Deciles que no”, gritó Sergio Massa a Malena Galmarini mientras era saludado por un puñado de los muchos y las muchas invitadas que llegaron al Museo del Bicentenerio, lugar elegido para su jura como ministro de Economía. Del otro lado, su compañera de vida y militancia debía calmar la euforia en la que ella misma estaba zambullida. “Borombombombón, borombombombón, somos el Frente Renovador”, cantaba el funcionariado militante que celebraba la llegada del tigrense al gabinete nacional. Socialmente no era el momento, políticamente, no era el lugar.

Con la llegada de Massa, el Frente de Todos, ese espacio que tiene como accionistas mayoritarios al kirchnerismo, el massismo y un sector, cada vez más devaluado, referenciado en Alberto Fernández, ingresó oficialmente en su fase definitiva. Es posible que cuando el por entonces candidato a Presidente invitó públicamente a “tomar un café” al ex intendente de Tigre jamás haya imaginado los tiempos que le venían por delante. Mucho menos, que en ese café se iba a encontrar con el hombre que dos años más tarde se iba a convertir en su última gran chance de encaminar el rumbo de su gestión.

A eso desembarca Massa en el gabinete. Debe desatar el nudo gordiano en el que se encuentra la administración y para hacerlo comenzó a jugar el partido en el lugar que más le gusta, el centro desde donde se administra la pelota y se proyectan las jugadas.

Massa aparece como el hombre indicado para el momento más temido de la sociedad gobernante.

Sentado en la cúspide del poder nacional, el flamante ministro armó un equipo que se anunció como un gabinete propio con el objetivo de poner fin a una crisis que amenaza transversalmente a todo el peronismo. En el fracaso de la gestión ya no hay quienes puedan correrle al cuerpo a las responsabilidades. Ni Alberto, ni CFK, ni Massa, ni la CGT, ni la CTA, ni los gobernadores, ni los movimientos sociales que todavía se sostienen dentro del esquema del FdT, nadie. En la pesadilla más temida del oficialismo, incluso, una eventual derrota  en 2023 traería consigo un nuevo aval social a quienes desde el oficialismo apuntan como los principales responsables que la crisis que la coalición de Gobierno no pudo solucionar: el macrismo, renombrado Juntos por el Cambio.

Por eso también Massa aparece como el hombre indicado para el momento más temido de la sociedad gobernante. A diferencia de sus laderos, el ministro no tiene demasiado manejo técnico sobre economía pero es poseedor de una gran habilidad para manejarse en el terreno político, acaso una de las principales trabas con la que se encontraron sus antecesores. Especialmente Martín Guzmán, ya que cargar tintas contra Silvia Batakis, hoy a cargo del Banco Nación, sería al menos un poco injusto. En ese universo comenzó a andar su camino en la semana que pasó y eso es lo que reconfigura el poder interno como una jugada definitiva para el frente que integra.

Para alcanzar los objetivos que la parte mayoritaria de la sociedad y el grueso de la clase dirigente argentina necesita, Massa deberá lograr transmitir la confianza suficiente como para hacer balancear la tranquilidad social con la expectativa positiva por parte de los mercados. En su primer mensaje como ministro se propuso avanzar sobre el orden fiscal, fortalecer reservas y alcanzar el superávit comercial, siempre teniendo como base a la inclusión social.

En ese marco puso en el horizonte iniciativas para controlar el gasto, llenar de dólares el Banco Central y promover puentes de diálogo con algunos de los espacios con los que ninguno de sus socios políticos pudo sentarse de modo amistoso. Así se explica la convocatoria a la Mesa de Enlace y a algunos antiguos enemigos del kirchnerismo, que vieron en Alberto Fernández una extensión de la voluntad de CFK y que ahora, con otra mirada, llegan junto a Massa a hacerse cargo de la situación. Incluso cuando muchos de ellos comprendan que el riesgo de fracasar es demasiado alto.

Naturalmente, habrá heridos. Algunos ya empezaron a levantar la voz con los primeros anuncios. Los más cercanos a Alberto Fernández, el Evita por ejemplo, ven la forma en que el poder construido puede diluirse con la caída en desgracia de su principal soporte en la coalición de Gobierno, el  Presidente. Con los más cercanos a la vicepresidenta la discusión es de fondo y plantea una realidad la que lo estratégico empieza a correr de la prioridad a lo ideológico. Algunas de ellas se expusieron en la masiva movilización por San Cayetano que tuvo lugar en lunes en la Ciudad de Buenos Aires.

