del pueblo se encuentra con realidades que les cuesta muchísimo vivir, les cuesta muchísimo soñar con que sus hijos puedan estar bien, puedan educarse con amor. El pueblo se resiente mucho cuando el Estado no le da las oportunidades y ahí es donde empieza a crecer, como diría, el germen de los discursos de odio, el síntoma negacionista, provocador y, lógicamente, son síntomas patológicos de la democracia. Lo que debemos hacer es repensar en qué etapa está la democracia, diagnosticar y avanzar en un nuevo diálogo con todas las fuerzas políticas democráticas, en un nuevo diálogo que reconstituya ese rol de la democracia y el derecho.

Martín Fresneda y Sonia Torres, en la última marcha del 24 de Marzo.