Los vecinos de un pueblito del sudeste cordobés ansían cada año recibir a bailarines, artistas consagrados y amantes de la música de todos los rincones del país y dar comienzo al Festival Nacional del Malambo.

Laborde se vuelve mágico al ritmo del folklore y el zapateo durante siete días en la calurosa primera quincena de enero. Pero las preparaciones comienzan antes, e incluso hasta años de entrenamiento y disciplina para los máximos aspirantes al campeonato.

En diálogo con Mano a Mano, el delegado de Córdoba, Gustavo Leymon, nos cuenta las particularidades de este festival que aún en su 55° edición se caracteriza por valorizar la tradición de cada provincia y generar espacios de intercambio de cultura regional.

¿Cómo es la preparación del festival con el Pre-Laborde?

El festival tiene un formato clásico que se ha ido armando y modificando muy cuidadosamente a lo largo de los años. Hoy no es el mismo que el del comienzo: se fueron potenciando algunos rubros y se dio posibilidades a participantes segmentando por edades. Este año se mejoró el aspirante a Paisano Nacional, que tiene figura masculina y femenina, en la que no es elegida por la belleza, sino por presencia artística. Y en cada una de las provincias se hace un preselectivo para llevar una delegación con todos los rubros, que son bastantes, como malambo, danza conjunto o en pareja, de música y recitado, y locución y animación. 

¿Cuál es la particularidad de este festival o la esencia que lo diferencia del resto? 

Tiene magia. Nadie sabe por qué ha sucedido así. El malambo es muy atractivo aquí y en el mundo. Hoy hay elencos y compañías de show de malambo en el mundo. Y el 90% de estos malambistas te puedo asegurar que han pasado por el Festival de Laborde. El malambo tiene una atracción muy genuina y en este festival sucede algo muy particular: si bien hay una competencia y viene gente de todas las provincias, me llama la atención (hace 18 años que voy consecutivamente) lo que sucede con los artistas de renombre. He visto como figuras principales a Jorge Rojas, Cacho Castaña, Los Nocheros y Raly Barrionuevo. Para ello, la organización corta la competencia de malambo y cede un horario central. Y ese es el momento en que el público, que estaba sentado viendo la competencia, aprovecha para ir a la cantina a comer o al baño. Todo lo contrario al resto de los festivales. Es muy particular. Cuando hay rubros del campeonato, no vuela una mosca y están todos pendientes, no queda una silla disponible en las primeras filas y nadie se quiere perder esos momentos.

Y es que Laborde se revoluciona: llega hasta triplicar sus más de 6.000 habitantes con el arribo de las 23 delegaciones, cada una integrada por unos 100 participantes, y con los aficionados de malambo y al folklore que asisten al festival.

“Se desborda”, dice Gustavo Leymon. La presión del agua no resiste y, con gran ingenio, la Municipalidad y la organización disponen de las escuelas y dependencias oficiales como alojamiento, con algunas provisiones básicas.

“Y eso lo hace lindo, porque el pueblo se ve lleno en plazas, bares y calles, con gente tocando, cantando y zapateando en cualquier rincón. Laborde no duerme en esos días, porque cuando termina la grilla del festival por la madrugada, el escenario empieza a funcionar con horario de ensayo. Los bailarines y malambistas quieren experimentar esas tablas únicas: no hay escenario que suene como el de Laborde, que debajo está microfoneado y puede captar cuando se camina descalzo”, agrega.

¿Cual es la rutina de entrenamiento y la preparación de un malambista en la categoría principal?

Nosotros, los más viejos, coincidimos con los campeones más antiguos en lo mismo: antes el malambista se preparaba zapateando. Hoy se prepara con preparadores físicos, nutricionistas, psicólogos, maestros de rutinas de malambos y músicos especializados en estilos sur o norte. Tienen un equipo muy grande que trabaja alrededor de ellos, y esa preparación no es improvisada, lleva mucho tiempo, algunos hasta años antes de decidir presentarse en la categoría. Hoy los malambistas tienen la característica de que son casi atléticos, porque son cinco minutos de rutina de malambo, que lo dan todo y hay que estar realmente preparado para esa intensidad. Antes se preparaban zapateando y no exigía tanto, hoy la búsqueda de la excelencia, más allá de la calidad, la técnica, la interpretación y el vestuario, también tiene que ver con la parte física.

Otra particularidad es que los ganadores de la categoría principal no pueden volver a presentarse. ¿Se abre una salida laboral importante?

Se dice que ese premio es a perpetuidad. De hecho, en Laborde hay una sala de campeones, en formato de museo, donde hay imágenes, fotografías y posters de promoción de cada una de las ediciones con la imagen del último campeón. Hoy un chico que está empezando con el malambo sabe los nombres y provincias de los últimos cinco campeones. Y si, esto les genera a ellos una salida laboral, la cual depende de ellos mismos cómo se posesionan. Hay algunos que son convocados para el interior, la mayoría como jurados en distintos certámenes, otros han sido parte de películas, empiezan a trabajar en obras de teatro o realitys, dan cursos y preparan a futuros aspirantes a campeón, porque se considera que tienen experiencia y saben de las necesidades y búsquedas de un campeón.

El último campeón fue Sergio Zalazar, de San Juan. Los vecinos de Laborde y los amantes del malambo ya esperan la próxima edición, que se llevará a cabo del 8 al 14 de enero, para conocer ese nombre que quedará marcado para siempre en la historia del pueblo.