2022: un año para des…¡Qatar!

De repente ahí estás, sentado en el sillón, tratando de entenderlo mientras en la heladera se enfría el vitel toné. ¿Ya es 31 de diciembre? ¿Ya se terminó? El Mundial nos descalibró la función almanaque del reloj biológico: la Navidad nos encontró cantando al ritmo de La Mosca, homenajeando a esos veintiséis muchachos que nos hicieron volver a ilusionar. Y sin que nos diéramos cuenta tenemos que descorchar de nuevo para despedir a un 2022 que pasará a ser dentro de poco “el 2022” como “el 86” y “el 78”.

Cuando la ficha caiga percibiremos una sensación parecida a la nostalgia que siente el egresado cuando recorre por última vez el patio del colegio: el año que todos soñábamos vivir con la Selección en un par de cantitos de cucú se termina. Un año que empezó en marzo, cuando diciembre era la posteridad, con una despedida demasiado prematura y con goleada a Venezuela en la Bombonera por unas Eliminatorias que sí, se terminaron de jugar este año.

La Argentina saludaba a un pueblo que todavía saboreaba las mieles de la victoria ante Brasil en la Copa América. Y que ya sentía propia a la Scaloneta. Un incipiente cantito que hablaba de la “tierra de Diego y Lionel” iba replicándose sigilosamente en las redes mientras un desafío conceptualmente decisivo se acercaba en el calendario: la Finalissima ante Italia. Que, además, vale un título. Porque en una de esas Mbappé tiene razón, y jugar en Sudamérica no es medida. Hace falta probar suerte en Europa.

Junio nos halla en Wembley festejando: a poco menos de seis meses para el debut ante Arabia Saudita, un 3-0 ante el campeón UEFA nos ubica en el mapa de la esperanza. Queremos jugar mañana pero todavía falta mucho: un par de Ministros de Economía, la inflación espiralizada y el faltante de figuritas nos devuelven a la rutina. Y nos impregnan la mala onda, los pensamientos que merecen sahumerio: ¿y si se lesiona alguno? ¡Y si se lesionan todos!

La profecía autocumplida se hace realidad. Se lesiona Dybala. Se cae Di María. La manía es tal que a Messi se le sale el botín en un partido con el PSG, frena para acomodarse y el país se paraliza: “¡Se lesionó!”. Las voces racinguistas preguntan por Lautaro, las de Independiente por Dibu Martínez, que se golpea la cabeza y nos asusta. Los de Banfield no quieren que le pase nada a Tagliafico. Se tropieza Marcos Acuña en Sevilla y se paraliza todo Caballito.

En Núñez festejan goles de Julián Álvarez y extrañan a un Enzo Fernández que después de un par de amistosos ante Honduras y Jamaica convence y se mete en la lista del Mundial. Todos la sienten cerca a la Selección y quizás así se comprende tanta empatía: hace poco los que van a ir a Qatar estaban jugando por acá. Y ahora no vemos la hora de que estén allá.

Pero cuando nos acercamos a Doha, empiezan las alarmas. Lo Celso tira un taco, algo que le sale natural, pero se lesiona: afuera del Mundial. Y crisis: ¿quién va a ser el socio de Messi? Casi en efecto dominó caen otras dos bajas: Joaquín Correa y Nico González.

Faltan horas para jugar contra Arabia Saudita y empieza el sobreanálisis: que a la lista le falta un alto, que tendríamos que haber metido a otro volante, que Scaloni se equivocó, que le pesa la falta de experiencia… Una Argentina en estado autodestructivo que pasa de ufanarse por los 36 partidos invicto de la Scaloneta a decir que no jugamos contra nadie cuando Arabia nos pega el sopapo del debut.

Todo está mal. Se habla de Corea-Japón. Y peor: ya hay quien agita el recuerdo del desastre de Suecia en el Mundial del 58. ¿Messi está tocado? ¿Lautaro tiene que seguir aun después de que le anularan goles por un VAR de videojuego? El foco está en Scaloni, que sufre como todos.

Pero Scaloni acierta y cambia. Y Argentina pasa de imaginarse en la autopsia a festejar el baby shower. Todo por un zapatazo de Messi y un golazo de Fernández, que empieza a darse a conocer en el planeta. Aimar llora, el deté lo calma y después trata de explicarle al mundo por qué vivimos así el fútbol, aunque ni siquiera nosotros lo entendamos del todo. Pero da igual: a partir de ahí todo cambia.

Le ganamos al Polonia de Lewandowski, y a octavos.Y toca Australia. Ya nos acostumbramos a gritar los goles con delay: primero los que lo escuchan por radio, después los de tevé abierta, al final los del HD. Pero también las épicas de Dibu se celebran en esa secuencia: Martínez le saca un tiro de último minuto a Garang Kuol y zafamos del alargue.

Y en cuartos, Países Bajos, que para todos es Holanda. Van Gaal bravuconea y el partido se pica. Vamos 2-0 pero se pone 2-2. Messi le hace el Topo Gigio a Louis. Dibu se hace gigante otra vez en los penales. Leo manda “pa’ allá” a un “bobo” y registra una frase de merchandising mientras festeja el ingreso a las semifinales. En Buenos Aires diluvia pero la gente sale a festejar. Y la algarabía se potencia al martes siguiente. ¿Martes 13? Ni ahí: goleamos a Croacia, la que venía de eliminar a Brasil, ¡y a la final con Francia!

Sí, Francia otra vez. Pero entusiasmados. Empezamos a recordar las coincidencias con el 86 y no queremos escucharlas. Son 90 minutos, decimos. Y no: son más. Jugamos el mejor partido del Mundial y nos ponemos 2-0. En el vestuario, Deschamps intenta hacer reaccionar a Francia que, como dice Didier, no está jugando una final. Pero Mbappé sí. Y él solito nos estruja el corazón: en un minuto pasamos al 2-2. El destino le da a Messi el 3-2, pero Kylian se ensaña: 3-3.

Y en la serie, el nerviosismo. Dibu que saca uno. Nosotros que no erramos. Tchouaméni que sí. Montiel mete el penal más pesado de las últimas generaciones de jugadores…. y listo. ¿Listo? ¡Sí, listo! ¡Campeones!

La 9 de Julio empieza a lucir repleta. Villa Luro le canta a la “abuela, laralá la la”. Un cartonero recibe una camiseta y un abrazo en pleno Centro: gesto noble que marca el hito. Y aunque algunos pocos -entre millones- hicieron algún que otro esfuerzo para que la victoria fuera derrota, no alcanzó para opacar la felicidad de un triunfo que gozó de la mayor celebración de la que el país tenga memoria.

Calles, avenidas, autopistas, rutas colmadas gritándole a esos 26 culpables de habernos vuelto a ilusionar. Y que después de alzar la Copa en Qatar la traen al país y la pasean en helicóptero para ver lo que generaron.

La grieta se fue a la B. Ganó Argentina.

Y ahora estás ahí. Sentado. Recordando todo. Sonriendo. Tarareando “Muchachos”. Y despidiendo ese año para destacar. ¡Chinchin!