Hace ya más de una década, Néstor Kirchner estaba sentado en el piso de la TV Pública desde donde se emitía el programa 6,7,8. Allí, se refirió a uno de los cuestionamientos que se planteaban sobre una de las decisiones que había tomado durante su gestión, mantener en al frente del Banco Central a Martín Redrado, un hombre con ideas contrarias a la que defendía el grueso de la militancia del por entonces Frente para la Victoria. En el momento referido en aquella conversación, el Gobierno estaba negociando con el FMI y, según Kirchner, era necesario generar señales fuertes para que haya una quita importante. “Por eso fue Redrado al Banco Central, hay que desdramatizarlo. Hoy puede resultar inexplicable, pero en ese momento era válido”. “¿A quién querés que ponga en el Banco Central, al flaco Kunkel?”, fue el recordado remate del fundador de la corriente política más determinante del siglo XX en la Argentina.

Esa frase es la que suena a modo de chascarrillo hoy entre la militancia kirchnerista más acostumbrada a aceptar los volantazos y aquellos que entienden que “entregar la gestión al massismo” es una forma de anular las posibilidades de afianzar un rumbo de Gobierno más cercano a las ideas que se hicieron bandera entre los años que aún recuerdan como “la década ganada”. “Lo importante era no castrar un proceso”, explicó Kirchner en aquella mesa y posiblemente en esa dirección esté pensando Cristina por estas horas.

La vicepresidenta no sólo recibió a Massa en su despacho y ratificó su apoyo con una foto que mostró a ambos dirigentes sonriendo a la cámara, sino que los principales referentes y voceros de su espacio manifestaron públicamente su apoyo al nuevo ministo. Algo que pocas veces sucedió con Guzmán y que directamente no sucedió con Batakis. Lo que se desprende es que el tigrense tiene el camino libre, o al menos no encontrará trabas desde el kirchnerismo mientras el puñado de acuerdos básicos que se sostienen entre ambos espacios no encuentre defecciones del lado del ministro.

¿Eso quiere decir que el kirchnerismo se corre de la carrera para el 2023? Con un piso electoral que sigue siendo uno de los más altos del país, es difícil imaginar un escenario por el estilo. El nivel de rechazo que también marca récords en el presente nacional, también hacen casi imposible pensar que el espacio sostenga aspiraciones en soledad. Con Alberto caído en desgracia, queda entonces la opción de Massa. El hombre que alguna vez se presentó como el enviado a ponerle “un límite a Cristina”, irrumpe en el presente como el único capaz de sostener sus expectativas. Armadora e ideóloga del frente que hoy gobierna, la vicepresidenta sabe que el partido entró en tiempo suplementario. Y que la suerte le será adversa en caso de llegar a los penales.

Sobre Massa se cargan también la esperanza de los gobernadores que no quieren que la crisis los lleve puestos, Schiaretti incluído, y de las organizaciones sociales que temen que su situación empeore si es que el plan del ministro no resulta como su equipo lo imagina. En la lectura general, incluso algunos sectores de JxC analiza que un desborde social como consecuencia del crecimiento de la pobreza, la desocupación y la desconfianza general en el país también se puede llevar puestas las posibilidades de llevar adelante una gestión como la que imaginan, en caso que les toque en 2023.

En el peor de los casos, un nuevo desmoronamiento en la expectativa sobre la clase política también se presenta como un temor generalizado, en medio de un escenario en que empiezan a surgir algunas figuras que sostienen su discurso en una fervorosa militancia en pos de un nuevo “Que se vayan todos”.

«No todo es lo mismo en la política; veo a veces desesperanza en mis compatriotas que se plantean que todo va para el mismo lado y la verdad es que no es así», dijo el Presidente en Cañada de Gómez, en el primer acto que compartió con su nuevo ministro. “Llegamos al Gobierno con la decisión de poner a la Argentina de pie con un desarrollo federal más justo. La obligación que tenemos con cada uno de ustedes no va a parar”, aseguró el mandatario en el gesto que inauguró la etapa definitiva de su gestión que deposita todas sus expectativas en el hombre elegido para renovar los ánimos internos y dar vuelta la taba de una administración a la que sus propios fantasmas le empiezan a respirar demasiado cerca.